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The Guardian en español

ENTREVISTA

Daniel Ellsberg, 50 años después de filtrar los papeles del Pentágono: “Nunca me he arrepentido”

Daniel Ellsberg se dirige a la prensa a las puertas del juzgado de Los Ángeles en enero de 1973.

David Smith

Washington —

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Cuando llegó la policía, un niño de 13 años estaba fotocopiando documentos confidenciales mientras su hermana de 10 recortaba de las páginas las palabras “alto secreto”. Su padre, Daniel Ellsberg, parecía haber sido sorprendido in fraganti, pero los agentes habían acudido por una falsa alarma de incendio y no comprobaron lo que Ellsberg y sus jóvenes cómplices hacían. “Era una escena familiar muy agradable”, recuerda Ellsberg, que ahora tiene 90 años, durante una entrevista por Zoom desde su casa en Kensington, California. “No les preocupó”.

De modo que noche tras noche continuó el fotocopiado, un método que permitió al analista estratégico Ellsberg filtrar el informe secreto conocido como los papeles del Pentágono, donde las mentiras del Gobierno estadounidense sobre la guerra de Vietnam quedaban al descubierto. Este 13 de junio se han cumplido 50 años desde que comenzaron a publicarse por fragmentos en la edición de domingo del New York Times.

Los documentos, un informe sobre la participación de Estados Unidos en el sudeste asiático entre 1945 y 1967, revelaban lo que un presidente tras otro habían sabido: la guerra era imposible de ganar. A pesar de ello habían seguido engañando al Congreso y a la opinión pública en una escalada bélica que costó millones de vidas.

Tras su publicación, Ellsberg fue juzgado por espionaje y se enfrentó a una posible condena de 115 años de cárcel, pero los cargos fueron retirados. Calificado en aquel entonces como “el hombre más peligroso de Estados Unidos”, Ellsberg es hoy el santo patrón de filtradores de información confidencial como Chelsea Manning, Julian Assange y Edward Snowden.

Medio siglo después de la revelación

“No me he arrepentido ni un momento desde entonces hasta ahora”, responde por el micrófono de sus auriculares. Viste chaqueta oscura, camisa de cuello abierto y tiene una enorme librería de fondo. “De lo único que me arrepiento, y la verdad es que se trata de un arrepentimiento cada vez mayor, es de no haber publicado mucho antes los documentos, cuando creo que habrían sido aún más eficaces”.

“Muchas veces le digo a las personas que hacen filtraciones que no hagan lo mismo que yo, que no esperen años hasta que caigan las bombas y muera la gente”.

Ellsberg tuvo en Vietnam una experiencia que le marcó. A mediados de los 60 estuvo allí como civil en misión especial del Departamento de Estado para estudiar la contrainsurgencia. Entre él y un amigo, dice, recorrieron unos 16.000 kilómetros, visitando 38 de las 43 provincias, a veces entrando en contacto con las tropas y viendo de cerca la guerra.

“A los dos años de estar en Vietnam, yo informaba con mucha firmeza de que no había ninguna posibilidad de avance y que por ello la guerra no debía continuar. Antes de que salieran los papeles del Pentágono esa había llegado a ser la opinión mayoritaria del pueblo estadounidense (…) En el 68, con la ofensiva del Tet, en el 69… una mayoría de los estadounidenses ya pensaba que continuar era inmoral, pero eso no tenía ningún efecto sobre el presidente Richard Nixon. Él pensaba que iba a intentar ganarla y que, aunque tardara, la gente estaría contenta una vez que la hubiera ganado”.

“Pero la otra cara de la moneda fue que Vietnam se convirtió para mí en algo muy real, la gente que moría también se hizo real, y también tenía amigos vietnamitas. Tengo la impresión de no haber conocido a nadie de mi nivel, o de niveles superiores, que tuvieran un amigo vietnamita. Ningún secretario de gabinete, ningún asistente de secretario, ningún segundo asistente de secretario... De hecho, la mayoría de ellos nunca había conocido a un vietnamita”.

Sólo ahora, con la preparación del 50 aniversario de los papeles del Pentágono, Ellsberg se ha detenido a reflexionar sobre cómo las dudas en torno a la guerra llegaron a cargos verdaderamente altos en la jerarquía, más altos de lo que se cree.

“Siempre se dice que los papeles del Pentágono sirvieron para hacer entender a la opinión pública la cantidad de mentiras que se manejaban, pero hubo un tipo particular de mentiras que no fue revelado con los papeles del Pentágono”, dice. “Sí, todo el mundo mentía, pero por diferentes razones y por causas diferentes. En particular, había una amplia gama de altos funcionarios no belicistas que pensaban que debíamos salir y que no debíamos haber tenido ninguna intervención. Ellos mentían a la opinión pública para dar la impresión de que apoyaban al presidente pero no creían en lo que él estaba haciendo”.

