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“¿Por qué nos atacan?” Civiles yemeníes pagan el precio de una crisis que se agrava

Una niña entre los escombros de su casa, en Sana, Yemen © AP Photo/Hani Mohammed

Saeed Kamali Dehghan

El martes 9 de agosto, Saddam Hussein Abdu al-Burai se despidió de su mujer, embarazada de su primer hijo, y se fue a trabajar a una fábrica de patatas fritas a 10 kilómetros de su casa, en un polo industrial en Alnahda, en el distrito Sana’a, capital de Yemen. Era su primer día de trabajo. Pero a las 9.30 de la mañana, tan solo dos horas después de que empezara a contar manualmente las bolsas de patatas, las fuerzas saudíes comenzaron un ataque aéreo.

Burai murió en el acto, junto con otros seis hombres y tres mujeres. El bombardeo a la fábrica de patatas fritas llegó durante el primer ataque aéreo de la coalición saudí contra los rebeldes Houthi desde que fracasaron las negociaciones de paz impulsadas por la ONU a principios de este mes.

La pausa de tres meses después del alto el fuego de abril, que fue violado a menudo pero llevó algo de paz a Sana’a, llegó a su fin, volvieron a comenzar los ataques y Burai, que no tenía ninguna conexión con la política ni con la guerra, fue una de las primeras víctimas tras el fracaso de las negociaciones de paz. 

Con el apoyo de Estados Unidos

La campaña saudí, apoyada por el Reino Unido y Estados Unidos y lanzada en marzo de 2015, busca devolverle el poder al presidente derrocado Abd Rabbu Mansour Hadi, que primero huyó a la ciudad sureña de Aden para luego escapar a Riyadh en marzo de 2015. Los combatientes hutíes, pertenecientes a la secta chií zaidí, están aliados con el ex presidente Ali Abdullah Saleh y controlan Sana’a y gran parte del territorio occidental de Yemen. 

La coalición saudí ha sido criticada por la ONU y por grupos de Derechos Humanos por realizar ataques aéreos a objetivos civiles. En el caso del bombardeo que mató a Burai, hay un campo militar hutí a unos 20 metros al sur de la fábrica de patatas fritas, separado por dos grandes muros. El ataque, en vez de caer sobre el campo militar, cayó de lleno sobre la fábrica, donde unas 60 personas trabajaban en el turno matutino. 

Abdulrahman Saleh Abdu Salah, un electricista de 26 años, estaba cargando su móvil en la oficina del jefe cuando la explosión sacudió el edificio. Él fue uno de los afortunados. “De pronto se escuchó una explosión gigantesca y todo comenzó a caer sobre nuestras cabezas, incluso las paredes,” cuenta a The Guardian. “Me puse de pie y volví a la fábrica, vi a todo el mundo por el suelo, algunos murieron al instante por la metralla, y el lugar se prendió fuego”.

“Vi a un colega cerca de la máquina que yo estaba arreglando. Estaba saltando y gritando del dolor. Fue al único que pude socorrer. Lo llevé fuera. En pocos minutos, todo el lugar estaba ardiendo, la gente murió y sus cuerpos se calcinaron”.

Salah dice que le agradece a Dios haber sobrevivido al ataque que mató a muchos de sus amigos. Su mejor amigo, Mostafa Aqeel, es uno de los 13 heridos y continúa en el hospital. Cinco personas siguen en la unidad de cuidados intensivos y uno está en coma. Salah afirma no entender por qué la coalición saudí atacó civiles. 

“¿Por qué nos atacan a nosotros?” se pregunta. “Es una fábrica de patatas fritas. No tenemos armas, ni bombas, ni hay combatientes dentro. Solo hombres y mujeres trabajando”. La fábrica, que abrió en 1985, ahora está cerrada.

Bombas en hospitales 

Desde entonces, ambas partes del conflicto han aumentado los ataques. Recientemente, un ataque aéreo de la coalición saudí destruyó un hospital de Médicos Sin Fronteras en el distrito Abs de la gobernación de Hajjah, en el noroeste de Yemen. El ataque, el cuarto contra instalaciones de MSF en menos de un año, mató al menos a 11 personas, incluido un miembro de MSF. A raíz de este ataque, MSF anunció a principios de esta semana que se retirará de seis hospitales del norte de Yemen. 

Los combatientes hutíes han contraatacado, disparando misiles al otro lado de la frontera, que también mataron ciudadanos civiles.

