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Biden, presidente: un país dividido dice 'no' a cuatro años más de Trump

Joe Biden ante un grupo de seguidores en Wilmington, Delaware, este miércoles.

María Ramírez

7 de noviembre de 2020 17:25 h

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Joe Biden será el próximo presidente de Estados Unidos. Después de cuatro años de escándalos, mentiras, insultos y tensión, los estadounidenses han votado en masa durante una pandemia y han tenido que esperar cuatro días para conocer el resultado. El país sigue casi tan dividido como en 2016, pero esta vez ha dado la espalda a Donald Trump.

El anuncio de la victoria de Biden llegó este sábado. El escrutinio continúa, pero el candidato demócrata ya ha alcanzado el umbral para ser presidente. Pensilvania, su estado natal, fue el que le empujó por encima de los 270 votos electorales necesarios, los que otorgan los estados al candidato que haya ganado la mayoría de papeletas en su territorio. Pensilvania también fue el estado que llevó a Trump a la presidencia. El martes de las elecciones, Biden visitó su casa de la infancia en Scranton y escribió en una pared: “De esta casa a la Casa Blanca con la gracia de Dios”.

Este sábado también tiene un especial simbolismo para él: el 7 de noviembre de 1972, Biden fue elegido como senador en sus primeras elecciones.

Biden, que cumplirá 78 años el próximo día 20, será el presidente más mayor en ocupar el cargo. También uno de los de políticos con más experiencia previa, después de más de tres décadas como senador y ocho años como vicepresidente de Barack Obama. 

Kamala Harris, de 56 años, senadora y ex fiscal general de California, será la primera mujer vicepresidenta de la historia del país. También la primera persona de origen indio y la primera afroamericana en ocupar este puesto. 

La espera

En el nerviosismo de la espera y con un presidente que no reconoce los resultados, las protestas y las fiestas se han multiplicado desde el martes. Hasta ahora, no ha habido incidentes graves pese a las soflamas de Trump.

El todavía presidente alimenta la movilización de sus fieles para que protesten en las calles y delante de los centros electorales. Con tono apagado, Trump salió el jueves por la noche ante las cámaras de la sala de prensa de la Casa Blanca para decir que no reconoce los resultados. No aceptó preguntas.

El recuento ha sido más lento de lo habitual por dos récord: la participación y el voto por correo o por anticipado, utilizado por más de 100 millones de personas por miedo a los contagios de coronavirus durante las largas colas del día de las elecciones. Además, los republicanos impidieron que en estados como Pensilvania se pudiera empezar a contar los votos por correo antes del día de las elecciones, como hace, por ejemplo, Florida.

Las victorias de Biden en Michigan, Wisconsin y Pensilvania le aseguraron la victoria. Una de las claves de este resultado fue la movilización de los votantes afroamericanos en ciudades como Detroit, Milwaukee y Filadelfia.

Además, el escrutinio continúa en otros estados en el sur y oeste del país donde Biden tiene ventaja, incluso en lugares donde los demócratas no ganaban desde los años 90 con Bill Clinton, como Georgia y Arizona. Su victoria puede ser finalmente holgada tanto en número de votos electorales como en voto popular.

La campaña de Trump seguirá disputando el resultado con peticiones de recuento en los estados más ajustados y otras batallas legales de dudoso futuro. El equipo del republicano ha anunciado querellas en Michigan, Georgia, Pensilvania y Nevada, pero jueces de distrito ya han rechazado varias de esas denuncias por falta de evidencias o base legal. El Tribunal Supremo de Estados Unidos también rechazó un intento de los republicanos de parar parte del conteo en Pensilvania. Muchas de las querellas afectan a detalles más que al resultado en sí, como la distancia en la habitación de los observadores electorales de las personas encargadas del conteo.

En Wisconsin, Trump pedirá el recuento, pero la diferencia de más de 20.000 votos de ventaja para Biden hace difícil que haya un vuelco y tampoco cambiaría el resultado nacional según está avanzando el escrutinio. En Georgia, también habrá recuento, según sus reglas cuando el resultado está muy ajustado: Biden gana por unos 7.000 votos, según el dato provisional. Los recuentos locales suelen cambiar las cifras en unos pocos cientos de votos.

