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Judith Prat

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La crisis alimentaria de 2007 y 2008, provocada por la alta especulación financiera, supuso el aumento de precios de los alimentos a niveles nunca antes conocidos. Los efectos se dejaron sentir especialmente en África, donde la crisis golpeó a sus pequeños productores agravando situaciones de pobreza de millones de hogares.

Las decisiones políticas posteriores siguieron la senda ya iniciada años antes por muchos gobiernos africanos que cambiaron las leyes, entregaron tierras y ofrecieron beneficios fiscales a las empresas del agronegocio para atraer inversiones. Un modelo que no solo no ha sido una solución sino que ha agotado la fertilidad del suelo, contaminado la tierra con agrotóxicos, despreciado las semillas locales, deforestado importantes áreas rurales y destruido recursos acuíferos.

Muchas voces se han alzado en los últimos años para señalar que solo la agroecología en un marco de soberanía alimentaria puede configurar una alternativa firme que acabe con estas crisis; sin olvidar que la gran mayoría de las productoras locales en África son mujeres.

Las mujeres en Mozambique, a pesar de ser quienes producen los alimentos, no tienen los derechos sobre la tierra. Son sus maridos quienes toman las decisiones y quienes comercializan los productos y se quedan con el dinero. De ahí que muchas de ellas se estén organizando en asociaciones vinculadas a la producción de alimentos ecológicos y a la recuperación de semillas autóctonas. Estructuras que les permiten defenderse del modelo y las prácticas sociales que pretenden alejarlas del control de su trabajo en el campo.

En México, la situación de las campesinas es similar, pues el 50% de la tierra se rige por sistemas de propiedad social, ejidos o comunidades donde el núcleo de población es quien ostenta la propiedad. De gran parte del trabajo en el campo mexicano se encargan las mujeres, pero actualmente es casi imposible para ellas acceder a la titularidad de la tierra. En Chiapas defienden modelos ancestrales de cultivo como la milpa, un policultivo basado en el maíz combinado con otras hortalizas. Aseguran que, conjugando este sistema con las actuales prácticas en agroecología, podría garantizarse la seguridad alimentaria.

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