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The Guardian en español

Ramona Brant, la mujer que sí logró el indulto de Barack Obama

Uno de los puntos fuertes de la campaña de clemencia de Obama es que sirve como modelo para otros estados

Ed Pilkington / Laurence Mathieu-Léger 

Charlotte —

En abril de 2016, Ramona Brant estaba en la puerta del restaurante Busboys and Poets, en la ciudad de Washington. Hacía dos meses que había salido de la cárcel, tras cumplir 21 años de una condena a cadena perpetua por un delito relacionado con las drogas en el que no hubo violencia ni antecedentes penales. Un convoy de limusinas se aproximó. Un hombre negro y alto se bajó del vehículo principal. “Hola, Ramona, vamos. Te voy a llevar a almorzar”, le dijo.

“Me quedé paralizada, no podía pensar”, recordó Brant en conversación con The Guardian. “Esta es la persona que hizo uso de su poder ejecutivo para decir ‘ya tuviste suficiente, ya te puedes ir a casa’. Luego me invita a almorzar. No podía creerlo”.

Hacia el final del almuerzo, Brant se había calmado lo suficiente como para hacerle a Barack Obama una promesa que sentía profundamente: dijo al presidente de EEUU que no haría nada que pudiera enviarla a la cárcel, porque no permitiría que su nombre quedara manchado.

“Voy a honrarlo con mi libertad”, dijo Brant. “Y eso es lo que he hecho”.

Brant es una de las 1.324 personas que honrarán a Obama con su libertad mucho después de que el presidente deje la Casa Blanca en enero. Como Brant, la mayoría de estas personas cumplía largas sentencias en la cárcel (395 cumplían cadena perpetua) impuestas durante la llamada “guerra contra las drogas” por delitos menores de tráfico de drogas. 

El caso de Brant fue especialmente brutal. No tenía antecedentes de tráfico de drogas cuando fue arrestada y acusada en 1994 de conspiración para distribuir 37 millones de dólares en cocaína, según la tasación de la fiscalía. “Nunca he vendido drogas en toda mi vida. Ni siquiera una vez”.

El que traficaba era su novio

Sin embargo, por asociación con su violento novio, que la golpeaba y amenazaba con matar a algún miembro de su familia para que ella lo acompañara a vender drogas por diferentes estados, Brant fue acusada de traficar en persona grandes cantidades de crack y cocaína, cantidades que según ella eran totalmente inventadas. 

“Esas cantidades nunca existieron, no había nada allí. Se basaron en las cifras que mis codemandados se vendían entre ellos, juntaron todas esas cantidades y me hicieron responsable a mí”.

Incluso el juez, mientras sentenciaba a Brant a permanecer tras las rejas por el resto de su vida, se quejó de que encarcelarla de por vida era un disparate. Pero no podía hacer nada, la sentencia era obligatoria. Su exnovio sigue en prisión cumpliendo cadena perpetua.

Obama se refirió al caso de Brant en un largo artículo que escribió la semana pasada para la revista Harvard Law Review, en el que repasaba su impacto en las reformas de la justicia penal. “El caso de Ramona es, de mucha maneras, un claro ejemplo de los problemas que hay con las sentencias mandatorias excesivamente duras del sistema federal”, escribió.  

Brant contó que mantuvo su optimismo durante los 21 largos años que vivió en la prisión federal de Danbury (Connecticut) confiando en Dios. Sus plegarias fueron oídas en diciembre pasado, cuando recibió una carta en la que Obama le decía que creía en ella y que iba a reducir su sentencia para darle una segunda oportunidad.

“¡Cuando vi la carta y su firma! Me quedé ahí leyéndola una y otra vez, parecía irreal”.

Si multiplicamos por 1.324 esa alegría inconmensurable empezaremos a entender la escala humana del proyecto de clemencia de Obama. En cualquier evaluación futura de su presidencia, el hecho de que haya abierto las puertas de la cárcel para tantas víctimas de la guerra contra las drogas es algo que perdurará durante mucho tiempo como parte de su legado.  

“No eran grandes narcotraficantes”

“Lo que ha hecho Obama no tiene precedentes”, asegura Kara Gotsch, de Proyecto Sentencia. “Estas personas fueron víctimas de políticas que las dejaron atrapadas dentro del sistema de justicia penal por delitos menores relacionados con las drogas. No eran los grandes narcotraficantes”.

Uno de los puntos fuertes de la campaña de clemencia de Obama es que sirve como modelo para los estados responsables del encarcelamiento de una abrumadora mayoría de convictos. Dentro del sistema penal nacional hay cerca de 190.000 personas retenidas (prácticamente la mitad por delitos relacionados con las drogas), pero los que están en las prisiones de competencia estatal son muchos más: unos dos millones. 

Según Gotsch, “el presidente Obama ha intentado dar el ejemplo a nivel nacional y eso es extremadamente importante para lograr un cambio sustantivo sobre lo que se considera justo y adecuado. Todo el país tiene puestos los ojos en esto”.

La reducción de sentencias adoptada por Obama llega al final de un período particularmente frustrante en lo tocante a la reforma de la justicia penal. Hace un año, había muchas esperanzas de que un acuerdo de consenso, desde los hermanos Koch de ultraderecha hasta la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), votara por un cambio en la legislación para liberar a miles de personas, en gran parte afroamericanos atrapados en las durísimas sentencias que la guerra contra las drogas obligaba a imponer.

Cuando la férrea intransigencia republicana en la Cámara de Representantes hizo añicos esas esperanzas, Obama usó sus facultades como presidente para otorgar el indulto presidencial sin aprobación del Congreso. Algo relativamente pequeño en comparación con la ambición inicial de revisar todo el sistema judicial, pero más que nada. 

