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El aumento de los ataques del grupo rebelde M23 tensa las relaciones entre Ruanda y la República Democrática del Congo

Varias personas huyen del territorio de Masisi, en la República Democrática del Congo, tras los enfrentamientos entre los rebeldes del M23 y las fuerzas gubernamentales, en una carretera cerca de Sake, en el 7 de febrero de 2024.

David Soler Crespo

Gisenyi (Ruanda) —

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En Gisenyi todo está demasiado tranquilo. En las orillas del lado ruandés del precioso lago Kivu, la gente sigue con su vida diaria, trabajando con normalidad. Cuando acaba su jornada laboral en una empresa de diamantes, Junior, que prefiere no decir su apellido, vuelve cada día al puesto fronterizo para que le estampen uno más de las decenas de sellos que tiene en su permiso de trabajo y poder volver a casa.

Junior es congoleño y forma parte de las 5.000 personas que cruzan la frontera diariamente entre la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda por trabajo, en ambas direcciones. “Estamos preocupados por los rebeldes, pero prefiero seguir viviendo en Goma”, dice a elDiario.es con una risa nerviosa.

La frontera que cruza cada día es ahora la única salida que tienen los más de dos millones de habitantes de Goma, la capital de la región de Kivu Norte, en el este de la RDC. Allí llegan cada vez más personas huyendo de la violencia del grupo rebelde M23, que controla todas las salidas por carretera. La única alternativa es huir por el aeropuerto o por el lago Kivu.

El M23 ha asegurado que no busca entrar en la ciudad y, de hecho, la última localidad con la que se hicieron el pasado 6 de marzo fue la ciudad de Nyanzale, un enclave a 100 kilómetros de Goma, más alejado que otras zonas de su influencia. Allí había muchos refugiados de otras áreas cercanas y se calcula que huyeron alrededor de 100.000 en pocos días, la mayoría en dirección a Goma.

En febrero, 144.000 personas fueron desplazadas por enfrentamientos entre el M23 y fuerzas congoleñas y de la ONU en enclaves como Sake, Ndumba, Ngumba y Rutobogo, todos a pocos kilómetros de Goma. En total, ya hay más de 2,5 millones de desplazados en la región de Kivu Norte por los ataques de esa milicia, que controla al menos la mitad de la rica región minera, con más de siete millones de desplazados en todo el país, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

El Fondo para la Infancia (UNICEF) y el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas han pedido que se proteja sobre todo a los niños, la mitad de todos los desplazados el pasado febrero, y han dicho que se necesitan hasta 700 millones de dólares en los próximos seis meses para atajar la emergencia humanitaria.

El M23, entre la RDC y Ruanda

El M23 debe su nombre a una fecha: el 23 de febrero de 2012. Ese día 300 combatientes en la segunda guerra del Congo acusaron al Gobierno de no cumplir lo pactado para el fin del conflicto, incluida su integración en el Ejército. En pocos meses, sorprendieron por su capacidad operativa y consiguieron capturar la ciudad de Goma, pero en 2013 fueron derrotados y desaparecieron del mapa, hasta 2021, cuando el grupo armado anunció su vuelta a la actividad y comenzó a recuperar territorios en Kivu Norte.

Para entender el papel de Ruanda hay que retrotraerse a la historia del genocidio cometido allí en 1994 por la mayoría hutu contra la minoría tutsi. Cuando las fuerzas de Paul Kagame, tutsis, se hicieron con el control y frenaron el genocidio, muchos hutus se escondieron en los bosques de la RDC. El M23 está compuesto mayoritariamente por congoleños de la etnia tutsi y se enfrentan a las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), un grupo considerado terrorista por Ruanda y liderado por miembros hutu que participaron en el genocidio.

Ruanda acusa a la RDC de dar cobijo a las FDLR y armarlas. Y la RDC acusa, a su vez, a Ruanda de financiar y apoyar al M23 para causar violencia y caos en el país. “Nos están utilizando como chivo expiatorio”, afirma a este diario el portavoz del Ejército ruandés, el general Ronald Rwivanga, en la sede central en Kigali, capital del país.

Rwivanga reafirma la posición ruandesa de que el Gobierno de Kinsasa está armando a las FDLR. “El gobierno del Congo está armando a estos genocidas para que regresen a Ruanda”, afirma, y amenaza sobre una próxima escalada de la tensión. “En algún momento, realmente tendremos que ser más proactivos para lidiar con estos elementos de las FDLR”, añade.

