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Elecciones EE.UU. 2020
ANÁLISIS

El trumpismo después de Trump: el líder ha sido derrotado, pero el movimiento no

El presidente Donald Trump en la Casa Blanca el 5 de noviembre de 2020
7 de noviembre de 2020 23:04 h

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Donald Trump ha perdido las elecciones. Le costará admitirlo y lo luchará incluso en los tribunales, pero para más de la mitad de los estadounidenses y para buena parte del mundo, hoy se atisba una luz al final del túnel. Bajo una presidencia de Biden, Donald Trump podrá ser recordado como un mal sueño y todo volverá a ser algo más normal. O tal vez no.

Por tentadora y reconfortante que sea la idea, la verdad es que la pasta de dientes casi nunca puede volver al tubo una vez que ha salido. Hoy muchos tienen la esperanza de que el trumpismo acabe con el fin a la presidencia de Trump, que quede en los libros de historia como un accidente, como un calentón momentáneo de un electorado frustrado que dejó cuatro años de terribles consecuencias. Sin embargo, todo indica que con o sin Trump, el trumpismo sigue muy vivo.

Trump podría presentarse de nuevo dentro de cuatro años o podría apadrinar la candidatura de alguno de sus hijos, que ya han especulado públicamente con la idea. Pero más allá del apellido que lleve su heredero, no van a faltar aspirantes al título. El dominio de Trump sobre el Partido Republicano y sus bases ha sido tan absoluto, tan demoledor, que una derrota no puede borrarlo. Esa mezcla de odio, miedo, autoritarismo y desprecio por el conocimiento ya se adivinaba hace años en algunos recodos oscuros del partido, pero ahora se proclama con orgullo y es el centro de su discurso. 

Esto no quiere decir que algunos líderes del Partido Republicano no vayan a huir de Trump, algunos de los más listos ya empezaron a distanciarse antes incluso de las elecciones. Lo hacen sin esfuerzo porque nunca lo han soportado: el presidente les arrebató el partido y los condenó a la obediencia y a la irrelevancia. Ahora respiran más tranquilos y esperan volver al anterior estado de las cosas, a los discursos veladamente racistas en campaña, a abrir la caja de pandora solo un poquito cada dos años... pero no parece posible.

Durante cuatro años, las bases republicanas, las que votan en las primarias del partido y las mismas que aprobaban la gestión de Trump en un 95%, han tenido un líder que decía exactamente lo que ellos pensaban. Sin eufemismos, sin temor a que la ciencia le contradijera, sin ningún miramiento para saltarse las tradiciones políticas primero y las leyes después. Era difícil pensar que un millonario neoyorquino fuera a convertirse en el campeón de la América Profunda y profundamente enfadada, pero Trump ha sabido darles exactamente lo que querían: un líder sin pelos en la lengua.

El presidente ha mentido a todo el mundo menos a ellos. A esa América enfadada le molestaba que los letreros de las tiendas dijeran “felices fiestas” en vez de “feliz navidad” y el presidente lo ha denunciado. Les irritaba ver a los deportistas negros protestar contra el racismo antes de los partidos y el presidente los ha acosado. Les enfurecen las feministas, los refugiados y los chavales que protestan contra las armas, y el presidente ha hablado contra todo eso tan claramente como lo hubieran hecho ellos mismos. Por primera vez, han tenido un líder que no se avergonzaba de ellos en absoluto, pero no tiene pinta de ser el último. 

El líder puede haber sido derrotado, pero el movimiento no. Los trumpistas y sus antecesores siempre han sido una minoría en EEUU, pero ahora son una rotunda mayoría en uno de sus dos grandes partidos. En un país donde en la práctica solo hay dos opciones políticas, los republicanos seguirán siempre gobernando en buena parte del territorio y es solo cuestión de tiempo que recuperen la Casa Blanca: sobrevivieron a Nixon y a la Gran Depresión, como los demócratas sobrevivieron a la Guerra Civil y a Vietnam. Pueden tardar cuatro años o doce, pero llegarán.

¿Puede entonces cambiar el Partido Republicano? ¿Puede superar esta etapa radical y enfurecida como se pasa una fiebre pasajera? No parece fácil. El trumpismo gobierna el partido sin oposición, porque muchos de los republicanos honorables que se han enfrentado abiertamente al presidente han sido expulsados por sus propios votantes. Los que se llaman líderes no tienen ningún control sobre sus supuestos seguidores. Y casi todos los que quedan en una posición de poder son, en mayor o menor medida, cómplices. 

El trumpismo sigue muy vivo en EEUU e inspira a millones de personas en todo el mundo. Un renacer más que ultraconservador, profundamente reaccionario, que no se acaba en una mala noche electoral. Hoy muchos respiran tranquilos con la victoria de Biden, pero esto no es más que una tregua.

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