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Nicaragua: la erupción inesperada

Imagen de las protestas en Nicaragua.

Tania Montenegro

Managua —

Nadie lo vio venir. Ha ocurrido demasiado en estos nueve días, pero ha sido suficiente para tener claro que en Nicaragua ya nada será igual. El país sigue conmocionado por la confirmación de 35 personas muertas (faltan 28 por verificar), en su mayoría jóvenes, producto de los primeros cuatro días de una protesta juvenil que ha despertado a toda la sociedad. 500 jóvenes estuvieron atrincherados en un recinto universitario y pusieron en jaque al Gobierno de la pareja presidencial de Daniel Ortega y Rosario Murillo, movilizando inmensas redes de apoyo popular y obligando a organizar un diálogo nacional con diversos actores.

El Frente Sandinista que un día fue la esperanza de la izquierda es comparado con la dictadura a la que derrocó, al enfrentar a fuerzas armadas contra jóvenes que batallaron solo con piedras e indignación.

Lo que el 18 de abril comenzó como una protesta pacífica contra las reformas al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), se ha convertido en un grito unificado de demandas que exigen que la “dictadura Ortega-Murillo” abandone el poder, que pare la represión, se procese a los responsables de los asesinatos y se haga justicia. Quieren un cambio real. Protagonizan los estudiantes y la población alzada en rebelión con el respaldo de la Iglesia católica, organizaciones sociales y hasta la empresa privada, hasta hace poco aliada del Gobierno.

Las semanas anteriores fueron la antesala para crear lo que hoy se conoce como el 'Movimiento Nacional de Jóvenes Universitarios 19 de Abril', un espacio formado por mujeres y hombres que no sobrepasan los 30 años de diversas procedencias. Nicaragua vuelve a convertirse en un laboratorio social con una juventud que ha roto con modelos de organización anteriores: sin partidos políticos ni un liderazgo único que encabece la lucha. Con sus acciones han logrado convocar a amplios sectores de la sociedad bajo la bandera nacional azul y blanca. Algo muy difícil de entender para todos los sectores que les superan en edad. “No somos de izquierda ni de derecha, somos una Nicaragua arrecha (enojada)”, repiten a lo largo del país.

Son varios movimientos y también son uno. Han evolucionado en cuestión de horas. Ninguna encuesta ni analista social había previsto la sorpresa que ha dejado estupefacta a una sociedad que les ha calificado como una generación Millenial. Hay nuevas caras y las chavalas han asumido el protagonismo a la par de los chavalos en la lucha.

La antesala fue la represión a las protestas juveniles ante la negligencia del Gobierno frente al incendio de 10 días en la reserva biológica Indio Maíz, ubicada en la frontera sureste con Costa Rica y considerada reserva de biósfera por la Unesco. Esta es una generación que ha crecido con este Gobierno y que se caracteriza por tener más conciencia ambiental.

Conocen la historia reciente de boca de sus abuelas o abuelos, padres o madres, como el caso de Paula, una joven exintegrante de la Juventud Sandinista, para quien las comparaciones de la situación actual con los hechos que motivaron la lucha contra Somoza, han sido demasiado evidentes. “Yo me salí porque vi cosas que no me parecían bien, mucha manipulación y corrupción, están usando a los jóvenes. El poder está en duda y por eso muchos sandinistas se les han volteado”, sostiene.

Las reformas anunciadas el 16 de abril implicaban un aumento de las tasas de cotización tanto para empleados como para empleadores, incluyendo un impuesto del 5% sobre las pensiones de jubilación en concepto de pago por medicamentos. Este fue el punto de ruptura. Estas medidas buscaban capitalizar al INSS, debido, entre otras cosas, a que sus fondos han sido “caja chica” del Gobierno y de inversiones inmobiliarias fracasadas de las cuales no han rendido cuentas.

La represión

El repudio social comenzó cuando jóvenes de la Juventud Sandinista golpearon a pensionistas que reclamaban en la calle, reeditando el mismo maltrato ocurrido a personas de la tercera edad que en 2013 pedían una pensión reducida (protesta conocida como #OcupaINSS). Estos nuevos golpes y la falta de respeto al derecho a reclamar desataron la rabia, y empeoró cuando jóvenes de ambos sexos, en su mayoría estudiantes universitarios, fueron reprimidos brutalmente al tomar las calles para apoyar su lucha en diversos puntos del país.

Las batallas campales comenzaron en las calles cercanas a las universidades de la capital y otros sitios públicos, cuando integrantes de la Juventud Sandinista y de grupos paramilitares financiados por el Gobierno, golpearon y asaltaron a quienes protestaban, secundados por la Policía antidisturbios que prácticamente ejercieron de guardaespaldas de las “turbas orteguistas”. Hasta sacaron al Ejército. Hubo golpes y robos a periodistas y protestantes. Para evitar la difusión de la represión, sacaron de emisión a cuatro medios de comunicación independientes.

La represión comenzó con gases lacrimógenos, balas de goma, golpizas, detenciones ilegales con exceso de violencia y tortura y, finalmente, con balas. Demasiadas coincidencias con el actuar de la Guardia Nacional de Somoza que profundizaron la indignación de un pueblo que no esperaba volver a vivir escenas como estas. Entonces las personas de a pie se unieron a la lucha en diferentes puntos del país.

