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ANÁLISIS

La guerra contra lo ‘woke’: la amenaza inventada (y nada nueva) que une a la derecha de EEUU

El gobernador de Florida, Ron DeSantis, tras firmar un proyecto de ley apodado como "stop woke", el pasado abril.

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Tras haber derrotado distintas amenazas inventadas —la vacunación obligatoria, la agenda gay y el fraude electoral generalizado—, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, utilizó su discurso de victoria en las elecciones de mitad de mandato de Estados Unidos para posicionarse como un líder en tiempos de guerra. Estaba preparando a sus votantes para la batalla existencial planteada por su nuevo adversario imaginario: lo woke (algo así como 'progre').

En tono eclesiástico, anunció: “Luchamos contra los woke en la legislatura. Luchamos contra los woke en las escuelas. Luchamos contra los woke en las empresas. Nunca jamás nos rendiremos ante la chusma woke. Florida será la tumba de lo woke”.

DeSantis invocaba así el mismo resentimiento que condujo al terrorismo racial de la Reconstrucción, al Verano Rojo de 1919 y al movimiento por los derechos de los estados prosegregación. Esta vez, ese resentimiento recibe el nombre de antiwoke: una mezcla moderna de macartismo y agravio blanco.

En 2021, la derecha se enfureció cada vez más contra aquello que, aunque descrito como woke, tendía a abarcar cualquier intento de comprometerse con los derechos civiles o la justicia social. En 2022, lo antiwoke se convirtió en una ideología en sí misma, un intento de la derecha de rebautizar el fanatismo como un movimiento de resistencia.

Los soldados de la guerra

El movimiento halló un líder en DeSantis, que aprovechó la inquietud de los votantes blancos para hacerse con la reelección y ser el autor de la ley 'Stop Woke', que impediría a las instituciones educativas y a las empresas enseñar cualquier cosa que pudiera causar en alguien “sentimiento de culpa, angustia o cualquier forma de malestar psicológico” debido a su raza, color de piel, sexo u origen nacional. Finalmente, un juez federal anuló gran parte del proyecto de ley, calificándolo de “totalmente distópico”.

DeSantis no es el único soldado en esta guerra. Tucker Carlson, el presentador más célebre del canal Fox News contra lo woke, ha dicho a su audiencia que todo, desde el movimiento Black Lives Matter hasta los M&M marrones, son vectores del malvado woke. Cuando dijo a sus espectadores que la amenaza de los woke es mucho mayor que la amenaza de Rusia, preguntó: “¿Me ha llamado Putin ‘racista’ alguna vez? ¿Me ha amenazado con hacer que me despidan por discrepar con él?”.

Luego está Steve Bannon, un mercenario a sueldo que simpatizó con el presidente ruso en febrero porque “Putin no es woke, está contra lo woke”. Cuentan con el apoyo de soldados de infantería como Vivek Ramaswamy, colaborador de Fox News y fundador de una empresa de biotecnología, quien cree que las inversiones socialmente conscientes van a destruir Estados Unidos (el New Yorker lo describió como “el CEO de Anti-Woke Inc”).

Toby Neugebauer, otro soldado de infantería, intentó poner en marcha un banco antiwoke este año, hasta que se vio obligado a dimitir tras haber sido acusado de mala conducta en el lugar de trabajo (el banco cerró poco después). Elon Musk también se apuntó cuando tomó las riendas y torpedeó Twitter, y declaró: “El virus de la mentalidad woke debe ser vencido, todo lo demás no importa”. Y el movimiento ha encontrado un aliado británico en Piers Morgan, que despotrica contra la “guerra ‘woke” de Meghan Markle.

Nada nuevo

Estos hombres están unidos en su cruzada contra la conciencia. Dicen servir a una ideología patriótica que librará a EEUU de la lacra de la historia negra, la diversidad, la equidad, la inclusión, los derechos de las personas trans, la homosexualidad y las mujeres que eligen qué hacer con su propio cuerpo.

Al igual que los conservadores consiguieron convertir términos como “corrección política”, “valores familiares” y “libertad religiosa” en garrotes con los que hacer retroceder el espectro de la igualdad, han redefinido con éxito lo woke al convertirlo en un término peyorativo que es sinónimo de la desaparición de todo lo bueno y blanco en Estados Unidos.

