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Historia de la desigualdad: las vidas cruzadas de un senador estadounidense y una adicta al crack

El demócrata Scott Wiener en el capitolio del estado de California, donde es senador.

Carol Pogash

San Francisco —

Ella era adicta al crack y había pasado gran parte de su vida en la calle o en la cárcel. Su víctima, un exbecario Fulbright graduado en Derecho por Harvard: un hombre de la política de San Francisco en pleno ascenso.

Ocurrido hace dos años, el encuentro entre LaSonya Wells, negra, y Scott Wiener, blanco y entonces supervisor del barrio Castro (la lujosa zona gay de San Francisco), fue utilizado para ilustrar la profunda desigualdad y el problema de las personas sin hogar en la ciudad.

“Un choque entre raza y clase social”, publicó el periódico San Francisco Chronicle cuando Wells robó el iPhone al conocido político y lo acompañó hasta un cajero para que sacara dinero con el que pagar la devolución de su teléfono.

Wells fue acusada de haber secuestrado a Wiener para pedir rescate. Pero más allá de sus antecedentes, la dramática y compleja historia de Wells pone en cuestión el estereotipo de las mujeres sin techo y toxicómanas.

Este pasado domingo 18 de junio, Wells salió de la cárcel como una mujer cambiada. Para su abogado de oficio, Yali Corea-Levy, la historia de Wells es una alegoría del San Francisco de hoy, donde las personas sin hogar buscan refugio en los alrededores del edificio del ayuntamiento y donde los asentamientos crecen en las aceras de los barrios gentrificados. Según Corea-Levy, la enorme riqueza que atrajo la ciudad ha tenido un efecto polarizador. “La clase media es cada vez más pequeña y ahora hay más interacción entre los extremos”.

Wells, de 42 años, es baja, rolliza y carismática. Vestida con el brillante uniforme naranja de las cárceles estadounidenses, cuenta su historia en una sala de paredes blancas de la prisión estatal de San Francisco. Wells creció en esta ciudad, hija de una madre drogadicta incapaz de darle amor. “A veces me escapaba durante semanas con la esperanza de que mi madre me buscara”, recuerda. Solía faltar a clase. “Siempre estaba sucia, los niños eran crueles y yo era violenta”.

A los 10 años, Wells ya vivía en las calles y en los coches aparcados sin llave. A los 12, vendía crack para el distribuidor de su madre. A su padre lo vio una sola vez. Él le dijo “lo hermosa que era” y le dio 80 dólares. Esa misma noche, le quitó el dinero. “Dámelo, niña, lo necesito para hacer algo”, recuerda Wells que le dijo.

“Me han violado, apuñalado, disparado y secuestrado, me han metido en maleteros”, cuenta Wells levantándose la blusa para mostrar una herida de bala. Según sus propios cálculos, ha pasado 14 años en las calles, muchas veces durmiendo donde fuera que caía desmayada. Ha sido condenada por diez delitos, en su mayoría relacionados con drogas. Estuvo presa en tantas ocasiones que ya describe la cárcel como “un hogar”. “Las calles son vacaciones”.

Wiener y el robo del teléfono

Wiener es extraordinariamente alto y delgado. Introvertido, preciso y preocupado por temas básicos. A los 47 años, aún tiene aspecto joven. En una de las salas de conferencias de su cavernosa oficina en el capitolio de California, cuenta cómo se crió en una familia de modestos recursos, entre los huertos de duraznos y campos de maíz de Turnersville, Nueva Jersey. Su padre era oculista. Su madre, maestra. “Dos de las personas más buenas que he conocido”, dice. “Ellos no entienden cómo las personas pueden ser malas unas con otras”.

Mientras Wells vendía crack en las calles de San Francisco, Wiener, que se describe a sí mismo como un niño medio nerd, preparaba hamburguesas en el Burger King y comenzaba su negocio de cortado de césped. No significa que no tuviera ningún problema. En una ciudad “un poco antisemita” era uno de los únicos dos alumnos judíos de la escuela. Y sabía que no había más homosexuales. “Habría temido por mi vida si hubiera dicho que era homosexual durante el colegio y el instituto”.

