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El debate por las armas es una guerra cultural y la van a ganar los jóvenes

Emma González, en su discurso en Washington durante la Marcha por nuestras vidas / AP: Cliff Owen

Jessica Valenti

Estaba claro que los jóvenes activistas criados con memes y redes sociales iban a idear mejores carteles para las protestas. En la 'Marcha por nuestras vidas', y en la marcha nacional de las escuelas que tuvo lugar a principios de marzo, los adolescentes llevaban carteles contra los políticos en los que se decían cosas como “Debería estar escribiendo mi ensayo universitario, no mi testamento”. Algunos eran geniales, muchos eran tristes. Todos estaban diseñados para volverse virales.

Pero el que no puedo quitarme de la cabeza es el de una inmigrante y adolescente paquistaní en Union Square en Nueva York: “En Estados Unidos, la ropa que llevan las niñas a la escuela está sujeta a más regulación que las armas”.

Sana Haider, la estudiante de secundaria de 18 años que llevaba el cartel, me dijo que había querido encontrar “el cartel perfecto para destacar” y reflejar sus valores feministas. Su primera protesta fue la Marcha de las Mujeres el año pasado.

Sabemos que el debate sobre las armas es una guerra cultural. Pero Haider y su cartel me hicieron recordar que es algo más que un debate ideológico abstracto o sobre principios constitucionales. Se trata de una lucha generacional entre la mayoría emergente de un grupo joven, diverso y feminista; y la minoría vieja, blanca y masculina que se aferra al poder desesperadamente. Las armas son el símbolo que creen que les protege.

Solo un 3% de los estadounidenses acapara la mitad de todas las armas de Estados Unidos. Y ese 3% no es uno cualquiera. De acuerdo con un estudio de la universidad de Harvard citado por la revista Scientific American este mes, el prototipo del estadounidense más propenso a reunir armas es el del hombre blanco de edad avanzada y residente en un área rural conservadora. Según un alarmante conjunto de investigaciones, los motiva la ansiedad racial y el miedo a la emasculación.

Un estudio de la Universidad de Baylor de 2017, por ejemplo, encontró que el apego de los hombres a las armas de fuego solía estar relacionado con los problemas económicos y con el temor a perder el estatus tradicional de “sostén familiar”. “Fantasear con ser un 'buen tipo' de la NRA que usa el arma para proteger a su familia y a su comunidad de los 'malos' era para los hombres una manera de reivindicar su masculinidad amenazada”, escribieron los investigadores.

En 2015, otra investigación de la Universidad de Chicago encontró que los resentimientos raciales servían para predecir la oposición al control de armas: cuanto más racistas eran los encuestados, más firme su rechazo.

Hay una larga historia de hombres blancos defendiendo el derecho a llevar armas por ira y por el miedo que les generan los avances dados por las mujeres y las personas negras. Eso explica en parte por qué han tenido un tinte racista o misógino muchas de las más airadas reacciones contra los últimos jóvenes activistas.

No debe sorprendernos que un político republicano en Maine atacara a la activista estudiantil Emma González llamándola “lesbiana cabeza rapada”. Tampoco, que un columnista de la publicación de derechas Townhall usara Twitter para burlarse del aspecto de las adolescentes que protestaban. Así como tampoco nos sorprende que tantos responsables de tiroteos masivos hayan sido hombres blancos con un historial de violencia machista, y que tantas de sus víctimas hayan sido mujeres.

Pero mientras las cuestiones de raza y de género confunden y alarman a los de la derecha, los jóvenes activistas están refinando el pensamiento para profundizar su labor contra la violencia armada. Esta generación está denunciando la hipocresía de los conservadores que aborrecen todas las interferencias del Gobierno, salvo las que son sobre los cuerpos de las mujeres; está diciendo que armar a los maestros pone en peligro a los estudiantes negros, y está dándose cuenta de que los estudiantes blancos han recibido todo el apoyo que los activistas jóvenes de Black Lives Matter nunca tuvieron.

Tal vez la participación más brillante de la marcha del fin de semana fue la de Naomi Wadler, de 11 años, que dedicó su discurso a las niñas y mujeres negras víctimas de la violencia armada que en el pasado “solo han sido números”.

El nuevo Estados Unidos está formado por nativos digitales que entienden de comunicación. No es fácil intimidarlos, y saben ver lo que hay detrás de argumentos que pueden haber confundido a sus antecesores.

Por eso los estudiantes de Parkland no dudaron en abuchear a la portavoz de la NRA, Dana Loesch, cuando trató de apelar a los derechos de las mujeres durante un encuentro público organizado por la CNN. El argumento era que las armas podían proteger a víctimas potenciales de violación, pero los estudiantes vieron lo que había detrás de su retórica y reaccionaron en consecuencia.

Antes de las redes sociales y del activismo digital, en la generación previa, la gente no se habría enterado de que la NRA no apoyó a Marissa Alexander, la mujer negra que usó un arma para defenderse de la violencia machista. O que también ignoró a Bresha Meadows, la adolescente negra que disparó contra su padre abusador. Pero los jóvenes activistas de hoy pueden ver estos fracasos y falsedades de forma clara y rápida. Los adultos no les engañan y tampoco los grupos de presión bien financiados. Como dijo Emma Gonzalez en un discurso que se hizo viral, esta vez se están plantando ante las mentiras.

Muchos de los adultos que vimos la marcha y el paro sentimos esperanza por primera vez en mucho tiempo. No sólo por los maravillosos carteles. Vimos una generación que está triunfando donde nosotros fracasamos, una fuerza emergente y nueva que piensa de manera diferente y está dispuesta a tomar el poder que democráticamente se merece.

Por mi parte, yo estoy lista para seguir las indicaciones de este nuevo y brillante Estados Unidos para el cual provocar el cambio es tan fácil. Cuando le pregunté por qué protestaba, Haider me respondió: “¿Por qué no iba a hacerlo? Sería de locos no hacerlo”.

Así hablan los niños.

Traducido por Francisco de Zárate

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