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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Interferencia (Wikipedia): “fenómeno en el que dos o más ondas se superponen para formar una onda resultante de mayor o menor amplitud”.

Interferencias es un blog de Amador Fernández-Savater y Stéphane M. Grueso (@fanetin), donde también participan Felipe G. Gil, Silvia Nanclares, Guillermo Zapata y Mayo Fuster. Palabras e imágenes para contarnos de otra manera, porque somos lo que nos contamos que somos.

Más allá de Corbyn y otros profetas desarmados, revivir la democracia

Jeremy Corbyn, en un debate televisivo

Juan Domingo Sánchez Estop

1.

El impulso para escribir el presente texto surgió de la lectura de un muy interesante análisis de Ignacio Sánchez-Cuenca sobre la debilidad actual de la izquierda a la luz de la derrota laborista publicado en el periódico Infolibre bajo el título: “La derrota de Corbyn y algo más”. El autor retoma en su artículo toda una serie de observaciones que efectuó en otros libros y artículos sobre la diferencia derecha-izquierda y la “superioridad moral de la izquierda”. Muchas de esas observaciones son pertinentes, pero resultan algo nostálgicas, pues son aplicables a un marco político en que la oposición derecha-izquierda era aún significativa y podía tener consecuencias efectivas sobre el reparto del poder y de la riqueza como el que existió mal que bien desde los años 50 a fines de los 70 en Europa, cuando existían aún sindicatos, movimientos sociales y partidos de izquierda fuertes. Por consiguiente, la conclusión del artículo solo puede ser pesimista:

La izquierda no está siendo capaz de capitalizar la extendida insatisfacción con la política y el sistema económico. El primer desafío consiste en entender la razón de ello. No parece que sea un problema de propuestas. Como he señalado antes, hay propuestas radicales y moderadas, pero ninguna de ellas consigue el apoyo abrumador que su materialización requiere. Más bien, da la impresión de que los votantes no creen que esas políticas sean realizables o que, si lo son, no vayan a tener unos costes mayores de los que sus promotores están dispuestos a admitir. Con niveles bajos de confianza política, un capitalismo financiero y globalizado que constriñe lo que pueden hacer los partidos cuando llegan al poder, más una ideología neoliberal dominante, muchos ciudadanos dan la espalda a los mensajes que lanzan, con un punto de desesperación, las fuerzas progresistas.

2.

Me temo que, como el propio autor reconoce, no estamos ya en aquella cada vez más lejana situación en que la dicotomía derecha-izquierda era operativa, pues hace ya más de cuatro décadas que la capacidad de decisión de los gobiernos se ha venido estrechando crecientemente frente al poder decisivo de unos mercados financieros ante los que Estados, empresas y particulares están endeudados. La revolución neoliberal ha transformado a los distintos actores del drama, Estados, empresarios, trabajadores, sindicatos, partidos etc. haciéndolos irreconocibles.

En primer lugar, el neoliberalismo ha sustituido las viejas oposiciones socialdemócratas y ordoliberales entre el mundo del trabajo y los detentores del capital por una divisoria enteramente ajena a la anterior entre los stakeholders y los shareholders. Stakeholders son aquí el conjunto de agentes que tienen un interés (stake) en la vida de la empresa o de la sociedad: trabajadores, representados por los sindicatos, empresarios, técnicos y gestores de la producción, Estados y otras administraciones públicas que velan por las normas que rigen la producción, etc. Shareholders son, en cambio, los titulares de acciones (shares), y por extensión, de obligaciones, títulos de deuda y demás valores financieros. El neoliberalismo parte de la constatación de que los sujetos que encarnan intereses (stakeholders) ejercen un permanente chantaje sobre los detentores de títulos a través de un bloque constituido por los sindicatos, los empresarios, los técnicos y gestores de las empresas y el propio Estado, bloque cuya acción conduce al sistema capitalista hacia un rumbo “socialista” conforme a la predicción realizada por Schumpeter. Más de un eurocomunista de los años 70 creyó en este tipo de socialismo nacido del desarrollo interno del capitalismo fordista y sin ninguna perspectiva real de transición al comunismo. El neoliberalismo se afirma como baluarte frente a esta deriva. La ingeniería social neoliberal tiene por objetivo que los titulares de activos financieros obtengan el máximo posible de remuneración por sus títulos, lo cual redundaría en una mayor eficacia del sistema económico, lo cual terminaría por beneficiar al conjunto de la sociedad.