La opción de no ir a la universidad “ni siquiera fue un tema de conversación”. Wiener se graduó en Duke y en la Escuela de Derecho de Harvard. También recibió una beca Fulbright. Años después, en San Francisco, fue elegido supervisor de la ciudad por el barrio Castro y otros vecindarios. Wiener dice sentirse “una voz para la gente que no tiene voz”, en especial para los miembros marginados de la comunidad LGTB.

El 18 de diciembre de 2015, los caminos de Wiener y de Wells se cruzaron. Wells deambulaba por el vecindario Mission District cuando vio a Wiener, caminando agitado hacia un evento de campaña y leyendo algo en su iPhone 6 azul. Ayudada por dos cómplices (uno de ellos, su hijo mayor), Wells le quitó el teléfono a Wiener. Se dijeron algunas cosas. Él la recuerda “lúcida, coherente y ofensiva”. Ella recuerda que estaba “fuera de control”.

Wells le exigió 500 dólares por el teléfono. Wiener le ofreció 200 pero le dijo que tendría que sacarlos de un cajero automático. “Si gritas o intentas algo, te tiro gas pimienta en la cara”, recuerda Wiener que le dijo Wells. Tenían un arma. En el cajero, Wiener lo sabía, una cámara grabó sus caras.

“No me estaban arrestando, me estaban rescatando”

Cuando la policía la encontró, Wells se sintió “aliviada”. “No me estaban arrestando, me estaban rescatando”. Fue acusada de haber secuestrado a Wiener para pedir rescate por él. Tal vez habría pasado el resto de su vida en prisión si su abogado de oficio, Corea-Levy, no hubiera peleado para que le redujeran los cargos. Wells se declaró culpable de extorsión y fue sentenciada a tres años de prisión.

En la cárcel número dos del condado de San Francisco, Wells ha florecido. Dice que le hace bien estar en un entorno estructurado. Ha obtenido su título secundario en la escuela concertada de la cárcel, se ha inscrito en cursos universitarios y ha escrito poesía y hasta una autobiografía. En febrero, durante la audiencia de su sentencia, recitó una de sus poesías:

“Me pregunto si el atardecer, o mejor dicho, si el amanecer y el atardecer se respetan aunque nunca se hayan conocido. Si los volcanes se sienten agobiados. Si las tormentas tienen remordimientos...”

Los espectadores aplaudieron. El juez superior de San Francisco, Jeffrey S. Ross, se emocionó. “¿Tienes una copia del poema para darnos a los que nos gustaría tenerlo? ¿O está todo guardado en tu corazón y en tu cerebro?”, le preguntó.

(De hecho, el poema fue escrito por un artista performance que lo había recitado en las cárceles de San Francisco varios años antes, aunque Wells realmente tiene un cuaderno lleno de sus propias poesías).

Weiner ha seguido su ascenso en política y ahora es senador en el Estado de California, un cargo desde el que promueve leyes de justicia social. El recuerdo de su encuentro con Wells se ha vuelto algo difuso para él. “Realmente espero que ella pueda mantener un buen comportamiento”, dice. “No quiero que se quede en la calle ni que vuelva a consumir drogas. Espero que pueda centrarse y no abusar de la gente”.

El pronóstico para Wells es muy distinto. Una vez liberada, sus posibilidades de supervivencia se pondrán a prueba. A diferencia de Wiener, la educación, la motivación y los lazos familiares no han sido constantes de su vida. En la ciudad de San Francisco de hoy en día, con los precios disparados de los alquileres, no hay mucho lugar para los que están en su situación.

Wells será admitida en una organización local de ayuda a adictos y personas recién salidas de la cárcel. “Estoy cuidando a la pequeña niña que tengo dentro y que tanto descuidé, abandoné y maltraté”, dice ella. Puede sonar como si repitiera las palabras de un terapeuta, pero asegura que no es así. La última vez que salió de prisión dijo cosas similares pero esta vez lo siente diferente. “Lo siento dentro de mí, en mi pecho. Ya está. Ya tuve suficiente. Me cansé de vivir este infierno”.

Su abogado, Corea-Levy, cree en ella: “Se sorprenderían. La gente realmente crece. He visto a gente cambiar el rumbo de su vida”.

Traducido por Francisco de Zárate

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