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The Guardian en español

La guerra de la gamba roja: la UE equipa a los mismos guardacostas libios que atacan a los pescadores italianos

Gamba roja cruda en el restaurante Antico Borgo Marinaro

Lorenzo Tondo

Mazara del Valle (Italia) —

Mazara del Vallo cuelga sobre el Mediterráneo en la costa oeste de Sicilia. Frente a un río, rodeada de locales dedicados a la pesca, se abre una puerta, la de Antico Borgo Marinaro, un restaurante elegante donde un plato de gamba roja cruda con melón, guindilla y granada cuesta 12 euros. Los pescadores temen que esas mismas gambas rojas pueden costarles la vida

Desde que a mediados de los 90 Libia comenzara a proteger sus aguas territoriales de los barcos extranjeros haciendo uso de la fuerza, un conflicto poco conocido se libra en las 180 millas marinas que separan al país africano de las costas italianas. Justo en la zona de pesca de uno de los crustáceos más preciados del mundo.

El pasado seis de septiembre, tuvo lugar el último de los incidentes relacionados con la gamba roja registrados hasta el momento. Un barco siciliano recibió fuego de ametralladora de un guardacostas libio. Dos meses antes, otro barco que pescaba gamba roja acabó detenido en Trípoli y fue liberado solo tras la intervención del gobierno italiano.

Domenico 'Mimmo' Asaro lleva 40 años pescando en esas aguas y fue uno de los primeros patrones en ser atacados. El 22 de marzo de 1996, una patrullera libia se le acercó por un lateral a unas 50 millas del puerto de Misrata. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que sucedía, sintió cómo le rozaba una bala y comenzó a sangrar por la parte posterior de la cabeza. Pidió a su tripulación que se refugiara mientras el fuego atravesaba el puente del barco como si fuera papel dejándolo lleno de impactos.

Asaro y sus hombres fueron detenidos por la patrullera libia y dieron con sus huesos en la cárcel de Misrata durante seis meses. Cuando el capitán fue liberado, estaba irreconocible. Había perdido 22 kilos. “El peor golpe me lo llevé en el corazón”, recuerda ahora. “Tuve que decirle a mi padre que había perdido el barco que le había pertenecido a él y a mi abuelo. No sólo terminan con nuestra economía. La gamba roja es parte de nuestra historia y se está borrando”.

La zona de pesca de la gamba roja parte desde el suroeste de Sicilia y llega al norte de África. Para los libios, los barcos de pesca extranjeros no solo son invasores. Son, además, explotadores, cuando no directamente ladrones, de sus recursos naturales.

Según datos del distrito de pesca de Sicilia, una cooperativa que reúne a los actores implicados en el sector pesquero de la isla, durante los últimos 25 años, más de 50 barcos pesqueros han sido retenidos y dos han sido confiscados, 30 pescadores han sido detenidos y docenas de personas han resultado heridas.

Y a los pescadores italianos –la mayoría de ellos viven en Mazara del Vallo, principal puerto pesquero del país– no se les escapa que desde que Roma y el Gobierno de Trípoli firmaron un acuerdo en 2017 con apoyo de la Unión Europea para frenar el flujo de migrantes por esas mismas aguas, Italia ha colaborado en la formación y aprovisionamiento de la guardia costera libia.

La gamba roja siciliana no es cualquier gamba, sino uno de los crustáceos más demandados por la restauración en toda Europa. Es uno de los símbolos de la excelencia culinaria italiana.

“Vive en zonas fangosas muy concretas del mediterráneo entre 400 y 700 metros de profundidad”, explica Bartolomeo Marmoreo, chef de Antico Borgo. “La profundidad de su hábitat enriquece a la gamba con sales minerales, dándoles un sabor único, levemente dulce y ahumado. Por eso la gamba roja –nada mejor que comerla cruda– es una de las delicias más valoradas de la cocina mediterránea y por eso también se exporta a todo el planeta”.

Todo los días, en el puerto de Mazara, compradores franceses, españoles y británicos hacen cola frente a las naves donde se almacenan y empaquetan las mejores gambas rojas en bandejas de un kilo y a precios que rondan los 60 euros. Sin embargo, las cosas están cambiando desde que la guerra de la gamba roja se ha intensificado.

“A finales de los 90, había unos 350 barcos pesqueros en Mazara”, dice Tommaso Macaddino, Secretario General del Sindicato UILA Pesca. “Hoy quedamos menos de 70. Pocos pescadores están dispuestos a arriesgar la vida por la gamba roja”.

Las detenciones de pesqueros aumentaron su frecuencia en 2005, cuando Muammar Gadafi decidió unilateralmente extender las aguas territoriales libias desde las 12 hasta las 74. “Y ahí fue que comenzaron los problemas reales”, cuenta Francesco Mezzapelle, periodista y sociólogo de Mazara, autor de un libro sobre la guerra de la gamba roja. “Fue una violación flagrante del derecho internacional. Una extensión unilateral puede ser válida para países oceánicos, pero no para los mediterráneos debido a la existencia de más de una docena de países en el mismo mar”.

La paradoja de las detenciones de barcos agrava el problema. Las que realiza la guardia costera libia tienen muchas veces como único objetivo recibir los 50.000 euros que paga el Gobierno italiano por la liberación de cada barco. Según el Departamento de Pesca, la guerra de la gamba roja ha costado unos 50 millones de euros a la industria pesquera italiana en los últimos 25 años y Mazara del Vallo ha perdido más de 4.000 empleos en la última década.

La crisis económica está empujando a los pescadores italianos a relacionarse con el señor de la guerra que controla el este de Libia, Khalifa Haftar, enfrentado con el gobierno de Trípoli, el reconocido por la comunidad internacional.

El pasado septiembre, Federpesca, una patronal pesquera italiana, anunció un acuerdo con las fuerzas de Haftar que protegería su flota de las intimidaciones a las que los somete el gobierno de Trípoli. El acuerdo tuvo que ser retirado en cuestión de días tras las protestas del jefe del Gobierno reconocido por Naciones Unidas, Fayez al-Sarraj.

Todo esto alimenta un sentimiento antieuropeo en el sector pesquero italiano, que percibe a Roma y Bruselas como administraciones “traidoras” en lo relacionado con sus acuerdos con Libia. Por el momento, el Gobierno italiano ha anunciado que piensa renovar los acuerdos migratorios en vigor. Mientras tanto, Asaro se presentó a las últimas elecciones como candidato del partido de extrema derecha de Mateo Salvini, conocido por esa misma retórica antieuropea.

Los pescadores se embarcan en misiones de pesca de hasta 30 días en los que lanzan sus arrastres de un kilómetro de longitud. Para aguantar tanto tiempo en el mar, necesitan al menos 40 toneladas de diésel a un precio de unos 40.000 euros. “Una cantidad enorme de dinero que puede esfumarse si los libios deciden confiscar el barco”, dice Asaro.

Traducido por Alberto Arce.

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