Macron rescata la memoria de la historia colonial francesa como herramienta diplomática
En septiembre del año pasado, Emmanuel Macron pidió perdón a los harkis y sus descendientes en nombre de la República francesa. El presidente rendía así homenaje al triste destino de los 200.000 soldados norteafricanos que combatieron junto al ejército francés durante la guerra de Argelia. Llegada la independencia, en 1962, más de 60.000 fueron ejecutados por el nuevo Gobierno argelino, acusados de traición; los que pudieron exiliarse en Francia fueron internados en campos como el de Rivesaltes (el mismo que habían ocupado los republicanos españoles bajo el régimen de Vichy) o en antiguas prisiones, condenados a la marginación y al olvido por el mismo país por el que habían combatido.
Hasta 2001 el Estado francés mantuvo el silencio y el olvido sobre la deuda que había contraído con estos soldados y sus familias. Ese año, una tímida declaración de Jacques Chirac marcó el inicio de un lento camino hacia el reconocimiento; desde entonces, cada presidente ha ido añadiendo palabras al discurso hasta llegar a Emmanuel Macron, el primero en pedir perdón.
La cuestión de la memoria histórica es, para el presidente francés, a la vez una herramienta política y un compromiso moral, heredado de su colaboración con el filósofo Paul Ricœur. Todavía estudiante, Macron asistió a Ricœur durante la escritura del libro La memoria, la historia, el olvido, en el que el autor defiende una política de “memoria justa”, alternativa a la utilización partidista y a la tentación de la negación.
“A diferencia de la historia, la memoria aísla un acontecimiento de su contexto, porque pretende sacarlo del olvido, pero no insertarlo en una narración coherente que le dé sentido”, analiza el historiador de la Universidad de París-Nanterre Mohamed Arbi Nsiri, especialista en la historia de las mentalidades. “La memoria es afectiva, mientras que la Historia pretende racionalizar”, dice.
El ejemplo de Ruanda
En uno de sus últimos desplazamientos internacionales, en Camerún, el jefe de Estado francés, ha tratado de reconstruir las relaciones, a menudo tensas, con Yaundé y para ello, propuso crear una comisión de historiadores que “arroje luz” sobre los hechos de la colonización. Un esquema que ya puso en práctica en Ruanda, donde el trabajo de los investigadores llevó a un informe y a un reconocimiento de la “responsabilidad política de Francia” en el genocidio, que han jugado un papel central en el restablecimiento de las relaciones entre ambos países.
“La historia siempre ha estado vinculada a la política y a la diplomacia; eso no es un hecho nuevo”, señala Nsiri. “Pero hay que entender que la historia como ciencia es totalmente independiente en sus métodos y técnicas y que la oficialización estatal de un hecho histórico no cambia esa circunstancia”, dice.
La ambición de fundar una nueva relación entre países con un pasado común tampoco es una novedad, pero Macron ha buscado añadirle una nueva dimensión, destinada a resolver disputas heredadas y a reforzar los vínculos con las antiguas colonias. Una cuestión aún más relevante cuando Rusia agita ese pasado en las campañas de propaganda en África que acompañan su implantación en países como Mali o Burkina Faso. “El trabajo de los historiadores e investigadores europeos y el de los antiguos países colonizados debe ser confrontado”, observa el sociólogo Louis Mohamed Seye, que además ocupa el cargo de teniente de alcalde en la localidad de Fontenay-sous-Bois, en las afueras de París. “La historia no puede ser escrita solo por los colonizadores porque eso hace que perduren argumentos que aún escuchamos hoy, como que África no existía en la historia o que la colonización tuvo aspectos positivos”, explica.
La herida de la guerra de Argelia
Pero, de todas las heridas abiertas por la colonización, el trauma causado por la guerra de Argelia (1954-1962) es tal vez el más visible. Es también el desafío memorial más importante del actual presidente que, según sus propias palabras, quiere dar a las conmemoraciones sobre este episodio “la misma importancia que Chirac dio a la Shoah en 1995”. Ese año, el entonces presidente reconocía en un discurso —pronunciado frente al monumento conmemorativo del Velódromo de Invierno— que el Estado francés, a través del régimen de Vichy, había “cometido lo irreparable” en las redadas de 1942, en las que se detuvo y deportó hacia Alemania a miles de judíos.
En 2020 Macron se dirigió al historiador Benjamin Stora, uno de los mayores especialistas en las relaciones franco-argelinas, a quien encargó la redacción de un informe que esbozara el camino hacia “el apaciguamiento y la serenidad de aquellos a quienes la guerra ha herido, tanto en Francia como en Argelia”. Las conclusiones del documento, publicado el año pasado, describen “una competición de memorias de víctimas” en la que cada grupo antepone su propia herida como “superior a la de los otros”.
Benjamin Stora recomienda una política de “pequeños pasos” en una serie de cuestiones concretas para así tender “puentes” entre las dos orillas del Mediterráneo sobre “temas que siguen siendo sensibles”: los desaparecidos durante la guerra, las secuelas de las pruebas nucleares francesas, la apertura de archivos a los investigadores, el reconocimiento de crímenes de estado o la rehabilitación de personajes históricos.
