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AMLO: el presidente que busca un lugar en la historia

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en una imagen de archivo. EFE/ Sáshenka Gutiérrez

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Cada mañana, Andrés Manuel López Obrador recorre los pasillos y escalinatas del Palacio Nacional, un monumento histórico construido en el siglo XVI, situado en el Zócalo de la Ciudad de México, que le sirve de residencia, oficina y cuartel estratégico. Aun antes de rendir protesta como presidente, decidió irse a vivir al mismo recinto que habitaron los virreyes de la época colonial, el emperador Maximiliano a mediados del siglo XIX y el expresidente Benito Juárez, quien murió en ese mítico lugar que, hasta antes de 2018, solo era visitado por presidentes en ceremonias cívicas o informes de gobierno. 

Con López Obrador, la residencia de Los Pinos –hogar de los presidentes mexicanos desde 1934– fue “devuelta al pueblo”, convertida en centro cultural y en una especie de museo del morbo recorrido por miles de personas para conocer las alcobas y vestidores del expresidente Enrique Peña y su exesposa, la actriz de telenovelas Angélica Rivera, o el búnker en el que Felipe Calderón planeaba la guerra contra el narco. Cabeza de una Administración sostenida en símbolos, López Obrador ha hecho del Palacio Nacional el epicentro de la política y la vida pública de México. 

Hombre de rutinas, se levanta a las 5:00 de lunes a viernes; dedica media hora a su arreglo personal y otra media a la lectura de noticias. Poco antes de las 6:00 camina hacia su despacho en medio de una hilera de cadetes militares que le rinden honores con clarines y cornetas, mientras los primeros rayos de luz asoman en los patios del palacio. Cada día, el presidente encabeza la reunión del Gabinete de Seguridad, en el que autoridades civiles y militares le dan el parte del día de una guerra que él no declaró, pero que sigue desangrando al país. Después, camina hasta el Salón de la Tesorería, un sobrio espacio en la planta baja, que los anteriores presidentes ocupaban para ofrecer cenas a altos dignatarios y hoy es el escenario de las famosas conferencias mañaneras, inéditos intercambios con la prensa en los que el presidente informa, comenta, debate y fija la agenda pública.

Hasta el 31 de mayo de 2021, en 913 días de gobierno, López Obrador había protagonizado 619 de estas conferencias de prensa, con una duración promedio de 108 minutos y decenas de medios presentes. Este oráculo matutino sirve igual para presentar informes sobre el programa de vacunación contra la COVID-19 que para girar instrucciones en tiempo real a los miembros del gabinete. La mañanera ha servido para difundir, en vivo y a todo color, la participación del presidente en una cumbre de la ONU sobre cambio climático, o para cantar 'Las mañanitas' a las mamás el 10 de mayo, Día de la Madre en México.

Aunque, a partir de abril de 2021, durante las campañas de las elecciones federales de medio sexenio –en las que se votó para renovar una de las dos cámaras del Congreso de la Unión, la mitad de las gubernaturas y el 97% de los cargos municipales del país–, el presidente ha hablado sobre todo de su tema favorito: el conservadurismo, sus rivales neoliberales, el pasado corrupto y los empresarios depredadores que quieren boicotear su proyecto de gobierno, al que él mismo denomina “cuarta transformación” y que los periodistas abrevian como “la 4T”.

López Obrador dice que su arribo al poder fue una revolución pacífica comparable a las tres grandes revoluciones –esas sí, armadas y violentas– de la historia mexicana: la Independencia de 1810-1821, la Reforma de 1857 y la Revolución de 1910-1917. Con ese relato sobre la razón de ser de su llamado Movimiento de Regeneración Nacional (que da nombre a Morena, el partido que fundó en 2014), López Obrador justifica la mayor parte de las acciones de gobierno. Decisiones juzgadas como descabelladas por sus críticos, como cancelar la construcción de un aeropuerto que llevaba dos años en desarrollo y una inversión de 160.000 millones de pesos (seis mil millones de euros), construir una refinería en la era de las energías renovables, crear un “instituto para devolverle al pueblo lo robado” o rematar un avión presidencial recién adquirido, para él son timbre de orgullo: reflejan que ahora sí hay un Gobierno que ve primero por los más desfavorecidos.

