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The Guardian en español

Los buscadores de oro del siglo XXI buscan otro tipo de destello: la fama de Youtube

Los cazadores de tesoros apenas encuentran oro suficiente para pagar el coste de la gasolina.

Rory Carrol

Montañas de San Gabriel, California —

Durante la fiebre del oro, miles de buscadores de este metal precioso recorrieron las montañas de San Gabriel con la esperanza de hallar pepitas; una búsqueda marcada por la rivalidad y el secretismo: si ves un destello, cierra la boca. Dos siglos más tarde, sus descendientes utilizan instrumentos parecidos, buscan oro en el mismo río cristalino y helado, y están rodeados por la misma naturaleza. Sin embargo, se sienten atraídos por un tipo de destello distinto: la fama.

Estos nuevos buscadores de oro han cambiado el secretismo por YouTube y comparten ubicaciones para que sus seguidores puedan seguirlos y unirse a su búsqueda. Si consiguen generar tráfico en internet, Google, que es la propietaria de YouTube, les da cinco minutos de fama y un poco de dinero.

“Empecé a subir vídeos y ahora se ha convertido en algo así como una adicción”, explica Robert Ferguson, de 52 años, cuyo canal tiene más de 1.700 usuarios suscritos y 384.000 visualizaciones: “Me siento como una estrella. La gente me reconoce, y aunque no supone mucho dinero, Google me paga”.

Ferguson luce una camiseta, unos pantalones cortos y una botas llenas de barro, y habla con The Guardian durante un descanso. Tamiza las piedras y la arena en el río San Gabriel, en busca de pepitas. Trabaja junto a otros tres buscadores de oro. Todos ellos se conocieron a través de YouTube.

La página web de intercambio de vídeos se ha convertido en un tablón de anuncios y esta comunidad ecléctica la utiliza para compartir información, presumir de sus habilidades o de su suerte, aumentar su cifra de seguidores, alimentar su deseo de notoriedad, y el filón más importante: poder participar en un reality de televisión.

“Hacer vídeos no se me da muy bien. Mi mujer siempre dice que soy el peor cámara del mundo” indica Larry Englehart, de 67 años, con el agua hasta los tobillos: “En vez de mostrar una pepita, muestro el ombligo de un tipo. Supongo que la gente está aburrida porque lo cierto es que miran mis vídeos”. El canal de este pintor industrial jubilado ha conseguido 822 suscriptores y 171.000 visualizaciones.

Jeff Williams, un tipo lleno de vitalidad y que lleva ropa de ante, es el buscador de oro con más éxito en Internet. Tiene 62.000 suscriptores y cerca de 15 millones de visualizaciones.

Pocos buscadores, por no decir ninguno, esperan hacerse ricos. Todo parece indicar que en esta parte del río ya no quedan pepitas. Un día de arduo trabajo, excavando y limpiando la tierra, suele traducirse en medio gramo de oro (valorado en unos 20 dólares) aunque si tienes suerte puedes conseguir hasta 5 gramos (200 dólares). Si no la tienes, regresas a casa con las manos vacías.

Algunos, como Ryan Reynolds, un joven de 28 años, llegan atraídos por la perspectiva de ser famosos en Internet o, al menos, lograr un cierto reconocimiento. Hizo un vídeo corto con la cámara de su teléfono móvil antes de meterse en un agujero para sacar una roca: “Hola, ha venido the Guardian, esperemos que nos hagan quedar bien y no nos presenten como a un puñado de perdedores”.

Es nuevo en YouTube pero ya tiene 98 suscriptores. Sin embargo, saboreó las mieles de la fama cuando un desconocido lo abordó en una convención de buscadores de oro: “Me dijo, hola, yo a ti te conozco, eres el Otro Ryan. Aluciné”. Reynolds, que limpia perros en un salón de belleza canina, se hace llamar Odd Ryan (el Ryan raro) en su canal de YouTube para diferenciarse del actor canadiense que se llama igual que él.

Brandon Preciado, su compañero, también estaba dentro del agujero. Este hombre de 35 años trabaja como pinchadiscos en un club nocturno y es técnico de sonido. Nos cuenta que empezó a tener “fiebre del oro” tras ver algunos vídeos de YouTube y algunos programas de televisión, como Yukon Gold.

Cuando Ferguson y Englehart se acercan para excavar, empiezan a fluir las muestras de admiración, como si siguieran el protocolo del perfecto buscador de oro. “He visto tu trabajo”, le dice Reynolds a Englehart: “Un placer conocerte”. Englehart se hace el modesto pero le brillan los ojos. Ferguson elogia el trabajo de Preciado y le cuenta que ha visto el vídeo en el que levanta rocas muy pesadas. Preciado hace esfuerzos por no sonrojarse. “Todo lo que hago es copiar a Salvaje, tío”.  Salvaje (Savage) es el apodo de otro minero.

El paraíso de los buscadores de tesoros

A simple vista, el sendero de East Fork, un monumento nacional de las montañas de San Gabriel situado a una hora en coche de Los Ángeles, parece quedar fuera del alcance de las redes sociales.