La financiarización de la economía, caracterizada por la hegemonía del capital financiero sobre cualquier otra forma de capital, afecta así a todos los actores: tanto los particulares como las empresas o los Estados se encuentran sometidos al capital financiero en cuanto endeudados y deben “hacer méritos” antes sus acreedores para poder acceder al crédito. Entre estos “méritos” está el que un Estado rebaje normas sociales o ecológicas o reduzca impuestos sobre el capital, o el que una empresa reduzca los sueldos reales, despida o externalice su producción para rebajar costes. El sistema financiero sustituye de esta manera al Estado en las tareas de planificación del capital, quedando al Estado fundamentalmente funciones ideológicas de justificación del régimen o abiertamente represivas.

3.

Todo esto significa que en una sociedad en régimen de endeudamiento estructural los elementos fundamentales de la representación democrática saltan por los aires y la oposición derecha-izquierda acaba viéndose sustituida por la oposición entre dos o varios populismos que a partir de la nostalgia de una representación política eficaz, unida a la impotencia efectiva ante los poderes económicos reales, produce una crítica vacía y moralista de la representación y un culto simplista del líder. Italia ya mostró en los años 80 cuáles eran las características fundamentales de este modelo.

La democracia como espacio de juego que negociaba intereses sociales se vio sustituida por una competición por el poder entre partidos-empresa, reduciéndose el espacio público a un nuevo mercado. En este mercado, la propaganda por la imagen junto a los eslóganes vacíos juegan un papel fundamental y el debate público sobre realidades sociales tiende a desvanecerse. Tal vez el momento culminante de este ascenso de la manipulación política a expensas del pluralismo democrático fuera la campaña de manipulación masiva destinada a imponer a las poblaciones la guerra de Iraq. Una campaña en la que a la movilización ciudadana respondió una movilización masiva de mentiras descaradas por parte del poder, sin parangón alguno fuera de los regímenes abiertamente totalitarios. Esta degradación del espacio público representa en realidad la destrucción de este.

Según Kant el espacio público se oponía a lo que él denominaba espacio “privado”. Este último se caracterizaba por un uso “privado” de la razón consistente en someter a esta a los imperativos de un mando exterior sea el del Estado, de un jefe administrativo, de un mando militar o un superior religioso. En el espacio público la razón tenía por el contrario un uso “público” por el cual cada sujeto contrastaba sus puntos de vista racionales con los de los demás siguiendo un principio de estricta libertad y sin someterse a ningún mando. Puede decirse hoy que ese espacio público que heredaron de la Ilustración las democracias liberales ha dejado de existir, pues la prensa y los demás medios de comunicación están sometidos a intereses privados que dictan sus órdenes de forma directa o implícita a los periodistas y otros agentes de la opinión pública. La verdad se convierte de este modo en verdad “privada” que no es posible contrastar con otras en un debate público auténtico. Cada grupo emite sus mensajes de propaganda, pero los mensajes de propaganda no pueden debatirse desde nociones comunes o desde una confianza racional en la posibilidad de que el discurso humano tenga por correlato una realidad objetiva con estructuras de las que podamos tener una comprensión compartida. La violencia de la propaganda destruye el espacio público y desvirtúa la opinión pública, cuando no es la propaganda por la violencia (de particulares o privada-estatal) la que viene a restablecer el orden, a disciplinar a los sujetos de la deuda.

4.

Tal vez la traducción populista de la oposición derecha-izquierda en términos de lucha de diversas élites por la obediencia de las masas no sea la única posibilidad de desarrollo político de nuestras democracias. El destino de la democracia no puede reducirse a una radicalización de la competición de partidos-empresa por el voto ciudadano sobre un trasfondo de ascenso de la irracionalidad. Existe otra posibilidad más radical e interesante, apuntada tal vez de pasada en el artículo de Ignacio Sánchez-Cuenca: la oposición entre representación y democracia efectiva, en la que el segundo término, sin eliminar el primero que es un aspecto indispensable de toda política, se traduce por un despliegue multiniveles de la participación popular y el establecimiento de marcos para que esta pueda tener efectos reales. Para ello es necesario en primerísimo lugar dar una batalla cultural contra la información manipuladora y retomar frente a la manipulación generalizada la lucha ilustrada por la centralidad de la verdad en el discurso público. Esta lucha ya está dándose hoy, y de manera ejemplar, en Finlandia. Esto implica también, evidentemente, una reintroducción en la política de un auténtico espacio público, en otras palabras un regreso de la multitud al lugar que hoy ocupan el individuo aislado o su reverso tenebroso que es la masa. La multitud es el concepto básico de un sistema político libre según Spinoza: el gobierno de la multitud se opone al gobierno de uno. Todo régimen político, todo poder político está basado en la potencia de la multitud, esto es en la capacidad de acción colectiva de una multitud variopinta de sujetos. Un gobernante solo tiene poder cuando puede contar para sus fines con la potencia de los muchos y diversos. Este poder puede ser detentado por uno, por pocos o por todos, siendo respectivamente una monarquía, una aristocracia o una democracia, pero en cualquiera de los casos su capacidad de ser racional depende directamente de la posibilidad que tengan los muchos de participar en la toma de decisiones, de la posibilidad de que se dé un amplio debate público pluralista. La participación de la multitud es un elemento democratizador transversal a todas las formas políticas, incluida la democracia, un régimen de todos que no debe convertirse nunca en el de un Uno colectivo.