“No estaban de acuerdo pero si hablaban perderían sus puestos de trabajo y sus carreras. Ninguno de ellos lo hizo ni se arriesgó a hacerlo. El coste del silencio de esos altos cargos no belicistas fue la vida de varios millones de indochinos y vietnamitas, y 58.000 estadounidenses.”

Ellsberg sí rompió el silencio. ¿Por qué él, a diferencia de ellos, estuvo dispuesto a arriesgarse a la cadena perpetua por una filtración que, él lo sabía, sólo tenía una pequeña posibilidad de acabar con la guerra? Su inspiración, dice, fue conocer a insumisos, es decir, personas que se habían resistido a ser reclutadas para el servicio militar. A diferencia de los objetores de conciencia, los insumisos tampoco habían hecho el servicio alternativo.

No fueron a Suecia, no obtuvieron una prórroga, y no alegaron espolones óseos, como Donald Trump; eligieron el camino que les llevaba a la cárcel; habría sido fácil para ellos mostrar su desacuerdo de otra manera, pero ésta era la forma más contundente, en la que podían decir que esta guerra estaba mal, que era una cuestión de conciencia y que no iban a participar en ella”, explica.

“Ese tipo de valor civil es contagioso y se me pegó; su ejemplo me abrió los ojos a la pregunta: ¿qué puedo hacer para ayudar a terminar esta guerra, ahora que estoy dispuesto a ir a la cárcel?”

La caja fuerte

En 1969, Ellsberg trabajaba como consultor del Pentágono en el centro de estudios de la Rand Corporation en Santa Mónica (California). Todavía tenía acceso al informe secreto de una guerra que para ese entonces ya había matado a cientos de miles de vietnamitas y a unos 45.000 estadounidenses. Decidió dar el paso. “Me dije que en mi caja fuerte de Rand tenía 7.000 páginas de mentiras, engaños, ruptura de tratados, guerras sin esperanza, asesinatos, etc...  No sabía si sacarlo a la luz tendría algún efecto pero yo no iba a participar más en su ocultamiento”.

La novia de un amigo de Ellsberg era dueña de una agencia de publicidad donde había una fotocopiadora. Durante ocho meses, Ellsberg pasó allí muchas noches haciendo copias de los papeles del Pentágono, en dos ocasiones con la ayuda de Robert, su hijo de 13 años.

Él mismo lo explica: “A Robert le iban a decir que su padre se había vuelto loco, o que era un espía, o que era comunista, y yo quería que viera que lo estaba haciendo de forma profesional porque pensaba que había que hacerlo; y también para dejarle el ejemplo de que este era el tipo de cosas que podría tener que hacer alguna vez en su vida, y que había veces que incluso había que ir a la cárcel, algo que yo pensaba que ocurriría en breve.”

La publicación del 'New York Times'

La dueña de la agencia solía conectar mal el sistema de alarma de la oficina, por lo que acudía muchas veces la policía. En dos ocasiones ocurrió mientras Ellsberg estaba trabajando. Pero él mantuvo la calma.

“La primera vez, yo estaba en la fotocopiadora, miro hacia la puerta de cristal, llaman, dos policías fuera, 'vaya, estos tipos son buenos, ¿cómo se se enteraron?’ Pero recuerdo que cubrí con una revista las páginas donde decía ‘alto secreto’, cerré la tapa de la fotocopiadora donde estaba haciendo las copias y abrí la puerta, '¿qué puedo hacer por ustedes?’. Durante unos segundos pensé ‘bueno, esto se acabó'”.

Ellsberg intentó convencer a miembros del Congreso para que hicieran públicos los documentos pero no lo logró. El 2 de marzo de 1971 se puso en contacto en la ciudad de Washington con Neil Sheehan, un periodista del New York Times al que había conocido en Vietnam. 

Sheehan murió a principios de este año a los 84 y el New York Times publicó una entrevista póstuma en la que el periodista sugería que la entrega de los documentos había puesto en conflicto a Ellsberg.

“De acuerdo con esa entrevista, Sheehan parecía creer, que yo tuve reticencias al entregar los documentos al New York Times”, dice Ellsberg. “Es difícil imaginar que él pensara eso, pero puede ser; en cualquier caso, no se dio así; yo tenía muchas ganas de que el New York Times lo publicara”.

