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El cierre de laboratorios por la pandemia provoca un sacrificio masivo de ratones en EEUU

Desarrollan las primeras vacunas contra el zika efectivas en animales

Rachel Ellison

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Xiao-Tong Su, una becaria posdoctoral que investiga la hipertensión en la Oregon Health and Science University (OHSU), se disculpa con los ratones cada vez que les practica la eutanasia. “Trato de pensar que se sacrifican por la salud humana y por la ciencia”, dice a The Guardian por teléfono. Desde el principio de sus investigaciones decidió no trabajar con conejos y usar ratones. El motivo es que en casa tenía dos conejos como mascotas y se encariñaba demasiado con los animales del laboratorio con los que trabajaba.

En el mundo de la investigación médica, la eutanasia de ratas y ratones es común. Una vez que un experimento termina, muchos ratones pierden su utilidad porque ya no pueden ser usados como control. La mayoría de las universidades tratan de reducir al máximo el número de ratones, usando el mismo ejemplar para varios estudios en los casos en que es posible. El número varía en función de las investigaciones, pero un estudiante de posgrado o posdoctorado puede sacrificar en torno a un roedor por día. “Nunca deja de ser duro”, afirma Sayra García, estudiante de segundo año de doctorado en el Albert Einstein College of Medicine, en Nueva York.

Desde marzo, instituciones a lo largo de todo Estados Unidos se han visto repentinamente obligadas a cerrar laboratorios y detener casi todas sus investigaciones no relacionadas con la COVID-19, consideradas no esenciales. Los recursos para mantener a las colonias de ratones disminuían a medida que investigadores, directores de laboratorio y técnicos de cuidado animal se preparaban para trabajar desde casa.

Como resultado, los directores de laboratorio de varios colegios, universidades y facultades de medicina recibieron la orden de reducir rápidamente la población de ratones. “Eso llevó a que en una semana hubiera mucha actividad en términos de eutanasias”, cuenta Eric Hutchinson, director de recursos de investigación animal en la Johns Hopkins University, de vuelta en su laboratorio recientemente reabierto. “Sabíamos que iba a ser algo abrumador tanto física como emocionalmente”.

Por lo general, de la mayoría de las eutanasias se encargan los técnicos que cuidan a los animales, a menudo supervisados por veterinarios con una formación especializada. El procedimiento se realiza con dióxido de carbono, seguido de una dislocación del cuello para confirmar la muerte. Sin embargo, durante los primeros días de la pandemia, los técnicos tenían tanto trabajo preparando las medidas de confinamiento que en muchos casos fueron los responsables de los laboratorios los que se vieron obligados a sacrificar a sus colonias de animales. En muchos laboratorios eso significó que una sola persona tuviera que practicar la eutanasia a cientos de ratones en una sola sesión.

“A veces saltan y tratan de salirse de la jaula”, cuenta el responsable de un laboratorio al testigo de varios episodios de animales en pánico durante sus últimos momentos. Para esta persona, que prefiere permanecer en el anonimato, la parte más desagradable es la de la dislocación quirúrgica. “Están ahí, están muertos, pero forma parte del protocolo, tienes que cogerles del cuello y la cola...”. En la conversación repite una y otra vez que era algo que había que hacer, que él se ocupaba de hacerlo y que trataba de no pensar demasiado en el asunto. También que había sido duro. “La verdad es que no me gusta hacerlo, y repetirlo 150 veces es algo que claramente me ha afectado”.

Fatiga por compasión

Tracy Gluckman, directora adjunta de Medicina Comparativa en la OHSU, declinó ser entrevistada por The Guardian y envió a cambio un trabajo coescrito por ella y publicado en el Laboratory Animal Science Professional sobre la 'fatiga por compasión'.

Identificado por primera vez en enfermeras, es una condición que surge tras presenciar de forma rutinaria a otros seres vivos experimentando dolor. Hace muy poco se ha empezado a diagnosticar también entre la comunidad científica que trabaja con animales de laboratorio. “Es posible que a menudo tengamos que introducir enfermedades en animales sanos o presenciar cómo alguien lo hace, que tengamos que medir la morbilidad de una enfermedad o su mortalidad en animales que queremos, que tengamos que practicar la eutanasia a animales por motivos que no tienen nada que ver con aliviar su dolor o su angustia”, explica el texto de Glukman.

La fatiga por compasión se manifiesta de forma similar al trastorno por estrés postraumático. Y teniendo en cuenta el sacrificio de ratones sin precedentes, las universidades han tenido que ser cuidadosas con las necesidades emocionales de su personal.