Así, además del reconocimiento de la deuda con los harkis, en octubre del año pasado Macron calificaba como “crímenes inexcusables para la República” las masacres cometidas en París por la policía francesa, que causaron en 1961 más de un centenar de muertos entre manifestantes convocados por el Frente de Liberación Nacional. En enero reconoció las “injusticias” y “tragedias” sufridas en 1962 por los pieds-noirs (ciudadanos franceses de origen europeo nacidos en Argelia), en particular la “masacre imperdonable” de Isly, en Argel, cuando el ejército francés reprimió con fuego real una manifestación de partidarios de la Argelia francesa.
El Gobierno francés ha comenzado a poner en marcha otras recomendaciones del informe Stora: en marzo del año pasado, el presidente reconoció oficialmente el asesinato de Ali Boumendjel, abogado y líder político del nacionalismo argelino, ejecutado por el ejército francés; poco después se instaló un busto del emir Abdelkader en la ciudad de Amboise (donde estuvo exiliado); también se concedieron becas a 16 jóvenes investigadores argelinos que trabajarán en fondos de archivos en Francia sobre cuestiones de memoria histórica. Además, está prevista la construcción de un museo sobre la historia común de Francia y Argelia que debería abrir sus puertas en Montpellier en los próximos años.
Difícil relación con Argel
Se calcula que hoy en Francia unos siete millones de personas han vivido —directa o indirectamente— las tragedias de la descolonización de Argelia: pieds-noirs, emigrantes argelinos en suelo francés o descendientes de soldados que participaron en el conflicto. Todo ello en un contexto en el que las cuestiones identitarias tienen un peso importante en el debate público, con una división entre reacios a cualquier arrepentimiento y grupos que reclaman un mayor reconocimiento de los crímenes coloniales.
Un pasado que, además, complica las deterioradas relaciones entre París y Argel desde hace más de medio siglo. En septiembre de 2021, en un acto con jóvenes de origen argelino, Emmanuel Macron afirmó que el “sistema político-militar” vigente en Argelia se había construido sobre la “renta de la memoria”, además de preguntarse, tal vez como provocación, “si existía una nación argelina antes de la llegada de Francia”. Declaraciones, recogidas y publicadas por Le Monde que hicieron que Argel retirase a su embajador de París.
Desde entonces, ambos gobiernos han logrado reducir la tensión, aunque el propio Macron insiste en situar la cuestión de la memoria en el centro de los debates. El último ejemplo lo ha dado en una visita a Argelia hace unas semanas, en la que ambos gobiernos anunciaron avances sobre varias cuestiones claves, como los visados a jóvenes (que París ha reducido para hacer presión sobre Argel) y temas relacionados con suministro energético de Europa.
Así, el primer día de la visita, Macron y el presidente argelino anunciaron la creación una comisión conjunta de historiadores franceses y argelinos que centrarán su trabajo —“sin tabúes”— en el periodo que abarca “desde el inicio de la colonización hasta la guerra de liberación”. “Mientras el imaginario colonial no se trabaje y se deconstruya seriamente, las relaciones entre los franceses que tienen un vínculo genealógico con el antiguo imperio colonial y los demás seguirán siendo complicadas”, advierte Louis Mohammed Seye.
Colonialismo y esclavitud
El reciente nombramiento del historiador Pap Ndiaye como ministro de Educación forma también parte de ese trabajo de reconciliación de los franceses con su pasado. Especialista en la historia social de EEUU, ocupaba hasta ahora la dirección del Palacio de la Porte-Dorée, sede del Museo Nacional de Historia de la Inmigración. Su llegada supone una ruptura total con su predecesor, Jean-Michel Blanquer, contrario a cualquier tipo de reconocimiento de responsabilidad o culpa de Francia como antigua potencia colonial. Un giro denunciado especialmente por la extrema derecha; Marine Le Pen reaccionó calificando al nuevo ministro de “indigenista asumido”.
Uno de los elementos más sensibles que Francia afronta en herencia del pasado colonial es el comercio y utilización de esclavos. En este sentido, la aprobación de la ley Taubira en 2001 supuso la piedra angular del edificio memorial y el primer reconocimiento de la esclavitud y la trata como crímenes contra la humanidad. “Gracias a Christiane Taubira, se ha tenido en cuenta por primera vez la dimensión criminal de la esclavitud”, señala Seye, “la amnesia colectiva se ha mantenido mucho tiempo por una memoria republicana que ha ocultado ese episodio de la historia de Francia”.
En 2008 se integró por primera vez en el plan de estudios de secundaria y la investigación académica ha avanzado mucho gracias al Centro Internacional de Investigación sobre la Esclavitud que se creó en 2006. “La ley Taubira está tardando en asentarse entre los ciudadanos; en general afecta mucho a los afrodescendientes pero menos al resto de la población francesa”, resume Seye, que ha organizado en Fontenay-sous-Bois un plan de actividades culturales para avanzar en la conciliación y la memoria. “Tenemos que reunirnos para transmitir una historia sin espacios de sombra, ni amnesias fatales para la convivencia”, concluye.
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