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Análisis

Chile y Venezuela, dos elecciones marcadas por la alta abstención

Una niña durante la votación en las presidenciales de Chile.

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Las elecciones son el mecanismo para resolver los conflictos políticos en paz. Pocos intelectuales han podido definir con tanta sencillez el enredo social que significa votar como Adam Przeworski. Para el politólogo estadounidense, las elecciones constituyen un sustituto pacífico de la rebelión.

Votar autoriza a los ganadores a imponer su voluntad, sin violencia y dentro de ciertos limites, en base al respaldo social. Si estamos disconformes con el Gobierno, votamos para sacarlos. Si queremos continuidad, votamos para respaldarlos. Votamos si queremos orden y si queremos cambio. Incluso si sentimos rabia por los políticos de siempre. 

El domingo pasado, América Latina tuvo dos elecciones que, por diferentes motivos y desde realidades opuestas, han sido definidas como las más importantes de los últimos años. Las “históricas” presidenciales en Chile y las “megaelecciones” regionales en Venezuela que, a causa todo lo que ponían en juego, prometían un alto nivel de participación.

Pero tanto en Chile, un país con una democracia representativa robusta y con instituciones fuertes, como en Venezuela, donde las instituciones democráticas penden de un hilo y si no están rotas por completo es por el recambio de autoridades en el Consejo Nacional Electoral y la decisión de la oposición de participar que le han dado algo de aire para continuar, más de la mitad de la población eligió no votar. 

En ambos casos, si bien ha habido un leve repunte comparado con las elecciones anteriores, la cantidad de votantes no mejoró todo lo que se esperaba incluso después de avanzar con varios cambios exigidos por una parte importante de la sociedad, como permitir una mayor diversidad de candidatos en Chile o recuperar la confianza en las autoridades electorales en Venezuela.

Por qué una mayoría elige no participar. Más aún, por qué cuando una sociedad llega a un proceso electoral con gran parte de los cambios en las reglas que habían pedido y por los cuales venía luchando, decide no votar. Las respuestas pueden variar según el contexto: porque las elecciones no son competitivas, porque las alternativas políticas son demasiado parecidas o porque, elijas a quien elijas, nada cambia.  

El derrumbe de la participación preocupa en Venezuela. Hasta antes de esta elección, la abstención era una herramienta política legítima de la oposición. La decisión de desincentivar el voto en este país no llegó empujada desde abajo sino desde arriba. Fue la dirigencia política, encabezada por la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la que una vez que el Gobierno de Nicolás Maduro decidió no reconocer la victoria de la oposición en la Asamblea Nacional, en 2016, llamó a no votar.

La elección del domingo ha sido la primera en muchos años en que la MUD decide presentarse. Sin embargo, el resultado no ha sido el esperado. La participación fue del 41.8%. El porcentaje creció 10 puntos comparado a las legislativas de diciembre pasado, pero está más de 30 puntos por debajo de las elecciones de 2015 y 20 respecto a las regionales de 2017.

En definitiva, es la abstención más alta en para una elección en la que no existió la consigna de no participar desde la principal fuerza de oposición. El hecho de que un 20% de la población venezolana ya no viva en Venezuela, no es un dato menor.

Entonces, por qué más de la mitad de los venezolanos decidieron no participar si hubo un recambio de las autoridades electorales, con autoridades opositoras al Gobiernas que hacen de este organismo un ente más confiable y que además contó con observadores internacionales imparciales. La respuesta no es evidente ni responde a una única causa.

El debilitamiento institucional, siguiendo la tesis de los politólogos Steve Levitsky y María Victoria Murillo, puede haber resultado una estrategia política exitosa para los fines del Gobierno venezolano. Para una mayoría social, las reglas en Venezuela se crearon para no cumplirse.

En ese caso, es hora de dejar de decir que la sociedad venezolana está polarizada cuando existe una mayoría social que no elige ni por el chavismo ni por los dirigentes de esta oposición dividida en cien pedazos pero unida por el espanto al madurismo. Algo en el vínculo entre la sociedad y la política, no solo con el Gobierno, se quebró.

Las elecciones presidenciales del domingo en Chile han sido las más fragmentadas desde la recuperación de la democracia. En esta elección, los chilenos dejaron de estar cercados por las opciones moderadas que presentaban el lacrado sistema bicoalicional y pudieron elegir entre siete candidatos que iban desde la izquierda tradicional a la extrema derecha. Sin emabargo, la participación no llegó ni a la mitad. 

En Chile, cuando el voto dejó de ser obligatorio, en 2012, la asistencia a las urnas cayó a la mitad. Pasó del 90% a menos del 40%. El plebiscito constituyente de 2020, que nació de las protestas del 2019, consiguió superar la barrera del 50% e ilusionó con el inicio de una recuperación de votantes en el proceso electoral.

Pero la caída de ocho puntos en la participación en las elecciones convencionales de mayo de este año y el 47.3% de este domingo, similar a las del 2017, revelan que a pesar de las protestas de hace dos años más de la mitad de población sigue sin querer participar.

Manuel Antonio Garretón, reconocido sociólogo de la Universidad de Chile, lo describe como la ruptura entre política y sociedad. Los números son síntoma de la desconexión entre el mundo político y la sociedad, que el estallido de 2019 vino a denunciar, pero que aún así es difícil de superar. Para Garretón, junto a la pérdida de sentido de la política, se produce la crisis de representación.

El hecho de que los chilenos ya no quieran ser representados por los políticos termina por lesionar los mecanismos clásicos de participación como el voto aunque los candidatos sean otros. Llevará un tiempo, más largo del deseado por las nuevas expresiones políticas, recuperar la confianza de los ciudadanos menos empapados en la política.

La representación está herida en varios países de América Latina. Incluso en países con elecciones obligatorias como el caso de Argentina, donde la participación bajó en las últimas elecciones legislativas. Y eso es una marca de fuego en varios países, en muchos de los cuales se abren paso las expresiones más radicales de la derecha.

Por qué votar cuando la política no hace más que enredarse en peleas de poder. Por qué votar cuando nada cambia. Las fuerzas democráticas tendrán el desafío urgente de recuperar el imaginario, tan simple como necesario, de que votar sirve para algo.

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