A decir verdad, es un buen truco. Pero no es nada nuevo.

La expresión “Staying woke” [algo así como mantenerse consciente o despierto, el equivalente a woke en español sería el adjetivo 'concienciado', según la RAE] integra una máxima tan común en el EEUU negro que el New York Times una vez simplemente la llamó parte del “dialecto negro”. El primer uso documentado de la frase stay woke se produjo en 1938, cuando el músico Huddie “Leadbelly” Ledbetter terminó una canción sobre nueve hombres negros aconsejando a los negros que viajaban por Alabama: “Stay woke... Mantened vuestros ojos bien abiertos”. En 1940, un miembro del sindicato Negro United Mine Workers prometió que los miembros en huelga “permanecerían conscientes más tiempo” que sus opositores.

Cuando Martin Luther King se presentó ante la clase de graduados del Morehouse College para pronunciar el primer borrador de un discurso que le serviría de guía el resto de su vida, sabía que se estaba convirtiendo en un paria. El 2 de junio de 1959, el Gobierno estadounidense ya había puesto en marcha un programa destinado a “mantener el orden social existente” mediante la “neutralización de individuos percibidos como amenazas”. 

Mucho antes de que King advirtiera a los estudiantes contra la complacencia y la reacción racista, el FBI había creado lo que un informe de inteligencia del Senado denominó “etiquetas sin significado”, mediante las cuales acabarían por convencer a los estadounidenses blancos de que King era un marxista antiestadounidense empeñado en destruir su amado país.

Ese día, King estrenó su discurso Remaining Awake, y explicó: “No habría nada más trágico durante este periodo de cambio social que permitir que nuestras actitudes mentales y morales se durmieran mientras se produce este tremendo cambio social”.

Pero menos de una década después, muchos estadounidenses blancos pasaban por alto el tema central del mensaje más coherente de King: stay woke. En 1964, la mayoría de los neoyorquinos blancos consideraban que el movimiento por los derechos civiles había “ido demasiado lejos”. En 1965, una encuesta de Gallup reveló que el 85% de los estadounidenses creía que los comunistas estaban implicados en el movimiento por los derechos civiles. En 1966, solo el 36% de los estadounidenses blancos creía que King “ayudaba a la causa negra”.

Vaya, qué poco han cambiado los tiempos.

La guerra contra lo woke es algo inevitable, aunque ignorada o desconocida por aquellos que aceptan la historia blanqueada que los guerreros antiwoke buscan preservar. Mientras que algunos ven esto como parte de la reacción al reconocimiento del racismo de 2020, el esfuerzo cíclico para obstaculizar el progreso es tan predecible como un péndulo.

Cuando más del 90% de los hombres negros del sur se registraron para votar una vez finalizada la Guerra Civil, el resentimiento racial resultó en la privación del derecho de voto, las leyes Jim Crow y los códigos negros que alimentaron la explosión de la industria del trabajo penitenciario. Tras la Primera Guerra Mundial, más de 380.000 veteranos negros regresaron al sur y empezaron a reclamar sus derechos, lo que derivó en una epidemia de linchamientos en todo el país. La integración en las Fuerzas Armadas estadounidenses dio pie al movimiento Dixiecrat. La legislación sobre derechos civiles suscitó una migración masiva de conservadores sureños del Partido Demócrata al Partido Republicano.

Y este año, los movimientos racistas convencieron a sus seguidores para que se manifestaran públicamente en contra del antirracismo, lo que empoderó a los conservadores del gobierno mínimamente intervencionista, que antes se quejaban de la reducción de sus “libertades” y pasaron a exigir que el Gobierno regule los derechos reproductivos, la identidad sexual y la expresión de género.

Ser 'antiwoke' es ser antiestadounidense

EEUU siempre ha utilizado la desinformación como leña para una hoguera que atrae polillas “patrióticas” a su llama antidemocrática. En última instancia, el auge del movimiento antiwoke es la iteración más reciente del esfuerzo por mantener el orden social y político existente. No es más que otra “etiqueta sin significado”: una fachada para el racismo, la homofobia, la transfobia y todo tipo de desigualdades. En su núcleo yace el deseo de construir una unión menos perfecta, instaurar la injusticia y desmantelar la tranquilidad interna. Es antipatriótico. Ser antiwoke es ser antiestadounidense.