Biden-Harris 

Biden y Harris son dos demócratas centristas que han evolucionado en los últimos años por la presión de la izquierda del partido. Una de las cuestiones de su gobierno es cómo integrarán en su agenda las ideas más progresistas sobre la crisis climática, la diversidad o la lucha contra el crimen y la brutalidad policial y cómo lograrán mantener el partido unido. 

Pero su primera misión será la de reconstruir y tratar de unir a un país traumatizado por cuatro años de abusos de poder, dominado por la omnipresencia de Trump y dividido en un enfrentamiento bronco alrededor de su figura. Y todo en medio de una pandemia que se ha politizado y que sigue descontrolada en la mayoría del país. 

El comportamiento del presidente Trump no tiene precedentes en la era moderna de Estados Unidos por sus conflictos de interés, sus ataques a las instituciones y a sus propios funcionarios y sus elogios a grupos violentos y autócratas por el mundo. 

Voto récord

La participación se estima en el 67%, más que nunca en la historia del país desde que existe el sufragio universal. El anterior récord es de 1900. Biden ha recibido más de 74 millones de votos, el récord para cualquier candidato. Tiene cuatro millones de votos más que Trump, y el margen se ampliará cuando termine el escrutinio (entre otras cosas por los millones de votos que quedan por contar en California, de mayoría demócrata).

Más de 100 millones de personas votaron por anticipado, de manera presencial o por correo, por miedo a contagiarse y por la ansiedad de participar. Nunca tantas personas habían acudido a las urnas antes del martes de las elecciones, y eso ha sido un reto para el recuento en estados abrumados por la cantidad de votos para procesar. 

La pandemia sigue marcando el presente del país. Ya han muerto más de 230.000 personas por coronavirus en Estados Unidos, mientras el presidente Trump sigue minimizando la importancia del virus y amenaza con echar a su consejero médico jefe, el respetado Anthony Fauci. 

La gestión de la pandemia es uno de los motivos que le ha costado a Trump el puesto: casi un 60% de la población tiene una opinión negativa sobre su respuesta ante la epidemia, según la media de las encuestas.

La campaña ha sido una anomalía, sin apenas mítines (salvo los de Trump) y sin las tradicionales convenciones multitudinarias. La mayoría de las batallas han sido en redes y otros foros digitales, con una guerra de desinformación tan intensa que las plataformas han tomado algunas medidas inéditas este año, como poner avisos para llevar a fuentes oficiales de información, y eliminar o poner advertencias en las falsedades que tuitea Trump sobre las elecciones. 

Los votantes ejercieron su derecho de voto este martes en un ambiente de gran tensión, entre las disputas legales por el voto por correo, los intentos de los republicanos de tirar a la basura papeletas, el miedo al contagio y el despliegue de personal de los partidos para vigilar las urnas. 

Pero también con gran emoción por unas elecciones históricas, a menudo entre bailes y música para amenizar las colas. 

Poco sorprendente

Pese a que el resultado ha sido más ajustado en algunos estados de lo que predecían las encuestas, la derrota de Trump no es una sorpresa en estas elecciones ya que el republicano ganó por la mínima hace cuatro años. 

De hecho, Hillary Clinton recibió casi tres millones de votos más en todo el país, pero, según el sistema electoral de Estados Unidos, sus votos no estaban tan bien colocados como los de Trump en los estados clave. Nunca había sucedido en la historia del país que un candidato perdiera por tantas papeletas la suma del voto popular y fuera presidente. 

En 2016, Trump logró vencer por unas pocas de decenas de miles de votos entre Pensilvania, Wisconsin y Michigan, estados considerados tradicionalmente demócratas. 

Al perder el voto popular, tampoco es sorprendente que el presidente haya tenido a la mayoría de la opinión pública en contra durante sus cuatro años de mandato, según los datos sobre el nivel de aprobación presidencial que publica Gallup

Biden ganó el apoyo en todas las franjas de edad salvo la de los mayores de 65 años, según las encuestas a pie de urna, entre los negros y los latinos, entre las mujeres y quienes viven en zonas urbanas y suburbanas. Trump ganó entre los blancos, las personas que ganan más de 100.000 dólares y quienes viven en zonas rurales. 

Una Casa Blanca inédita

La Casa Blanca de Trump ha sido única en la era moderna de Estados Unidos en cuanto a caos interno, erosión de las instituciones, relación con autócratas y aprovechamiento del cargo para hacer negocios personales. 

