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ENTREVISTA Expresidenta de la Asamblea General de la ONU

María Fernanda Espinosa: “No hay alternativa a reformar la ONU, dejar las cosas así solo erosionará más el sistema”

María Fernanda Espinosa, exministra de Ecuador y expresidenta de la Asamblea General de la ONU.

Icíar Gutiérrez

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María Fernanda Espinosa atiende a elDiario.es entre evento y evento, a su salida de la sede de Naciones Unidas en Nueva York, epicentro de la diplomacia global con la reunión anual de líderes de todo el mundo. “Es un no parar”, dice tras repasar de carrerilla su agenda, que ha incluido esta semana entre cuatro y cinco actos al día. Foros, paneles, debates... “y correr con la lluvia y el tráfico”, añade, bromeando.

El debate general de la Asamblea General de las Naciones Unidas se ha vuelto a celebrar este año a la sombra de la invasión rusa de Ucrania, que ha agravado las tensiones y divisiones geopolíticas, ha creado profundas fisuras en un mundo cada vez más multipolar y ha vuelto a poner en tela de juicio la capacidad de la ONU para responder a las crisis mundiales, reavivando los llamamientos a la reforma. Mientras muchos focos han seguido los pasos del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, se han discutido otros temas en segundo plano, como el escaso avance –y a veces, retroceso– en los 17 objetivos que se marcaron los líderes mundiales hace ocho años, incluido el fin de la pobreza para 2030.

“La ONU, con todas sus posibles debilidades y deficiencias, continúa siendo una plataforma de encuentro”, dice por videollamada Espinosa, que fue, entre otros cargos, ministra de Exteriores de Ecuador y actualmente es asesora de Club de Madrid. En 2018 se convirtió en la cuarta mujer que ocupaba la presidencia de la Asamblea General de Naciones Unidas. Desde entonces no ha habido otra y solo le precedieron tres. Ahora, desde la organización GWL Voices, la cual dirige, está empujando por una ONU más feminista y abogando por una mayor presencia de las mujeres en los puestos de poder. En un informe, el grupo concluyó que de los 382 líderes que han estado a cargo de las principales organizaciones internacionales, solo 47 han sido mujeres.

¿Qué balance hace de la semana de alto nivel en Nueva York?

Se ha notado, lamentablemente, la ausencia de cuatro líderes de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. El país anfitrión es el único que ha estado presente a nivel de jefe de Estado. Y eso es un mensaje, quiere decir algo: que es importante que Naciones Unidas vuelva a tomar ese protagonismo como el centro mundial de la diplomacia y como un espacio donde se procesan y se resuelven problemas. Porque nuestro mundo está lleno de problemas y se necesita la voz, el liderazgo y la visión de los líderes del mundo.

Hemos visto una muy fuerte presencia de presidentes, jefes de Estado y de Gobierno, más de 100 han venido a Nueva York. Suben al podio, dan sus discursos con una posición del país sobre los problemas del mundo y también hay quienes hablan a su país desde la tribuna de la ONU.

¿Cuál ha sido el leitmotiv?

El común denominador ha sido la idea de que se necesita revitalizar, renovar y rejuvenecer el aparato de la ONU, porque, cuando se creó, la realidad geopolítica y los problemas del mundo eran distintos: no existía el cambio climático, no había una revolución digital y tecnológica como ahora, ni teníamos el tipo de conflictos que tenemos ahora. Estamos viviendo un mundo multipolar que es mucho más complejo, volátil e impredecible que el escenario de la Segunda Guerra Mundial. Muchos han hablado de este tema. También ha habido varios líderes, hombres y mujeres, que han llevado el mensaje de mejorar la presencia y representación femenina en el espacio internacional.

Además, ha habido ocho cumbres o eventos de alto nivel esta semana, espacios de alta diplomacia, entre ellos tres sobre salud, la gran cumbre de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la de Acción Climática.

El año pasado, los países del llamado sur global sintieron olvidados sus problemas por la invasión de Ucrania. ¿Se ha conseguido enmendar esto este año?

La guerra en Ucrania ha traído una tensión adicional en el espacio internacional y eso no ha cambiado. Más bien hubo momentos tanto en el Consejo de Seguridad como en la Asamblea General de gran tensión por la presencia de Zelenski en Nueva York. 

Eso ha recordado a la comunidad internacional lo que está ocurriendo en Ucrania y claro, a veces, ese tipo de tensiones opaca temas que son de interés universal, como los ODS [objetivos de desarrollo sostenible], los trillones que necesitamos para cumplir los compromisos que tenemos para reducir la pobreza y las desigualdades, para que haya un acceso universal a la atención de salud y que todo el mundo tenga acceso a agua segura y limpia. Es decir, cosas que son realmente fundamentales en el mundo de hoy.

Se necesita revitalizar, renovar y rejuvenecer el aparato de la ONU

De hecho, solo un 15% de las metas de los ODS va por buen camino. Queda solo la mitad del plazo que el mundo se marcó para hacerlos realidad, 2030. ¿Es un fracaso?