Sin embargo, el presidende de la RDC, Félix Tshisekedi, acusa a Ruanda de usar el genocidio como pretexto para armar a la insurgencia con el objetivo de controlar los minerales del este del país. Ruanda no tiene recursos minerales propios, pero al otro lado de la frontera, en la región de Kivu Norte, hay materias primas valiosas como oro, coltán, uranio, diamantes y minerales raros como la turmalina o el wolframio, utilizados en la industria cosmética y para fabricar circuitos eléctricos. 

La RDC tiene dos terceras partes del coltán y un 50% del cobalto de todo el mundo, minerales vitales para las baterías de teléfonos móviles y otros aparatos. En total, el valor de todos los minerales del Congo se estima en 24 billones de dólares estadounidenses, casi cien veces más que el PIB de Estados Unidos.

No sólo la RDC acusa a Ruanda. La ONU, Francia y Estados Unidos han pedido al país que deje de financiar y armar al M23, que puede con todos sus rivales: el Ejército nacional, los wazalendo (combatientes que se han unido recientemente a las tropas regulares), las fuerzas regionales —antes, de la Comunidad de África Oriental y, desde el pasado diciembre, de la Comunidad de Desarrollo de África Austral— e, incluso, los 13.500 cascos azules de la Misión de Paz de la ONU (MONUSCO).

En 2022, el secretario general del organismo, Antonio Guterres, tuvo que admitir resignado que “el M23 es un ejército moderno con armamento pesado y equipamiento más avanzado que el de la MONUSCO”. Desde 1999, la MONUSCO ha sido incapaz de garantizar la seguridad y ha recibido graves acusaciones de violaciones de derechos humanos. Ante su inefectividad, el presidente Tshisekedi pidió su retirada. Las primeras tropas abandonaron el país a finales de febrero y se espera que todos los soldados de la ONU se marchen antes de final de año. 

Amenazas cruzadas

El 17 de febrero, el Gobierno congoleño acusó a Ruanda de lanzar desde su territorio un ataque con dron dirigido contra el aeropuerto de Goma. Tras la acusación, se informó de la llegada de tropas ruandesas a Gisenyi, un despliegue que confirmó a elDiario.es el portavoz del Ejército ruandés. “Las fuerzas se han desplegado en situación de defensa”, dijo el General Rwivanga. “Sería un error desde el punto de vista táctico quedarnos de brazos cruzados cuando vemos que jefes de Estado nos amenazan con atacarnos. Estamos preparados para cualquier cosa”, añadió el portavoz.

En diciembre del año pasado, Tshisekedi, dijo en campaña electoral que si ganaba la reelección pediría la autorización para invadir Ruanda. “Estoy harto de las invasiones y de los rebeldes del M23 respaldados por Kigali”, dijo en un mitin el mandatario. “Si me reeligen y Ruanda persiste… solicitaré al Parlamento y al Congreso que autoricen una declaración de guerra. Marcharemos sobre Kigali. Dígale a Kagame que esos días de jugar con los líderes congoleños han terminado”, gritó a sus seguidores. Tshisekedi ganó la reelección, pero desde entonces sólo se ha recrudecido la violencia del M23.

La 37ª Cumbre de la Unión Africana reunió a Tshisekedi y a Kagame en Etiopía, a mediados de febrero, pero los esfuerzos de otros líderes del continente, como el angoleño, Joao Lourenço, no llevaron a un acuerdo entre los dos rivales.

A pesar de la escalada de tensión dialéctica entre ambos países y los crecientes ataques alrededor de Goma, la frontera restituye una imagen de aparente calma.

En la llamada Corniche, puesto fronterizo del lado ruandés, siguen trabajando con normalidad funcionarios de ambos países, unos al lado de otros, tramitando entradas y salidas. “Lo que piensen para sí mismos no lo sabemos, pero a nosotros no nos lo dicen”, señala un funcionario ruandés que prefiere ocultar su identidad. “Sólo cuando hay rumores de que puede haber ataques o manifestaciones, se ve un incremento sobre todo de trabajadores internacionales que trabajan en Goma, pero es algo temporal”, asegura.

En la Grand Barriere, del lado congoleño, el paso de camiones es constantes y un funcionario asegura que todo sigue igual que siempre con sus homólogos ruandeses.

A pesar de lo que se rumorea, a Bosco Ruranganwa no le preocupa que cierren la frontera: “Pueden decidir cerrarla, pero es poco práctico”, afirma este camionero que lleva cinco años transportando productos de un lado a otro. Asegura que ser ruandés no le ha afectado a la hora de trabajar en la RDC, aunque en el país vecino todo el mundo sepa que es ruandés por su altura, una característica de este pueblo. Aun así, admite que prefiere estar en su país, por lo que pueda pasar. “Hay algo de temor por lo que ocurre, por eso es mejor estar en tu país. Si ves que hay guerra al otro lado de la frontera, es mejor quedarse aquí”.

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