Más de 400 personas nombradas por Trump han dimitido o han sido despedidas en estos cuatro años. Más del 90% de las personas de su equipo inicial se han ido o han sido despedidas, según esta lista del think-tank Brookings Institution. Trump ha insultado, acosado y echado a casi todos los miembros de su equipo de seguridad nacional, entre ellos el director del FBI, sus secretarios de Estado, Defensa, Justicia y Seguridad Nacional, sus jefes de gabinete (ha tenido cuatro), embajadores, espías y otros funcionarios públicos. 

Ha roto acuerdos con los aliados europeos enfrentándose a la canciller Angela Merkel o el presidente francés Emmanuel Macron, mientras ha seguido considerando amigos a autócratas como Vladmir Putin e incluso su enemigo a ratos Kim Jon-un

El presidente ha coqueteado con grupos neonazis y racistas violentos. Dijo que había “gente buena” entre los supremacistas blancos que se concentraron en Charlottesville en 2017 y atropellaron y mataron a una mujer durante las protestas. En el primer debate contra Biden, cuando le pidieron que condenara a un grupo neonazi, se dirigió a ellos y les dijo que se apartaran y estuvieran “preparados”. Una de las claves de la victoria de Biden ha sido la movilización de los votantes afroamericanos.

Trump se negó a separarse de sus negocios y ha aprovechado su posición como nadie antes en el cargo para seguir haciendo dinero para sus cadenas de hoteles, campos de golf y otras propiedades. El presidente ha facturado al erario millones de dólares por estancias en sus hoteles para él, su equipo, invitados y mandatarios extranjeros: según los cálculos del Washington Post con la información pública disponible, al menos ocho millones de dólares. Se ha alojado, por ejemplo, más de 280 veces en sus propiedades, facturando miles de dólares por noche y hasta tres dólares por vaso de agua. 

Sus medidas legislativas han sido pocas y centradas en una agenda tradicional más conservadora, como la bajada de impuestos, la eliminación de regulaciones y el beneficio para las grandes corporaciones, que, como presumió él, luego donaron dinero a su campaña. 

La excepción ha sido la política migratoria, donde Trump ha ido casi tan lejos como prometía en su primera campaña, que comenzó en junio de 2015 llamando “violadores” y “criminales” a los mexicanos que tratan de cruzar la frontera. 

Aunque no construyó el prometido muro entre México y Estados Unidos, el Gobierno de Trump ordenó separar a niños de sus padres migrantes y encerrarlos en jaulas en hangares, como política disuasoria y sin necesidad de que hubiera ninguna sospecha de que no había vínculo familiar: “Tenemos que llevarnos a los niños. Sin importar lo pequeños que sean”, dijo el fiscal general, Jeff Sessions. La presión hizo recular al Gobierno de Trump, que ahora sigue sin localizar a los padres de más de 500 niños separados de sus familiares deportados. 

Si bien los gobiernos anteriores, de Obama y de George W. Bush, también deportaron a millones de personas tras cruzar la frontera sin papeles, ambos pusieron como prioridad la expulsión de personas adultas con antecedentes. Ninguna de las dos administraciones utilizó a los menores como arma para desincentivar las llegadas. 

Trump sigue siendo presidente

Más allá de su batalla legal para quedarse, Trump sigue siendo presidente, tal y como marca la Constitución, hasta el 20 de enero de 2021, cuando tomará posesión el nuevo presidente. En este periodo de transición Trump tiene plenos poderes aunque el Congreso también está de salida y el presidente se convierte en lo que se describe como “un pato cojo”.

Pero la Casa Blanca de Trump nunca se ha caracterizado por la normalidad y no se espera que estos meses sean fáciles ni previsibles. 

“En ese tiempo despedirá a la gente que crea que no le ha sido fiel, como el director del FBI, el director de la CIA, y el doctor Fauci. Hará purgas y concederá perdones a sus amigos y aliados. Puede intentar aprobar un indulto para sí mismo, aunque no está claro si es posible. Puede perdonar a la gente de manera profiláctica por cualquier delito que hayan cometido en el cargo. También es preocupante lo que podría hacer esos dos meses en el escenario global entre ahora y enero”, explicaba David Axelrod, ex estratega jefe de Obama y ahora presidente del Instituto de Política de la Universidad de Chicago en esta entrevista con elDiario.es. 

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