Siempre se puede ver el vaso medio vacío o medio lleno. Sí, estamos totalmente retrasados. Vino la pandemia de la COVID y luego la guerra en Ucrania, que generó un incremento exponencial de los precios de los alimentos y problemas en las cadenas de suministros que no solo afectaron a Ucrania y a Europa, sino al mundo entero. Esto ha hecho que la apuesta por cumplir los ODS haya sido más lenta de lo esperado. 

Tenemos siete años por delante todavía. Esta pausa para analizar y corregir ha sido importante. Hay tres requisitos para redireccionar. El primero, los fondos de financiación, básicamente fondos públicos y de acceso a liquidez para los países de renta baja y media que están pasándolo mal. Lo segundo, el acceso a tecnologías bajas en carbono, con discusiones sobre propiedad intelectual que no son fáciles de resolver. Y tercero, necesitamos que todos los países, incluidos los países del sur global, tengan la capacidad instalada para hacer frente a estos retos, que son retos de inversión, política pública y acción en el terreno.

La declaración política de la cumbre habla de movilizar los recursos que se necesitan. Estamos hablando de trillones de dólares, vía ayuda al desarrollo y acceso a recursos frescos y nuevos de la banca multilateral, pero en condiciones distintas, que no ahorquen ni limiten el espacio de política pública de los países de renta baja y media. El tema de la vulnerabilidad climática es determinante. 61 países del sur global están en un estrés verdadero por sus servicios de deuda. Hay muchos países en África que pagan más en intereses de la deuda que lo que invierten en salud o educación. Espero que esto se vaya sorteando y retomemos el camino de cumplimiento de los ODS. Siete años es un tiempo adecuado.

El secretario general, António Guterres, ha vuelto a alertar de lo que llama la ‘gran fractura'. Vemos una ONU más limitada por las divisiones entre las principales potencias y menos influyente en la gestión de las crisis internacionales. 

Efectivamente, vivimos en un mundo polarizado, con grandes tensiones, con enfrentamientos este-oeste, norte-sur. Las tensiones entre China y Estados Unidos son evidentes. Varios conflictos regionales y subregionales están a la vista, además de la guerra en Ucrania, que continúa.

La atmósfera internacional está marcada por las tensiones, pero para eso precisamente existe la ONU, la diplomacia, para procesar las diferencias, tener lugares de encuentro, hablar. Poder hablar es clave, la conversación y el diálogo es la materia prima de la diplomacia. La ONU, con todas sus posibles debilidades y deficiencias, continúa siendo esa plataforma de encuentro y de diálogo para procesar las diferencias.

Pero hay críticas recurrentes a la ONU, por ejemplo que no hace lo suficiente. ¿Sigue siendo un espacio válido para encontrar soluciones a problemas mundiales? 

Definitivamente, sí. La ONU es irremplazable. Hay quienes dicen que están el G7, el G20, los BRICS, que hay otros espacios y circuitos. Es cierto, pero el único lugar de membresía universal, de encuentro de todos en iguales condiciones, es la Asamblea General de las Naciones Unidas, el gran parlamento de naciones, donde países como Vanuatu o Ecuador tienen el mismo derecho a opinar, votar y decidir que países como como Francia o Reino Unido. Es el espacio para la diplomacia universal, y tiene que mejorar, pulirse y adaptarse a los nuevos retos del siglo XXI.

Esta semana hemos escuchado mucho hablar sobre la necesidad de reformar la ONU, con especial énfasis en cambios en el Consejo de Seguridad para evitar el estancamiento que hemos visto en Ucrania. En este escenario de tensión y división, ¿lo ve posible?

Es necesario. No avanzar en una reforma profunda y mantener el statu quo no es simplemente mantener lo que tenemos, es una regresión, porque si no adaptamos las instituciones a la realidad, van perdiendo de manera creciente relevancia y legitimidad. Eso sería terrible. 

Hay una conciencia compartida sobre esa necesidad y hay muchos procesos en marcha, la propia Cumbre del Futuro del año que viene es para eso. Va a ser un año muy dinámico e intenso, y estoy segura de que los líderes del mundo son conscientes de que hay que hacer algo estructural y profundo para que el sistema pueda responder al mundo de hoy.

La ONU, con todas sus posibles debilidades y deficiencias, continúa siendo una plataforma de encuentro

¿Por dónde empezaría? Hay quienes abogan por una Asamblea General con más peso en las cuestiones de paz y seguridad para compensar las dificultades del Consejo de Seguridad.

Hay un repensar de las relaciones entre los órganos principales de la ONU. Eso es una parte de la reforma, también hay otros debates en marcha: una nueva agenda de paz, un nuevo pacto digital que incluya la inteligencia artificial, un trabajo sustantivo para la justicia intergeneracional…

La Asamblea General es el órgano más representativo e importante. Por supuesto, no puedo ser objetiva habiendo sido presidenta. Pero ya, de facto, la coyuntura ha hecho que progresivamente la Asamblea General tome un mayor protagonismo. Hay una resolución a raíz de la guerra de Ucrania según la cual, cuando uno de los países que tienen el derecho a veto en el Consejo lo ejerce, tiene que dar una explicación a la Asamblea General de por qué se usó, en qué condiciones y cuáles son las implicaciones.

