Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

Opinión

Cómo nuestra adicción a las pantallas daña a nuestros hijos

La “tecnointerferencia” podría estar asociada a una mayor incidencia de mal comportamiento infantil.

Rowan Davies

Un estudio publicado por la revista científica Desarrollo Infantil ha analizado la forma en que el uso de la tecnología por parte de los padres afecta al comportamiento de sus hijos. La conclusión ha sido que “las interrupciones tecnológicas en las interacciones entre padres e hijos” —un fenómeno conocido como “tecnointerferencia”— podrían estar asociadas a una mayor incidencia de mal comportamiento infantil.

Casi la mitad de los padres (48%) admitió tener cada día tres incidentes de tecnointerferencia en sus interacciones con sus hijos, y los investigadores afirman que esto está directamente relacionado con niños más propensos a lloriquear, enfadarse, frustrarse, estar inquietos y coger rabietas. (Casualmente, este suele ser el comportamiento que manifiestan los adultos ante una conexión lenta del WiFi).

Es algo que muchos padres confiesan con culpa: su hijo de seis años empuja niños más pequeños alegremente en los juegos infantiles, mientras el padre mira Ebay en su smartphone; la madre mantiene una conversación de texto mientras le grita “¡Espera!” a uno de sus hijos que intenta explicarle algo que sucedió en la escuela. Muchos de nosotros también comprendemos el término que utilizan los autores, “presencia ausente”, para referirse a cuando utilizamos el smartphone o el ordenador cerca de nuestros hijos. Asimismo, también sentimos empatía por los sujetos del estudio que confesaron que la tecnología les hace “sentirse menos efectivos en sus tareas como padres”.

La gente mayor se muestra especialmente preocupada cuando ve a padres distraídos por las pantallas, se escandalizan al ver niños pequeños con la mirada perdida en el autobús mientras el adulto a cargo mira su Facebook. Pero la tensión entre lo que es bueno para los niños, lo que es bueno para los adultos y lo que es bueno para toda la familia precede la era YouTube. Mis contemporáneos de la Generación X recordarán un debate similar en torno a la televisión: ¿Cuánta televisión deben mirar los niños? ¿Ver Sensación de vivir convertirá a tu hijo adolescente en un inútil que no conseguirá trabajo nunca? ¿Qué tipo de programa televisivo —en una escala de Las bizarras pruebas del Gran Juego de la Oca a Final del mundial de fútbol— era aceptable para ver en familia durante la cena? ¿Estaba bien acostar pronto a los niños porque porque empezaba el programa favorito de los padres?

La tecnología móvil ha cambiado las reglas del juego por su portabilidad y por ser adictiva en versión pequeña, pero la debilidad por un poco de entretenimiento tonto es la misma. Quizá estamos especialmente preocupados por el impacto de la tecnología moderna porque nos fascina la novedad. Mucho de mi tiempo como madre gira en torno a cómo hacer para poder sentarme a leer media hora, pero ningún titular jamás me ha dicho que debo pasar menos tiempo leyendo.

La vida moderna, parafraseando al grupo de pop británico Blur, es atareada, y es normal buscar momentos de respiro. El tiempo que se debe pasar alimentando, vistiendo, organizando la casa y las actividades familiares y trabajando para mantener a una familia es tiempo que no se puede invertir en generar interacciones significativas con los hijos.

Yo trabajo desde mi casa, y la escuela de mis hijos acaba antes de que yo acabe mi trabajo. Me siento mal cuando no puedo prestarles mucha atención cuando llegan a casa, pero mi trabajo con el ordenador es lo que paga las facturas. Y aunque pocos padres negarían que es importante conversar libremente con tu hijo pequeño y responderle sus preguntas cada vez más abstractas sobre fenómenos naturales hasta que sospechas que se está quedando contigo, la realidad es que también es válida la necesidad de los padres de distraerse un poco. Todos llegamos a un punto en que o tenemos media hora de paz o nos dará un ataque de nervios luego en el supermercado.

Estoy en actitud defensiva, por supuesto. Ese es el problema con los estudios que nos dicen que nuestro comportamiento está dañando a nuestros hijos: la primera reacción es buscar furiosamente mil razones por las que el estudio no se puede aplicar a tu situación. Siendo justa con los autores del estudio, es verdad que insisten con que hacen falta más estudios, y sí que incluyen a la televisión en sus definiciones. A muchos padres les encantaría tener más consejos basados en evidencias reales sobre cómo manejar los tiempos de pantalla, aunque sea para hacer algo constructivo en lugar de sólo sentirse culpables. Es muy común que los padres le pongan límites al tiempo que sus hijos pasan frente a las pantallas. Quizá también deberíamos pensar más en serio en aplicarnos los límites a nosotros mismos.

En lugar de quedarnos atrapados en la culpa mientras tecleamos en nuestros pequeños ordenadores, podríamos hacer una evaluación familiar honesta del impacto de las pantallas en nuestros vínculos e intentar fijar un enfoque consciente que incluya más actividades desconectadas. Después de todo, acabar tirándonos el tablero de Scrabble y los diccionarios por la cabeza es una actividad de vinculación afectiva que pueden disfrutar personas de todas las edades.

Traducido por Lucía Balducci

Etiquetas
stats