Los teléfonos móviles no tienen cobertura y solo se escucha el sonido de los pájaros, de los insectos, del viento y de vez en cuando los golpes de metal contra las rocas. Es el hogar de los leones de montaña, las águilas, las serpientes de cascabel, los osos, entre ellos el patriarca Baxter, y un pavo salvaje llamado Goebbels.

Los buscadores de oro, vestidos con pantalones vaqueros rotos o pantalones cortos, trabajan tan duro como los protagonistas de la fiebre del oro de 1840: excavan la tierra, la tamizan, dejan que el río se lleve la parte de tierra que no sirve y esperan que el agua deje tras de sí pepitas de oro.

“Nada es comparable a la emoción de encontrar un trozo del tesoro. Eso es lo que somos, buscadores de tesoros”, indica Nick McKinney, un hombre de 35 años que trabajaba en una plataforma petrolera y que en YouTube se hace llamar Wyoming Nick.

Los lugareños aseguran que, cuando sopla el viento, de los agujeros que hicieron los buscadores de oro en las montañas emanan silbidos. Estos buscadores de oro eran nativos americanos, colonizadores españoles y más tarde estadounidenses y emigrantes de Europa, Asia y América Latina atraídos por la “fiebre del oro” de 1849 y que llegaron hasta las montañas de San Gabriel y a otras partes de California en tren, en mula o a pie. 

“Mis amigos creen que estoy loco. Me dicen que ya no hay oro, que los antiguos buscadores se lo llevaron todo. Sin embargo, no es así. Aún queda”, dice Preciado, que en YouTube se hace llamar DJ Foulmouth. Algunas leyendas hablan de vetas de oro secretas y pepitas de oro enterradas y olvidadas, del tamaño de un puño. Lo cierto es que los buscadores no ganan ni para pagarse la gasolina. El precio del oro a nivel mundial, muy oscilante y que en estos momentos es de 1,2 dólares la onza, un precio relativamente alto, parece un concepto bastante abstracto.

Para estos buscadores de oro, la satisfacción tras el esfuerzo y la sensación de libertad que tienen en las montañas es la máxima recompensa; a pesar del ruido que hacen los que practican el puenting en estas montañas los fines de semana.

Una válvula de escape

“Excavar cerca del río puede parecer una actividad extraña pero lo cierto es que a mí siempre me ha gustado la naturaleza” explica Reynolds. Buscar oro le permite desconectar de su trabajo limpiando mascotas consentidas; un trabajo bastante mal pagado: “No me gusta que me muerdan y tampoco me gusta tener que lidiar con ricos, no los soporto”.

Ferguson, que no tiene trabajo y cuida a un hermano que sufre una enfermedad neurodegenerativa, también afirma que buscar oro es una válvula de escape: “Si lo único que haces durante todo el día es cuidar a otra persona, al final te deprimes. Tienes que ir a algún sitio y este es mi sitio”.

Para Englehart, buscar oro es lo más parecido a volver a nacer. En 2002 le diagnosticaron hepatitis C y lo mandaron a casa “para que esperase su muerte”, pero consiguió sobrevivir a una quimioterapia extremadamente agresiva. Tras ver los vídeos de Ferguson decidió ir a San Gabriel: “Mi cuerpo era como una gran masa gelatinosa, no tenía masa muscular. Cuando caminas por la montaña y buscas oro te olvidas de todos tus problemas”.

Los expertos en medio ambiente señalan que cavar agujeros y hacer presas pone en riesgo a especies amenazadas, y recuerdan que las actividades de minería son ilegales en un espacio natural protegido por el gobierno. Los buscadores de oro niegan estar causando daños y subrayan que la ley es ambigua. Lo cierto es que no lo es: las actividades de minería son ilegales, pero las autoridades miran hacia otra parte.

Las mentiras, los robos y los asesinatos fueron una constante durante la fiebre del oro. Tal vez porque ahora lo que está en juego es mucho menos relevante, los buscadores de oro del siglo XXI parecen un grupo de apoyo, y los miembros se ayudan y comparten información. “Prácticamente somos una hermandad. Nos ayudamos los unos a los otros constantemente”, explica Reynolds. Englehart está de acuerdo: “No tenemos secretos”.

La excepción a esta norma de solidaridad la encontramos río arriba, donde los buscadores de oro más robustos se adentran en zonas remotas donde hay más oro y más razones para mantener la boca cerrada. Ferguson, que apenas obtiene unos pocos dólares al mes por sus vídeos de YouTube, explica que cuando compartió la ubicación de un agujero que estaba excavando no lo hizo por solidaridad: “A veces me interesa atraer a otras personas y que excaven más hondo para que luego yo pueda encontrar oro”.

Unos productores de televisión contactaron con él, pero todavía espera una oferta en firme.

Su consejo a los buscadores de oro que quieran tener un canal en YouTube: “Sé tú mismo, no mientas, muestra las serpientes, las flores, la fauna y flora”. Para Ferguson, California es el escenario perfecto para un reality sobre minería: “Es el Estado dorado”.

Traducción de Emma Reverter

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