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OPINIÓN

20 años después: unas cuantas razones para querer a Estados Unidos

Un hombre observa la Estatua de la Libertad desde Jersey City.

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En los 20 años que han pasado desde que cayeron las torres gemelas, he escrito muchísimo sobre Estados Unidos. Lo he hecho desde aquí y desde allí, en blogs que no leía nadie y en espacios tan cotizados como el que me dejan en elDiario.es. Solo en los más de 200 artículos que he publicado por aquí, he intentado explicar algunas de las aristas más oscuras y amargas de un país que me fascina: he hablado mucho de imperialismo, de desigualdad, de racismo, de su relación enfermiza con las armas o de su irracional sistema de salud.

Y por el camino, casi siempre, me he dejado los aspectos más brillantes e inspiradores de un país enorme, diverso y apasionante. Es hora de ajustar cuentas, aunque sea por un día.

EEUU es un país de activistas

Gran parte de las críticas que recibe EEUU, con buen motivo, tienen que ver con ese absurdo rechazo a crear un sistema de bienestar a la altura de su riqueza. Sin embargo, cada vez que lo denunciemos, deberíamos añadir también que los estadounidenses intentan rellenar esos agujeros con una conciencia cívica de la que podríamos aprender mucho: el cliché cinematográfico de llevarle una tarta a los vecinos cuando se mudan o hacer una colecta para la familia de un fallecido es un reflejo de las carencias de la protección social, pero también una expresión de un fuerte sentido de comunidad.

Los estadounidenses tienen una cultura de participación ciudadana envidiable aunque vaya a menos: uno de cada cuatro dedica parte de su tiempo a colaborar gratuitamente con alguna causa, el triple que en España. El 73% ha donado dinero a organizaciones benéficas, el doble que los españoles. Puede que nos sorprenda que los ricachones estadounidenses paguen y le pongan su nombre a un tramo de autovía o a un museo y desde luego puede ser un síntoma de la precariedad del gobierno, pero al menos existe una conciencia social hasta en los más afortunados de contribuir de algún modo a lo común. Y sí, aquí también desgrava.

Además, esa cultura del activismo tiene unos cauces políticos más directos que en otros países. Su sistema federal es disfuncional y poco representativo, pero tiene una gran ventaja para el activismo político: una separación de poderes y una vigilancia al gobierno muy superior. En España, cada vez que un diputado vota en contra de lo que dice su partido, lo sancionan y es noticia. En EEUU sucede a diario. Los congresistas y senadores reciben presiones empresariales y partidistas, pero indudablemente están mucho más sujetos a sus votantes que los representantes públicos españoles escogidos en listas cerradas, cuya carrera depende principalmente de los líderes de su partido. También son muchos más los cargos públicos elegidos en las urnas y las posibilidades que tienen los votantes de organizarse y echar a un político antes de tiempo. 

La tradicional alergia estadounidense al gobierno tiene una última ventaja adicional: una sana actitud general de desconfianza hacia el poder. Por recurrir a otra cita cinematográfica, cada vez que un estadounidense se indigna en la gran pantalla y dice “soy un ciudadano que paga sus impuestos y tengo mis derechos”, detrás hay un acto de individualismo, pero también una cultura común de reclamarlos frente a la autoridad. Existe una tradición muy viva de desobediencia civil, asociacionismo y acción política. Las huelgas, los boicots y las protestas no violentas han transformado muchas desigualdades en el pasado y aún se emplean hoy en día contra otras muchas que siguen vigentes.

La falacia del “país de ignorantes”

De todos los estereotipos injustos y malintencionados sobre los estadounidenses, el más infundado es el de que son unos garrulos. Nos encantan esos vídeos en que un estadounidense no sabe localizar España en un mapa, como si en una calle española cualquiera fuera a encontrar mucha gente capaz de señalar Bélgica. Tampoco encontramos un reflejo de eso en el nivel educativo: el 90% de los estadounidenses ha completado la educación secundaria, casi 30 puntos más que en España, y en los rankings de PISA obtienen puntuaciones similares o superiores. 

Pero más allá del nivel educativo, en EEUU existe una tradición consolidada de conocimiento y excelencia. Si conocemos tan bien las miserias y las carencias de EEUU es porque los estadounidenses hacen investigación de alta calidad sobre los fenómenos menos agradables de su sociedad. Si podemos escribir artículos bien documentados sobre los sus problemas sociales es porque las instituciones educativas del país llevan décadas documentándolos y porque también existe una cultura de transparencia, registro y acceso a la información oficial mucho más antigua y profunda. Nuestra Ley de Transparencia es de 2013, la suya es de 1967.

Podríamos hablar de que acoge la mayoría de las mejores instituciones educativas e investigadoras del mundo,  o de sus casi 400 premios Nobel que son prácticamente el triple que los de cualquier otro país. Sin embargo, no se trata tan solo de la élite del conocimiento. Los estadounidenses van tres veces más a las bibliotecas públicas que los españoles y emplean en la lectura más o menos el mismo tiempo que nosotros. Gastan más en música que ningún otro país del mundo y van al cine el doble que nosotros. No hay motivo para mirarles culturalmente por encima del hombro, sin entrar siquiera a valorar que buena parte del contenido cultural que se consume aquí viene de allí.

Un lugar verdaderamente diverso

EEUU es un lugar complejo, en el mejor sentido de la palabra. Maravilloso en su complejidad. Un país que nació diverso no solo en los colores de piel, que también, sino en casi todos los aspectos de la vida social. El supremacismo blanco ha intentado erradicar a algunas comunidades y someter a una vida inferior a otras, pero la idea de una sociedad homogénea que obsesiona a otros países ricos es simplemente imposible en esa parte del mundo. El país tiene gravísimos problemas de racismo y desigualdad, pero no le asusta mirarse al espejo: estudia en profundidad sus propios desequilibrios y mantiene sobre ellos un debate social mucho más antiguo, amplio y bien documentado que casi cualquier otro país del mundo. 

Como digo, EEUU es un país complejo y difícil de explicar. Se resiste a las grandes generalizaciones y a la brocha gorda, pero mucho más a una costumbre muy nuestra de interpretar todo lo que allí pasa en clave política española. En mi opinión, tenemos el mal vicio de intentar importar los peores excesos de su vida política o su sistema social, sin preocuparnos de entender bien el país y sobre todo sin pararnos también a replicar sus mejores aciertos. Copiamos mucho y copiamos mal.

Miramos hacia EEUU y eso, supongo, es inevitable. El país todavía es el más fuerte, aunque sus debilidades están más expuestas que nunca y tienen mucho más que ver con sus conflictos internos que con el estado del resto del planeta. Para entender el futuro, hay que intentar entender EEUU, lo que se vive allí dentro y las consecuencias que puede tener en su papel en el mundo. Eso también incluye ajustar nuestras propias expectativas, ya que solemos querer que no vaya por ahí imponiendo su voluntad, pero también le reclamamos que use su fuerza para apoyar las causas que consideramos justas. En ambos casos llevamos razón, pero es un equilibrio difícil.

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