En estas últimas dos grandes crisis, la Asamblea General ha tomado el liderazgo. En la pandemia de la COVID, la reacción del Consejo de Seguridad fue bastante tardía. La Asamblea General estuvo un paso por delante. Igual ocurrió con el caso de Ucrania, porque no hay derecho a veto. Evidentemente, hay que considerarlo. La Asamblea General es donde se produce el derecho internacional y se toman las grandes decisiones, donde se pactaron los ODS, por ejemplo. En realidad, tiene mucho poder. No quiere decir que no tenga que reformarse, mejorar sus métodos de trabajo y algo que es fundamental: la implementación y la rendición de cuentas de las decisiones que toma. Evidentemente, esto tendrá que estar en el pacto de futuro.  

¿Cuál es el riesgo si la ONU no se moderniza y adapta a los tiempos en los que vivimos? “Reforma o ruptura”, dice António Guterres, quien reconoce que las reformas son una cuestión de poder. 

No hay alternativa. Dejar las cosas como están solamente va a continuar erosionando el sistema, haciendo que pierda legitimidad y relevancia. Hay que entrar en un proceso de modernización y rejuvenecimiento. Por supuesto, es fácil decirlo y difícil hacerlo, porque hay una serie de tensiones por otros temas. Pero yo creo que los Estados han comprendido que no se puede continuar como estamos. Uno de los temas es hacer que el sistema sea justo para las mujeres, que conecte con su realidad y las ponga en el centro. 

Su organización, GWL Voices, reclama que haya alternancia de género en la presidencia de la Asamblea General de la ONU. ¿Qué proponen?

Los resultados de nuestro informe insignia, donde hacemos un monitoreo del número de mujeres que están en posición de poder y toma de decisiones en los principales organismos internacionales, no solo en Naciones Unidas, son sorprendentes. Seguimos subrepresentadas. A veces se elige a una mujer, pero no es reelegida y, luego, enseguida viene una gran lista de hombres. El sistema no es justo para las mujeres. Uno de los ejemplos más paradigmáticos es el de la Secretaría General de la ONU, que nunca ha estado en manos de una mujer.

En la Asamblea General, en 78 años, solo hemos tenido cuatro presidentas –y las cuatro de países del sur global: India, Liberia, Baréin y Ecuador–. Por eso estamos activando esta agenda para la alternancia de género. Lo que se ha hecho, y la práctica lo muestra, es una rotación regional. Habría que mantener la rotación regional, pero garantizar la alternancia de género: una vez un hombre, una vez una mujer. Hay que tomar esta medida. 

Muchas de esas organizaciones tienen entre sus objetivos la lucha por la igualdad de género. ¿Por qué se sigue perpetuando esta desigualdad dentro de ellas?

Porque para la paridad y la justicia para las mujeres se necesita ceder poder. Esto va de poder y de ceder espacios de poder, y por lo tanto no es fácil. Pero vamos a seguir insistiendo porque tenemos el derecho, porque somos más de la mitad de la población y porque, además, llevamos calidad a lo que hacemos. Somos capaces de gerenciar y hacerlo bien. Damos una perspectiva a las cosas, sobre todo en el mundo de la diplomacia, que hace que los resultados sean positivos. 

Si miramos la historia, los aportes de las presidentas de la ONU en estos 78 años son muy claros. Por ejemplo, Angie Brooks, la presidenta de Liberia, fue el motor a la hora de combatir el apartheid y las sanciones contra Sudáfrica. Vijaya Lakshmi Pandit, la primera presidenta mujer, de India, revolucionó el sistema multilateral, fue una verdadera pionera. Hay que reconocer esos aportes y garantizar que las cosas ocurran como tienen que ocurrir. 

Después de tantos años de carrera vinculada a la diplomacia y Naciones Unidas, en un momento en que las diferencias se exacerban, ¿le queda espacio para el optimismo?

En el ODS número 5, sobre igualdad de género, pues no solamente no hemos avanzado, hay involución. Para lograr la total igualdad de género vamos a necesitar 300 años. El panorama no es bueno. Vemos movimientos antiderechos en muchos lugares del mundo, en países de Europa, en América Latina. La situación para las mujeres no es buena, pero no tenemos derecho a ser pesimistas. 

Tenemos la obligación de trabajar con una mirada optimista, porque todos estos problemas son creados por los seres humanos y tienen que tener soluciones humanas. A pesar de todo, confío en la diplomacia, y en Naciones Unidas y su propia fuerza para reinventarse y adaptarse. La ONU no es un robot que opera por sí solo, está hecho por los seres humanos. Hay que mantener la esperanza, pero también un sentido de realidad, y operar comprendiendo bien cuál es el escenario geopolítico. Pero eso no nos tiene que llevar a la parálisis. Sabemos lo que hay que hacer, es momento de corregir y de redireccionar. Es el momento de una gran solidaridad internacional y acción colectiva para que las cosas funcionen. 

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