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Un Asad victorioso está ya en condiciones de repartir los contratos de la reconstrucción en Siria

Imagen de archivo de Siria. (EFE).

Javier Biosca Azcoiti

Para algunos, las calles y edificios destruidos de Siria se pueden convertir en una mina de oro. Siete años después, la victoria del régimen cada vez está más cerca y un país arrasado es un país lleno de oportunidades. Cemento, electricidad, asfalto... Todo son necesidades y las empresas empiezan a ver en Siria un posible terreno fértil para hacer negocios.

Los estados que han ayudado a Asad en el campo de batalla, como Rusia e Irán, ven el momento de recoger los frutos de un trabajo que les ha costado millones de dólares y, en ocasiones, agitación política interna. Ocurrió lo mismo en Irak tras la invasión de 2003, aunque en esa ocasión con gobiernos diferentes. 

El Gobierno sirio presentó oficialmente sus planes en agosto de 2017 con la celebración de la Feria Internacional de Damasco. Tras cinco años suspendido, el acto volvió a poner a Siria en el mapa de los negocios. Según el enviado especial de la ONU para Siria, Staffan de Mistura, el precio de la reconstrucción no será inferior a 250.000 millones de dólares. Por su parte, el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Aboul Gheit, eleva la cifra hasta los 900.000 millones. 

A medida que Asad consolida su poder sobre el terreno, el presidente se ve en una posición de poder para repartir contratos privilegiando a los que le han apoyado. El primer ministro sirio, Imad Khamis, aseguró que la prioridad de inversiones se dará a los empresarios de “naciones amigas y hermanas que se situaron del lado sirio en su guerra contra el terrorismo”. En una reunión a principios de año entre el primer ministro y una delegación parlamentaria iraní, Khamis prometió prioridad a las compañías iraníes en todos los procesos de reconstrucción e inversión en Siria.

Además, en el caso de Irán, no serán las empresas privadas sino la Guardia Revolucionaria Iraní la que gestione los proyectos de reconstrucción. Esto garantiza al poderoso brazo armado de Irán un gran poder e influencia en el futuro de Siria.

Teherán ya ha firmado acuerdos con Damasco para restablecer la red eléctrica y proporcionar servicios de telecomunicaciones. También se han firmado contratos de explotación minera. Rusia, que declaró el final de las operaciones aéreas el mes pasado, será otro de los grandes beneficiados. Según informa RT, ya se han firmado acuerdos de reconstrucción entre ambos países e incluso están trabajando en la creación de un banco conjunto para facilitar las transacciones.

Un poder relativo

Con una economía destrozada, Asad no está en condiciones de pagar esa reconstrucción, por lo que su posición de poder está condicionada por la economía. El PIB se ha reducido a causa de la guerra entre el 50% y el 60%. Se calcula que la producción de petróleo ha caído un 98%, pasando de 386.000 barriles al día a 9.000 barriles.

Además, aunque a medio plazo pueda llegar a controlar todo el territorio sirio, tiene a buena parte de la comunidad internacional en contra, lo que significa que no estarán dispuesta a financiar la reconstrucción de un país gobernado por Asad. La enemistad internacional complicará gravemente la recaudación de fondos para poner en marcha de nuevo un país entero.

“Nos deberíamos asegurar que ni un dólar va destinado a reconstruir nada que esté bajo control de este régimen brutal”, aseguró en octubre el consejero de Seguridad Nacional estadounidense, H.R. McMaster.

Aun así, Asad se muestra optimista e incluso desafiante. En un discurso unos días antes de inaugurar la Feria de Damasco, el presidente sirio afirmó: “Occidente padece megalomanía. Si habla de comunidad internacional, esa comunidad es Occidente. Para ellos, el resto del mundo es un rebaño y piensan que si cortan relaciones han cortado nuestro oxígeno”. “Política, económica y culturalmente tenemos que mirar hacia el Este”, añadió.

“Opción de negocio para futuro”

Mientras tanto, el sector privado del resto del mundo, especialmente infraestructuras y construcción, empieza a estudiar una futura entrada en el país. La mayor cementera del mundo, LafargeHolcim, ha asegurado a este diario que no tiene planeado en este momento reanudar su actividad económica en Siria.

Su caso es especial porque fue una de las pocas multinacionales que mantuvo sus operaciones hasta bien entrada la guerra. El motivo: pagaba a los grupos armados que controlaban la zona, entre ellos ISIS. Ello no impidió que el 19 de septiembre de 2014, miembros de esta organización terrorista se apoderasen de la fábrica.

“La situación a día de hoy no es segura en la mayor parte del país como para comenzar operaciones en Siria, pero se considera una opción de negocio para futuro”, asegura una fuente del departamento de seguridad de una multinacional del sector de la construcción. “Entendemos que será el Gobierno sirio y sus aliados quienes financien la reconstrucción. Además de otros países e instituciones internacionales a través de programas de créditos y donaciones”, añade.

China celebró a principios de agosto la Primera Feria de Proyectos de Reconstrucción en Siria. Pocos días antes, Jordania hizo lo propio con Syria ReBuild 2017, organizada por la Asociación de Contratistas Jordanos y el Ministerio de Obras Públicas. Líbano está ampliando su puerto de Trípoli para adecuarlo a lo que las autoridades creen que será una gran demanda de materiales de construcción. Egipto también se ha mostrado muy interesado en la reconstrucción –30 empresas egipcias participaron en la Feria de Damasco– y el presidente de la Asociación de Ingenieros Egipcios cree que las empresas nacionales podrían llevarse el 20% de los contratos de construcción.

Otros países como Brasil, a pesar de haber criticado a Asad, están cediendo ante su inminente victoria y quieren reabrir su embajada y restablecer relaciones diplomáticas. El ministro de Exteriores brasileño, Aloysio Nunes Ferreira, cree que eso puede ayudar a que cuando acabe la guerra las empresas brasileñas puedan participar en la reconstrucción.

La reconstrucción en Siria puede ser fuente de futuros problemas si el presidente decide –además de castigar a las potencias extranjeras “enemigas”– abandonar las zonas del país que han estado controladas por los insurgentes, generando así desigualdades y más tensiones internas.

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