Como explicó Gotsch, “es su último esfuerzo para tratar de ayudar a tantas personas como le sea posible”.

Sin duda ese esfuerzo ha llegado tarde para la Administración de Obama. Hasta que anunció su 'Proyecto Clemencia' en 2014, el presidente mostraba escaso interés en el tema. De hecho, durante todo su primer mandato, solo concedió indultos y redujo las sentencias de 23 personas.

Hace tan solo unos meses, en marzo de 2016, algunos expertos en justicia penal se quejaban en el periódico The Washington Post de que el número de indultos (figura judicial que borra la responsabilidad legal diferente a la conmutación, en la que la condena se mantiene) decretados por Obama era tan bajo que podía quedar como “uno de los presidentes más desalmados de la historia”. Fue ese año cuando su campaña de clemencia comenzó a recuperar terreno y 1.171 del total de 1.324 indultados recobraron su libertad.  

Por el repentino arranque de actividad, Obama pasó de no figurar en el ranking de clemencia a convertirse en un gigante del perdón entre los presidentes de la posguerra. Muchos de los informes sobre su tardía implementación de conmutaciones y de indultos para reclusos dan cuenta de un dato sorprendente: Obama hizo uso de su facultad para otorgar clemencia más veces que los 11 presidentes anteriores juntos.

Esa caracterización es engañosa. Según Mark Osler, el profesor de Derecho de la Universidad de St. Thomas que puso en marcha el primer consultorio jurídico dedicado a los pedidos de clemencia, Obama ostenta ese título solo si no se tiene en cuenta el récord establecido por Gerald Ford.

En 1974, el presidente republicano concedió 14.000 pedidos de clemencia a evasores del servicio militar y a desertores de la guerra de Vietnam. Según Osler, fue una medida audaz ya que, en aquel momento, “los evasores del servicio militar tenían tan mala fama como los traficantes de crack hoy en día”.

Se trata de un sistema muy complejo

Ford logró ese número tan alto de peticiones de clemencia porque puso en marcha una eficiente operación mediante la que se podía aprobar peticiones con muy poca burocracia de por medio. En cambio el Proyecto Clemencia de Obama, según Osler, opera con un sistema de revisión tan difícil de manejar que traba todo el proceso.

El profesor Osler enumera siete obstáculos consecutivos, responsabilidad de cuatro organismos federales, que cualquier recluso debe sortear para que su petición sea aceptada: “La petición va de un empleado de la oficina del abogado de indultos al abogado de indultos, luego pasa de un empleado de la oficina del subprocurador general al subprocurador general, luego a empleados de la oficina del consejero de la Casa Blanca, luego al consejero de la Casa Blanca y finalmente al presidente. Y la gente se sorprende de que los resultados sean dispares”.

Como abogado, Osler ha representado a más de 60 demandantes y es plenamente consciente del impacto que tiene el trabajo de Obama. Para los 1.324 beneficiarios, dijo Osler, “este fue un increíble acto de clemencia”. “La reinserción a la sociedad es importante, no solo para ellos sino también para sus familias y comunidades”.

Pero Osler también es consciente de que la gran mayoría de los más de 30.000 prisioneros que han hecho una petición al presidente no recibieron clemencia o todavía están esperando una respuesta. “El problema es que me siento como un náufrago en el bote salvavidas mirando al resto de la gente en el agua”.

Ramona Brant conoce muy bien la sensación. Muchas de sus compañeras en prisión, a las que llama “hermanas”, aún están presas. “Hay muchas de mis hermanas que quedaron atrás”, dice.

La esperanza para esa gente desaparece día tras día. El elegido como fiscal general por el presidente electo Donald Trump, Jeff Sessions, ha criticado duramente el Proyecto Clemencia de Obama, al que acusa de ser un abuso del poder ejecutivo. Las posibilidades de que la Administración de Trump siga presionando para la liberación de delincuentes responsables de delitos menores de tráfico de drogas son casi nulas.

Como una forma de cumplir su parte para mantener viva la llama, Brant ha pasado gran parte del año pasado, desde que fue liberada en febrero, viajando por el país y hablando del doble flagelo que implican la violencia doméstica y el encarcelamiento masivo. Usa el poder de su historia personal para promover un cambio. 

“No solo estudié justicia penal, la viví. Ha sido mi vida y la de muchas otras mujeres. El sistema está hecho para meter en la cárcel a la gente, a las mujeres negras como yo”.

Brant, que era madre de dos hijos pequeños cuyo padre (su exnovio) fue también arrestado y condenado, recordó todos los momentos importantes que se perdió por estar presa durante 21 años. “Perdí la oportunidad de ser madre de mis propios hijos, de ver cuándo se les caía el primer diente, de llevarlos a la escuela el primer día. No estuve junto a mi padre cuando murió ni cuando falleció mi mamá. Me perdí el nacimiento de mis dos nietos. Por más fotos que tenga colgadas en la pared, nada reemplaza las imágenes que uno tiene en su mente, y yo no tengo ninguna”.

Brant ya comenzó a llenar el vacío. Hace cuatro meses, cuando nació su tercer nieto, sí estuvo presente.

Brant agradeció a Obama haberlo permitido. “Él me ha dado un regalo enorme, y quisiera que hubiera alguna forma de expresar mi gratitud. Él sabe que me dio una segunda oportunidad, pero no creo que sepa la importancia de lo que realmente significa ser libre”. 

Traducido por Francisco de Zárate

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