El 19 de abril fueron asesinados los primeros estudiantes y un policía, por eso el Movimiento asumió la fecha como emblema de la lucha. Las lágrimas dieron paso a la acción: esa misma noche la gente salió a las calles y la protesta se multiplicó en varios departamentos, sumando más muertos, heridos, detenidos y desaparecidos a la lista. Monimbó, el barrio indígena de Masaya, León y Estelí, iconos de la insurrección sandinista, reventaron en sendas protestas.

Mientras tanto, Rosario Murillo, vicepresidenta del país y esposa del presidente, descalificó las protestas de “minúsculos grupos de la derecha” (luego habló de la CIA y después acusó al Movimiento Renovador Sandinista). Sus insultos contrastaron con el manido discurso de amor y paz llamando a los manifestantes “almas pequeñas”, “tóxicos”, “vampiros”, “sedientos de sangre” y “vándalos delincuentes”, además de justificar las agresiones de su bando aludiendo “defensa propia”.

Había demasiados testigos en su contra: las redes sociales se llenaron de las crudas escenas de las turbas y de la Policía repartiendo garrote, robando y golpeando indiscriminadamente a personas mayores, mujeres y hombres jóvenes, niños, periodistas y población que circulaba por los sitios de protesta. Ángel Gahona, periodista del Caribe Sur que transmitía en directo, fue asesinado el 22 de abril.

En Managua hubo una marcha multitudinaria que llenó seis kilómetros, la más relevante en las últimas décadas, que culminó en la trinchera simbólica de la revuelta, la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli). La gente perdió el miedo y se nota.

Las escenas ya están en la memoria y no serán olvidadas: jóvenes sin un ojo, muertos en charcos de sangre, vapuleados salvajemente, hospitales negando la atención a los heridos por órdenes del Gobierno, madres y padres penando de un lugar a otro buscando a sus hijos, gente saqueando mientras otros defienden supermercados y negocios en sus barrios, patrullas de la policía siendo cómplices del saqueo; adolescentes y muchachos declarando cómo autoridades del sistema penitenciario los torturaron sin agua ni comida y luego los dejaron rapados, sin ropa y descalzos en carreteras aledañas a la cárcel de máxima seguridad en el país…

Como escenario de fondo han resurgido lemas revolucionarios como “el pueblo unido jamás será vencido”, “patria libre o morir”, “que se rinda tu madre” (frase histórica del poeta Leonel Rugama antes de ser asesinado por la Guardia Nacional), y otros más recientes como “Ortega y Somoza son la misma cosa”, “democracia sí, dictadura no”, “señor, señora, no sea indiferente, nos matan estudiantes en la cara de la gente” y “no tenemos miedo”, por nombrar algunos.

Las protestas han retomado la emblemática canción Que vivan los estudiantes de los Guaraguao, la música de los hermanos Mejía Godoy, y hasta el himno nacional, casi en desuso, durante las marchas y plantones.

La creación de redes de apoyo a todas las personas que respaldan la protesta ha sido impresionante. Estudiantes de Medicina improvisaron puestos de salud dentro de la Universidad Politécnica y en sitios cercanos a las protestas en cada punto del país, el personal médico de muchos hospitales se negó a cumplir la orden de no enviar ambulancias ni recibir a los heridos. Las iglesias abrieron sus puertas. La gente ha compartido agua, comida, medicinas, ropa, máscaras, dinero y todo lo que tienen a mano para apoyar, e incluso, privados de libertad documentaron el maltrato a los protestantes detenidos. La solidaridad pervive como un valor de este pueblo.

El cambio de tono

Ante semejante movilización social, el Gobierno dio dos pasos atrás: convocó a un diálogo con el Consejo Superior de la Empresa Privada, y ante su negativa de participar si no se tomaba en cuenta a otros sectores, incluyendo al estudiantado, al día siguiente el presidente Ortega anunció la revocación del decreto.

A estas alturas la agenda de lucha ya no tiene que ver solo con el INSS, sino con la justicia ante los asesinatos y la represión, la criminalización de los movimientos sociales que luchan contra el canal interoceánico en tierras indígenas y campesinas, las concesiones mineras, los feminicidios y otras formas de violencia contra las mujeres, las masacres a personas civiles, la corrupción estatal, el clientelismo político, las elecciones fraudulentas y un listado que continúa. La realización de un diálogo nacional con la Iglesia católica como mediadora y testigo, no es suficiente si no se procesa primero a los responsables de la matanza.

Aunque ya no hay francotiradores en las calles, el Gobierno continúa la manipulación mediática para desprestigiar esta lucha, además de dividir al naciente movimiento. Son muchos eventos y emociones acumuladas y el futuro es incierto. Nicaragua quiere dar vuelta a la página para que el pasado no vuelva a repetirse, como en estos días en que el país volvió a polarizarse y hay muchas familias divididas. El chavalero, que también enfrenta una presión de infiltrados que socavan la unidad, es una gran esperanza. Eso sí, como coreaban feministas organizadas en la ciudad norteña de Matagalpa, hay una idea en que muchas personas confluyen: “Patria libre, ¡para vivir!”. La erupción continúa.

Tania Montenegro es periodista nicaragüense independiente

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