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Cómo queda cada actor involucrado en la guerra siria tras la operación de Turquía

Varios niños ondean la bandera turca mientras saludan a los soldados sirios apoyados por Turquía que se dirigen al norte de Siria,en Sanliurfa (Turquía)

Jesús A. Núñez

Mucho han cambiado las cosas en Siria desde que, a principios de 2011, comenazaron las movilizaciones ciudadanas contra un régimen que, para entonces, ya había perdido el limitado impulso reformista que supuso la entrada en escena de Bashar el Asad (2000). Cientos de miles de muertos después y con Al Asad sintiendo que el tiempo ya corre a su favor, la operación militar turca supone la confirmación simultánea de varios cambios que acaban situando a cada actor implicado en su lugar. Así:

Turquía ha ido girando desde una posición que apuntaba directamente a la caída de Al Asad, tras su desaire a Recep Tayyip Erdogan (cuando este último le aconsejó llevar a cabo reformas para frenar las movilizaciones), a otra en la que se vislumbra ya un futuro entendimiento, una vez más a costa de los kurdos. Su ofensiva militar (la tercera desde el inicio de la guerra) no es ningún manantial de paz (así se denomina la operación) para los seis millones de habitantes de las provincias del noreste sirio ni pretende crear una zona segura.

Por el contrario, el “ejército de Mahoma” (como Erdogan se ha atrevido a bautizar a unas milicias proturcas cobijadas bajo el nombre de Ejército Nacional Sirio –que no se distinguen precisamente por su respeto de los derechos humanos y las normas de la guerra–) busca eliminar toda resistencia de las milicias kurdas, las Unidades de Protección Popular, encuadradas en las Fuerzas Democráticas Sirias y percibidas por Ankara como una extensión del PKK, con quien lleva batallando casi 40 años.

Además, pretende no solo “liberar” (es decir, limpiar étnicamente) de kurdos esas provincias, sino controlar la zona para poder reubicar allí a buena parte de los 3,6 millones de refugiados sirios que hoy malviven en su territorio. De ese modo aspira, en línea con sus ensoñaciones neotomanas, a garantizarse un territorio que amplía su ámbito de influencia y le concede una baza con la que volver a acercarse a Damasco.

El régimen sirio también calcula que sacará una buena tajada, aunque solo sea porque esas mismas milicias kurdas –tan útiles en el desmantelamiento del pseudocalifato de ISIS– se han visto forzadas a solicitar la protección de Damasco. Desamparadas tras el abandono estadounidense e incapaces de responder militarmente a la ofensiva turca han abierto las puertas a unas fuerzas armadas sirias que, desplegándose ya a lo largo de la frontera con su vecino del norte, pueden obtener como recompensa en torno al 25% de la Siria que hasta ahora controlaban los kurdos en un ejercicio de gobierno que ha suscitado no poca admiración internacional. Eso significa, más allá de puntuales reductos de resistencia, que el régimen sirio da un paso muy relevante para volver a hacerse con el control territorial de su propio país (yacimientos petrolíferos incluidos).

Estados Unidos sale obviamente muy malparado de su aventurerismo militar en la región, dejando de manifiesto la incoherencia de su presidente (capaz de afirmar que debe salir de “guerras ridículas sin fin”, de castigar a continuación a una Turquía a la que ha consentido llegar hasta aquí y negar la existencia de tropas estadounidenses en suelo sirio, al tiempo que ordenaba su retirada). Pero es que, además, daña seriamente su ya escasa credibilidad como aliado, tras haber forzado a sus socios kurdos a desmantelar sus defensas y túneles en la frontera con Turquía (con la promesa de garantizar su seguridad) para, a continuación, dejarlos en la estacada.

Rusia, por el contrario, refuerza aún más su condición de verdadero actor de referencia. No solo fue el que provocó, a partir del verano de 2015, un giro a favor de Al Asad con su implicación militar directa, sino que también en el ámbito diplomático hace tiempo que ha logrado, alineando a Irán y Turquía bajo su dictado, convertirse en el verdadero factótum. Y ahora se permite el lujo de ocupar las bases que Washington abandona y de patrullar, como un supuesto pacificador, las zonas de posible confrontación directa entre las fuerzas desplegadas por Ankara y las que Damasco ha enviado a la zona.

– Los kurdos sirios son, con diferencia, los más claros perdedores de esta nueva vuelta de tuerca. Y eso vale no solo para los que han tomado las armas contra Al Asad y ahora temen represalias, sino también para buena parte de los que hasta ahora han sido claramente despreciados por Damasco (basta recordar cómo, en un intento por recuperar su apoyo, el régimen concedió la nacionalidad a unos 250.000 en las primeras etapas de la guerra, poniendo de manifiesto la marginación en la que llevaban décadas viviendo).

ISIS y el resto de grupos yihadistas que se mueven por territorio sirio están, por su parte, de enhorabuena. La imposibilidad de las milicias kurdas de dedicar parte de sus efectivos a seguir custodiando a miles de prisioneros y a sus familiares ante el empuje turco está provocando la liberación de muchos de ellos; lo que hace presagiar una revitalización de la amenaza que representan.

– Y los demás actores –incluyendo a la ONU, a la OTAN y a la Unión Europea– quedan nuevamente retratados como actores manifiestamente inoperantes, basculando entre las habituales expresiones de “profunda preocupación” y las peticiones de “contención” a las partes. Y así hasta la siguiente con un Erdogan al que no van a detener ni las críticas ni las sanciones, hasta la siguiente.

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