El New York Times lo publicó el 13 de junio de 1971. La noche anterior, Ellsberg había ido al cine con un amigo para ver la película Butch Cassidy y Sundance Kid, protagonizada por Robert Redford y Paul Newman. “Nos quedamos despiertos, a la medianoche vimos la edición de madrugada. Eso fue maravilloso”.

Alegando razones de seguridad nacional, la Administración Nixon obtuvo una orden judicial para impedir al New York Times que publicara más documentos. Pero Ellsberg filtró copias a The Washington Post y a otros 17 periódicos, lo que disparó una batalla legal que llegaría hasta el Tribunal Supremo, que dictaminó reanudar la publicación por seis votos a favor y tres en contra.

Ese emocionante enfrentamiento en torno a la libertad de prensa, contado en la película de 2017 The Post -dirigida por Steven Spielberg y con el actor británico Matthew Rhys en el papel de Ellsberg- tuvo un impacto mayor que el primer artículo del New York Times. “El domingo que salieron, la reacción inicial fue nula”, dice Ellsberg. “En el New York Times estaban desconcertados y abatidos, no había absolutamente ninguna reacción”.

“Fue la decisión terrible de Nixon de prohibirlos y la voluntad en todo del país de cometer un acto de desobediencia civil publicando materiales sobre los que el fiscal general y el presidente decían cada día 'esto es peligroso para la seguridad nacional, no podemos permitirnos ni un día más de esto'” , recuerda. “Un total de 19 periódicos lo desafiaron; que yo pueda recordar, no creo que haya habido ninguna otra oleada como aquella de desobediencia civil por parte de las principales instituciones de todo el país”.

Pero el Gobierno quería venganza y Ellsberg pasó 13 días escondido del FBI. En 1973 fue juzgado. Lo acusaban de espionaje, conspiración y robo de propiedad gubernamental. Pero los cargos fueron desestimados debido a la gravedad de las conductas irregulares cometidas por el Gobierno y a la recopilación ilegal de pruebas contra él, delitos que finalmente contribuyeron a la caída de Nixon.

El juicio tuvo gran repercusión y garantizó una gigantesca cobertura mediática de los papeles del Pentágono. Pero según Ellsberg, “el efecto sobre la política de Nixon fue nulo”. “La guerra continuó; un año después, el mayor bombardeo de la guerra; y luego, a finales de ese año, 18 meses después, el mayor bombardeo en la historia de la humanidad”, dice.

“Así que, por lo que se ve, y como dije en su momento, la influencia sobre la política exterior de su país que tenía el pueblo estadounidense en ese momento era la misma que el pueblo ruso había tenido sobre la invasión soviética de Checoslovaquia”.

Más difícil para los que descubren secretos

Nixon dimitió en 1974 por el Watergate y la guerra de Vietnam terminó un año después. En las décadas posteriores, Ellsberg ha seguido con la defensa de Manning, Assange, Snowden y otras personas acusadas bajo la Ley de Espionaje. El ambiente, según él, se ha vuelto más restrictivo y punitivo que el que afrontó él hace 50 años.

“Ahora los que hacen filtraciones tienen mucha menos protección. En sus dos mandatos, el presidente Barack Obama presentó ocho o nueve o incluso 10 casos, dependiendo de quién los cuente; y luego Trump presentó ocho casos en un solo mandato. Las fuentes de filtraciones corren mucho más peligro de ser procesadas que antes de mi caso, y también que en los 30 años posteriores a mi caso”.

El nonagenario Ellsberg volvió a la carga el mes pasado con la publicación de documentos confidenciales donde se muestra que en 1958 los estrategas militares estadounidenses impulsaron ataques nucleares contra la China continental para proteger a Taiwán de una invasión por parte de las fuerzas comunistas, un escenario que ha recobrado importancia por las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China.

Es un desafío para que los fiscales vayan de nuevo contra él. Si lo hacen, quiere ver qué pasa en el Tribunal Supremo con la Ley de Espionaje. Dice que el Gobierno la está utilizando de forma muy parecida a la Ley de Secretos Oficiales en el Reino Unido. La diferencia es que Estados Unidos garantiza la libertad de expresión en la primera enmienda a su Constitución.

“No tenemos una Ley de Secretos Oficiales porque tenemos la primera enmienda, pero eso no ha sido abordado por el Tribunal Supremo”, dice Ellsberg, que tras una hora de entrevista aún mantiene su energía. “Así que estoy dispuesto a que este caso llegue al Tribunal Supremo. No es que tenga ningún deseo de ir a la cárcel o no. Tendría que avanzar bastante rápido para que dé tiempo a que yo vaya a la cárcel”.

Traducido por Francisco de Zárate.

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