Tampoco lo arredra el hecho de que los medios icónicos de la prensa internacional critiquen a su Administración o adviertan que la 4T llevará a México a un desfiladero. Cuando el prestigiado semanario inglés 'The Economist' publicó en su edición de mayo una portada con López Obrador en ella, titulada “El falso mesías mexicano”, y un editorial llamando a los mexicanos a votar en contra de Morena en las elecciones del 6 de junio, el presidente dedicó al tema más de 10 minutos en tres mañaneras, explicando que el conservadurismo y la reacción tienen redes internacionales que buscan boicotear su proyecto. “Están molestos porque la gente está apoyando una transformación. Entonces, sacan esta portada majadera, muy grosera, desde luego mentirosa”, dijo.

En este ciclo electoral, López Obrador ha dirigido sus misiles contra la prensa, los intelectuales, las organizaciones de la sociedad civil y las autoridades electorales. Ha denunciado que la embajada de Estados Unidos financia ilegalmente organizaciones como Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad o Artículo 19 Capítulo México, para desestabilizar a su Gobierno. Y ha dicho que el Instituto Nacional Electoral (INE) –un organismo público autónomo creado en 1990 para acabar con los fraudes electorales de la época priista– no sirve para promover la democracia, sino para obstaculizarla. El presidente ha criticado a los consejeros electorales cuando estos aprueban decisiones que afectan a los candidatos de Morena, como la de sacar de la jugada a dos de ellos que violaron las reglas de financiamiento de sus candidaturas.

Según datos del INE, de las 36 mañaneras de la campaña electoral, en 29 el presidente violó la Constitución, pues esta le prohíbe –a él y a cualquier funcionario público– hablar a favor o en contra de partidos políticos, difundir encuestas con pronósticos electorales o hacer propaganda de acciones y logros de gobierno.

El presidente se ha convertido en el principal infractor del estricto marco legal que regula la comunicación política en México, producto de una reforma constitucional que la izquierda promovió en 2007, tras la polémica elección presidencial en la que López Obrador alegó fraude y acusó al entonces presidente, Vicente Fox, de desequilibrar el terreno con su intromisión en el proceso. Es paradójico que, hoy que está en el poder, López Obrador sea el principal detractor de ese modelo y del sofisticado sistema electoral del que él mismo se valió para llegar a la Presidencia en 2018.

En las campañas de 2018, López Obrador se definió como un necio –el necio de la canción de Silvio Rodríguez–, y aseguró que la terquedad y la perseverancia lo llevarían a la Presidencia. Ya en el poder, usa la misma palabra para defender sus políticas y su costumbre de comentar sin tapujos sus decisiones más controvertidas. Empecinado en lograr un lugar en la historia, no da tregua a sus colaboradores, críticos y gobernados. Se ha colocado en el centro del debate y de la agenda pública. Aunque no estuvo en las papeletas, las elecciones del 6 de junio giraron en torno a su persona. Él mismo anticipó el dilema: “O se está a favor de la transformación o se está en contra, eso es lo que se va a decidir”.

Más o menos López Obrador, esa era la principal decisión para los 93,5 millones de mexicanos en edad de votar convocados a las urnas el 6 de junio de 2021. En realidad, de eso ha tratado el relato mexicano del siglo XXI: sí o no a López Obrador, el hombre que polariza; el político al que amas o detestas, sin medias tintas. 

López Obrador perseveró hasta llegar a la Presidencia a sus 65 años, en su tercera elección, y no se conforma con un ejercicio convencional del poder. Lo suyo es la historia, que todos los días recrea mientras recorre el palacio, con sus salones virreinales y los retratos de sus próceres, en cuya galería sueña acomodarse un día.

Por lo pronto, hoy su retrato es tan incierto como el futuro de su cuarta transformación.

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