Juan Prieto, director de MSF en Yemen, asegura que es muy difícil operar en Yemen. Condenó los ataques a hospitales y dice que no entiende por qué siguen sucediendo. La coalición ha acusado a los hutíes de esconder equipamiento militar y rebeldes en lugares públicos como escuelas y hospitales. Un reciente ataque a una escuela en el distrito de Haydan en la gobernación norteña de Saada mató a diez estudiantes menores de 15 años.

“Podemos garantizar que en las instalaciones en las que trabajamos nosotros no hay ninguna actividad militar”, asegura a The Guardian por teléfono desde Sana’a. “Hemos seguidos todas las reglas que nos ponen los saudíes y aún así siguen atacando, no entendemos por qué. Es una falta de respeto”. 

 

Prieto señala que la situación en Yemen está empeorando, especialmente en lo que respecta al acceso al agua y a alimentos. “El sistema no puede atender las necesidades que hay”, afirma. Desde que el conflicto comenzó han muerto más de 6.000 personas, la mitad eran civiles y más de 1.100 eran niños, según datos de la ONU. 

La semana pasada, el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, pidió tres veces a ambas partes el cese de la violencia. “Ciudadanos civiles, inclusive niños, están pagando el precio de que continúe este conflicto, mientras se siguen atacando edificios públicos como escuelas y hospitales,” declaró.

Entre 5 y 10 ataques al día

Maha Nagi, una mujer de 30 años radicada en Sana’a que realiza trabajo humanitario, dice que la mayoría de la gente se ha quedado sin empleo y no pueden pagar las necesidades básicas, mientras que otros se han quedado sin hogar y luchan por encontrar donde pasar la noche. Afirma que desde el fracaso de las negociaciones de paz, han habido cada día entre 5 y 10 ataques aéreos en Sana’a y sus alrededores.

“La novedad es que esta vez no atacan solo edificios militares, sino también residencias familiares”, señala. “Yo culpo a ambas partes porque sólo les importa ganar más poder, y culpo a Arabia Saudí por intervenir y empeorar todo. Atacan cualquier sitio en Yemen y matan ciudadanos inocentes. No hacen excepciones. Atacan incluso escuelas y hospitales”. Usuarios de Twitter han utilizado #NotATarget para denunciar ataques a objetivos civiles. 

“La situación en Yemen es catastrófica. Queremos estar a salvo y que no nos maten los aviones saudíes”, dice Nagi. Además asegura que la sanidad no funciona y que no hay electricidad pública en Sana’a. “Solo se puede usar un generador o energía solar.”

El analista político radicado en Sana’a, Hisham Al-Omeisy, afirma que en las últimas semanas los ataques aéreos se han vuelto indiscriminados. Asegura que mientras los hutíes son “culpables de apropiarse del Estado y manejarlo mal”, es la coalición saudí la que “mantiene a todo el país como rehén del conflicto y ataca de forma masiva e indiscriminada”.

“El bloqueo comercial que impuso la coalición saudí no solo fue devastador sino catastrófico”, señala. “No hay forma militar de ganar esta guerra. La Operación Tormenta Decisiva, que se suponía que llevaría unas semanas, se ha extendido a un conflicto de 16 meses. Yemen está en camino de desintegrarse como Estado, y mientras Aqap –al-Qaeda en la Península Arábiga– y el ISIS sigan ganando puntos de apoyo en las regiones sin gobierno, dentro de poco estaremos peor que Siria”. 

Ahmed Abdullah Hashem Jahaf, un diseñador gráfico de 27 años, sacó a su esposa y a su hijo del país al principio del conflicto, pero él ha regresado varias veces. “Me quedé solo aquí, intentando comprender qué está pasando en mi país. Perdí a muchas personas y amigos en esta guerra.  No puedo siquiera contar cuántos con exactitud”, cuenta. “Estos días la situación ha regresado a los primeros tiempos de este conflicto: combates y bombardeos constantes en muchas regiones, no funcionan aeropuertos, ni puertos, ni hay electricidad…El futuro de Yemen es incierto pero me temo que será oscuro y peligroso, no solo para Yemen sino para toda la región”.

Ibrahim Abdulkareem perdió a su hija de 11 meses, Zainab, cuando un ataque aéreo destruyó su casa en el oeste de Al-Jeraf, en el distrito deAl-Thawra, hace más de un año. Su esposa y su hijo sufrieron heridas pero sobrevivieron.

Un año después, su vida ha cambiado al punto de resultarle irreconocible. “La vida se ha vuelto muy difícil. No tenemos hogar, ni dinero, ni muebles. Vamos pasando de una casa a otra”, relata. “Es muy difícil aceptar esta situación. Mi pena por mi hija aumenta cada día. Zainab era mi sonrisa, mi vida y mi bendición”. 

Traducción de Lucía Balducci

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