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El expresidente taiwanés, Ma Ying-jeou, critica el creciente aislamiento del país: “Taiwán tendrá futuro si somos realistas”

Mar Llera

Hace un calor pegajoso en Taipéi. Un enjambre de personas y cámaras atraviesa con su sordo zumbido el campus de la NTU (National Taiwan University), en pleno centro de la ciudad. Ma Ying-jeou, el último presidente de Taiwán, se ha unido a los actos conmemorativos del movimiento estudiantil que en 1919 despertó la conciencia nacionalista china frente a Japón y las potencias occidentales. Hacía ocho años que se había inaugurado la república tras derribar al imperio Qing, la última dinastía china. El gigante asiático iniciaba entonces un viraje cultural y político para fomentar su propio desarrollo y abrir cauces a una democracia que acabaría truncada por la revolución maoísta.

Casi un siglo después, la celebración del 4 de mayo tiene un regusto agridulce. Ahora no hay oficialmente una, sino dos repúblicas chinas: la República Popular China (RPC) –gobernada desde Pekín– y la República de China (ROC) –más conocida como Taiwán–. Aunque ambas se autodenominan democráticas, la primera es un régimen autoritario de partido único, mientras que la segunda es un Estado de Derecho democrático-liberal, con alternancia de partidos en el gobierno.

En 1971 Pekín logró hacerse con la representación del conjunto de China en Naciones Unidas en detrimento de Taipéi, afirmando que la isla es una provincia rebelde sometida a su jurisdicción. Desde entonces el espacio diplomático taiwanés se ha ido reduciendo progresivamente. Taiwán funciona de facto como un país independiente y soberano, pero sólo goza del reconocimiento de 19 estados, entre los cuales no se encuentra ninguna potencia mundial, ni siquiera su gran valedor, Estados Unidos. Éste mantiene una posición ambivalente, calculada, al servicio de sus propios intereses.

Desde 2016, con la llegada al gobierno del Partido Democrático Progresista (PDP), que aboga por la independencia, Taiwán ha perdido cuatro aliados diplomáticos: Gambia, São Tomé-Príncipe, Panamá y, desde el 1 de mayo, la República Dominicana.

Nada más conocerse la noticia, la presidenta Tsai Ing-wen reafirmaba su voluntad de defender los intereses nacionales, la libertad y la democracia: “Nunca cederemos a las presiones de Pekín”. El periódico Taipei Times denunciaba en su editorial el último golpe de la “diplomacia del talonario” mediante la cual China promete ayuda financiera y beneficios comerciales a los estados que pongan fin a sus relaciones diplomáticas con el país vecino.

El objetivo último de esta política es asfixiar a la democracia taiwanesa, completando su aislamiento internacional con miras a una pronta unificación. En Taipéi se rumorea que podría suceder en dos años, aunque la ciudadanía se opone cada vez con mayor contundencia a tal desenlace. Los expertos auguran que en los próximos meses la isla pueda perder también el apoyo diplomático de Haití, Honduras y quizás incluso del Vaticano, que lleva tiempo pergeñando un controvertido acuerdo con Pekín.

Durante el mandato presidencial de Ma Ying-jeou se logró una tregua en la batalla diplomática gracias a la intensificación de las relaciones económicas y políticas con el continente. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en la llamada Revolución Sunflower de 2014 la sociedad civil taiwanesa se opuso mayoritariamente a ese acercamiento, al considerar que ponía en peligro la democracia, la independencia de facto y la soberanía nacional.

“Se trata de un hecho muy grave”, dice Ma en una breve conversación con eldiario.es a la pregunta de la retirada del reconocimiento diplomático por la República Dominicana. “Ese país ha estado a nuestro lado desde 1941, nada menos que 77 años de estrechas relaciones diplomáticas que han forjado una cooperación y una amistad profundas. Durante mi etapa en el gobierno no perdimos ningún aliado. La situación que vivimos hoy es consecuencia de la irresponsable política del actual Ejecutivo, que al negarse a aceptar el Consenso de 1992 está minando nuestras relaciones con China y poniendo en riesgo a nuestro país”.

Ma se refiere al acuerdo alcanzado por la organización china ARATS (Association for Relations Across the Taiwan Strait) y la organización taiwanesa SERF (Taiwan's Strait Exchange Foundation), responsables de las relaciones a través del Estrecho de Taiwán. A principios de la década de los 90, ambas afirmaron la existencia de “una sola China”, aunque no llegaron a determinar el significado preciso de esta expresión, desde entonces abierta a las interpretaciones de los protagonistas en litigio.

Desde su llegada al poder, la actual presidenta, Tsai Ing-wen, ha mantenido una posición ambigua: no acepta el Consenso de 1992, pero respeta el statu quo debido a la imposibilidad de proclamar la independencia, que conllevaría gravísimas consecuencias para toda la región.

China lleva meses realizando maniobras junto a las costas de Taiwán para simular lo que sería un desembarco destinado a ocupar militarmente la isla. Hace apenas un par de semanas, los servicios de inteligencia norteamericanos detectaron misiles de crucero antibuque y misiles tierra-aire instalados por China en el mar de China Meridional.

¿Cuál es el futuro que Ma prevé para su país? “Taiwán tendrá futuro si somos realistas”, se limita a responder.

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