Ha sido duro hasta para personas como Hutchinson, que en la Johns Hopkins tiene a su cargo miles de animales y podría por eso sentir menos apego que los responsables de una sola colonia. “Hice varios turnos ahí abajo”, comenta en relación a las instalaciones de cuidado de animales, “y es algo que ha tenido su coste”. Él es uno de los que destaca la importancia de una comunidad unida. “Hemos tratado de estar realmente atentos para asegurarnos de que nadie iba más allá de sus propios límites”.

García también habla de la importancia del apoyo y de la solidaridad, incluso en las eutanasias rutinarias. “Si mi compañera de laboratorio tiene un día difícil, hago por ella la eutanasia a sus ratones, es como irnos cambiando”.

Pero las preocupaciones de García no solo se refieren al bienestar de sus colegas o de las colonias a su cargo. También teme por su investigación. Debido a la pausa del coronavirus, ahora va a tener que reconstruir algunas de sus colonias, y eso retrasará sus estudios. “Me digo que parece que no me voy a graduar nunca porque mis avances dependen de mis modelos animales, es superangustiante”.

Tirar a la basura meses o años de trabajo puede ser devastador para un estudiante de posgrado o de posdoctorado. La directora de un laboratorio expresa su preocupación, una conversación con The Guardian, por los estudiantes de todo Estados Unidos y explicó que los posdoctorados que salgan de su laboratorio este año tendrán grandes dificultades para conseguir trabajo en la academia o en la industria. “Una vez que has estado unos meses fuera del tejido laboral, es muy difícil volver a entrar”.

El camino típico hacia el empleo en el mundo académico sigue esta fórmula: terminar los estudios, publicar un artículo, solicitar una beca de formación basada en dicho artículo y buscar trabajo en la facultad. Para las universidades contratantes, las becas de formación y los artículos funcionan como credenciales imprescindibles. Perder meses de laboratorio con una beca que expira puede convertirse en un revés gigantesco dentro de la carrera profesional.

Investigaciones paralizadas

El sacrificio masivo de animales también ha paralizado investigaciones críticas no relacionadas con la COVID-19. Según otro investigador, cuyo laboratorio está operando hoy al 20% de su capacidad, hay “muchas enfermedades contagiosas importantes, como la neumonía bacteriana y la tuberculosis, para las que no tenemos cura o corremos el riesgo de desarrollar mucha resistencia a los anticuerpos”.

Su laboratorio ha reducido en un 75% la población de ratones, por lo que ahora debe continuar los experimentos en cultivos celulares, hasta que los animales reproductores repueblen la colonia. Como consecuencia, la investigación de tratamientos cruciales podría retrasarse entre 6 y 12 meses.

La investigadora de autismo y esquizofrenia Karen L. Bales dijo, en una entrevista a la revista The Chronicle of Higher Education, que el cierre de laboratorios y el sacrificio masivo de animales podían hacer retroceder en dos años a la investigación biomédica estadounidense.

Críticas de activistas por los derechos de los animales

La ONG Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA, por sus siglas en inglés) ha expresado públicamente su preocupación por el sacrificio masivo de animales de laboratorio que desencadenó la COVID-19. “¿Triste por haber matado un montón de animales? ¿Y si no lo volvieras a hacer?”, escribió la organización animalista en Twitter.

Varios investigadores con los que se trató de contactar prefirieron no participar en el artículo por miedo a posibles demandas de este grupo de derechos de los animales. Otros, lo hicieron desde el anonimato después de enfrentarse con troles envalentonados por la postura de PETA. Y muchos de los investigadores que tuitearon en marzo sobre los sacrificios eliminaron luego esas publicaciones. Ser juzgado en público puede terminar exacerbando los problemas éticos asociados con la investigación animal y llevar, en el peor de los casos, a aumentar el fenómeno de la fatiga por compasión.

“Te condenan si lo haces, pero también si no lo haces, porque el trabajo con animales produce resultados verdaderamente extraordinarios”, explica García. “Pero trabajar con ratones es moralmente agotador”.

Algunos laboratorios ya han reabierto, aunque los últimos aumentos en los casos amenazan con cerrarlos de nuevo. En su mayoría, trabajan a menor capacidad a la espera de que se reconstruyan las colonias y sea posible reanudar los experimentos. Pero mientras los investigadores piden más animales y aumentan la cría, las subvenciones se agotan y el tiempo en el laboratorio es limitado. Pese a todo, los investigadores mantienen la esperanza. Cuando se le pregunta a García sobre sus próximos pasos de aquí a la graduación, su imagen en la pantalla del ordenador se encoge de hombros. “Cruzaré los dedos, supongo”.

Traducido por Francisco de Zárate

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