Contrario a quienes profesan saber “lo que Martin Luther King habría querido”, King habló más de mantenerse despierto que de sueños o cimas de montañas. Su discurso Remaining Awake rebatió la noción conservadora de que el racismo institucional es un mito y acabó con la idea de que Estados Unidos no es un país racista. En su discurso de 1964 en el Oberlin College, King calificó el racismo de “problema nacional”, explicando que “todos debemos compartir la culpa como individuos y como instituciones”.

Los activistas antiwoke habrían odiado su conferencia de 1966 en la Universidad Metodista del Sur, en la que incluyó una versión de la historia estadounidense que comenzaba en 1619, el año en que los “primeros esclavos negros desembarcaron en las costas del país... contra su voluntad”. Eso se parece mucho a la teoría crítica de la raza. Quizá Martin Luther King estaba intentando enseñar a la gente a ser antirracista.

El año del aplastamiento

El 31 de marzo de 1968, con ocasión de un sermón en la Catedral Nacional de Washington DC, King decidió añadir algunos versículos de la Biblia a su fiel discurso. En la iglesia conocida como el “hogar espiritual de la nación”, King pronunció la versión más completa de Remaining Awake Through a Revolution. Era más extensa que los discursos Tengo un sueño y He estado en la cima de la montaña juntos. King explicó que combatir la injusticia haría que algunos estadounidenses arremetieran contra los que luchaban por vivir en un país libre. Aun así, exhortó a los fieles a permanecer despiertos, al tiempo que ofrecía la que sigue siendo la explicación más clara de todo el fenómeno.

“Os digo que nuestra meta es la libertad, y creo que vamos a conseguirla porque, por mucho que se aleje de ella, la meta de EEUU es la libertad”, predicó King, antes de revelar la razón por la que creía que la versión beta del movimiento antiwoke estaba condenada al fracaso. “Si las inexpresables crueldades de la esclavitud no pudieron detenernos, la oposición a la que nos enfrentamos ahora seguramente fracasará... Por muy oscuro que esté, por muy profundos que sean los sentimientos de ira y por muy violentas que sean las explosiones, todavía puedo cantar We Shall Overcome (Venceremos)”.

Cuatro días después de decir “venceremos” porque “el arco del universo moral es largo, pero se curva hacia la justicia”, un guerrero antiwoke disparó una bala a la cara de Martin Luther King.

¿King estaba equivocado?

Quizá el arco moral del universo tan solo sea parte de un círculo que se curva hacia la blancura. Quizá la lección de 2022 sea que quienes se niegan a enseñar la verdadera historia de Estados Unidos nos han condenado a repetirla.

O tal vez sea una lección de Física: por cada acción positiva, hay una reacción igual y opuesta. Emancipación, y después encarcelamiento masivo. Reconstrucción, y después segregación. El movimiento por los derechos civiles engendró el movimiento por los derechos de los estados. El Proyecto 1619 engendró el Proyecto 1776. El orgullo LGBTQ+ produjo la ley “No digas Gay”. La respuesta a la teoría crítica de la raza fue la teoría del “gran reemplazo”. Black Lives Matter engendró White Lives Matter. Y cuando el asesinato de George Floyd abrió los ojos a la gente que dice “no ve colores”, el reconocimiento del racismo dio lugar a una reacción blanca, igual y opuesta, que se transformó en el movimiento antiwoke.

El 5 de abril de 1968, el presidente de Estados Unidos se unió a unas 4.000 personas para recordar a King en la iglesia donde había pronunciado su último sermón. Mientras repicaban las campanas y salían los fieles, un grupo de niños blancos empezó a cantar We Shall Overcome (Venceremos).

Esto, amigos míos, es el oxímoron de Estados Unidos. Y esa es la lección de 2022. Lo único seguro en Estados Unidos es el recurrente contragolpe blanco: todo lo demás es sermón y canción. El progreso es frágil. El impulso es fugaz. Este país no es un péndulo; es un metrónomo. Y King tenía razón: venceremos. También tenía razón cuando dijo a la audiencia presente en la Catedral Nacional que “la verdad, aplastada contra el suelo, volverá a levantarse”. 2022 fue el año del aplastamiento.

Traducción de Julián Cnochaert.

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