5.

Esta reintroducción no es una chifladura “democratista” como gustan decir los distintos populistas o los constitucionalistas acorazados, sino que puede darse en las formas más clásicas del debate parlamentario, el cual ha demostrado últimamente que puede ser mucho más pluralista y abierto a una multitud efectiva de opiniones que el “debate” en redes manipulado por bots y alimentado por nuestra propia estupidez de individuos aislados. Las reglas del debate parlamentario y el respeto a los hechos comprobados así como a las normas constitucionales permitieron echar a Salvini del gobierno en Italia y obligaron a Johnson a suspender el Parlamento en el Reino Unido para llevar adelante sus planes de toma del poder mediante la manipulación y la propaganda. El parlamento no lo es todo, aunque sea una pieza clave de la democracia cuando funciona de manera coherente con sus propios principios, esto es dentro del respeto del pluralismo efectivo y asumiendo la posibilidad de una racionalidad común dentro de su diversidad.

La multitud puede participar también efectivamente en otros muchos contextos extraparlamentarios que son decisivos para la recuperación de una democracia de abajo a arriba, en la cual los ciudadanos tengan la posibilidad de serlo efectivamente en una variedad de niveles, desde su barrio, a su municipio, su región, etc., pero también a una escala superior a la de los Estados nación en la que se plantean cuestiones tan decisivas como las relacionadas con la ecología y el cambio climático que bajo ningún concepto deben abandonarse a la ilusión de “soberanía” que encarnan, muy a pesar de la realidad material que cada día los contradice, nuestros infelices Estados.

6.

Una ampliación de la base efectiva de la democracia supondría la creación de mecanismos de participación eficaces y con capacidad de decisión efectiva, con protocolos de funcionamiento basados en hechos y respetuosos de reglas racionales. Estos protocolos deben ser al menos tan rigurosos como los parlamentarios. Esta devolución de la capacidad de decisión a la multitud es una urgencia de nuestra época, que puede y debe combinarse con el desarrollo de mecanismos eficaces de intervención social en los mercados financieros destinados a atenuar la presión de estos sobre los nuevos espacios de democracia. Creemos que sin esta intervención el desarrollo de la participación puede ser completamente vano y decorativo como las “consultas” que realiza el régimen neoliberal. Las mayorías sociales tienen que poder actuar en las instancias de planificación decisivas de la economía mundial que son hoy los mercados financieros con instrumentos propios como la propiedad de acciones y otros títulos y mediante la constitución -propuesta recientemente por Michel Feher en su excelente libro Le temps des investis: essai sur la nouvelle question sociale, Paris, La Découverte, 2017- de unas auténticas “agencias de calificación populares” capaces de intervenir e interferir de manera eficaz en el funcionamiento de los mercados financieros usando los propios mecanismos de los que esos mismos se valen contra particulares, empresas y gobiernos: la advertencia, el rumor, la amenaza.... y provocando caídas en los valores contrarios a intereses sociales y ecológicos básicos.

No está claro que una corriente política capaz de hacer revivir la democracia de esa manera pudiera llamarse “izquierda”, pero sin duda su oposición al orden actual, a diferencia de las distintas izquierdas tanto radicales como posibilistas, podría tener sentido, estructuras institucionales reales e instrumentos. Armas y dinero, decía Maquiavelo y no solo profetas desarmados como ha terminado esa última esperanza de la izquierda que ha sido, con todos sus indudables méritos, Jeremy Corbyn.

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