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La llama que encendió la Primavera Árabe en Túnez vuelve a arder

Manifestantes tunecinos se enfrentan a las fuerzas de seguridad en Tebourba, el 9 de enero.

Emma Graham-Harrison

Cuando los habitantes de Balta quisieron protestar, tuvieron que dejar la ciudad. Como dijo Wathik Balti, un estudiante de 19 años, el “lugar es tan pequeño que bloquear la carretera es como quedarte sentado en tu salón: nadie se da cuenta”.

Así que en diciembre decenas de ellos se dirigieron a la autopista más cercana y bloquearon un cruce importante durante horas mientras pedían al Gobierno que hiciera algo con la falta de empleos, la corrupción crónica y los frágiles servicios públicos que estropean la bucólica imagen de la aldea.

Balta estaba fuera del camino, pero a la vanguardia de su tiempo. Un par de semanas después estallaron protestas similares en ciudades y pueblos más grandes de todo el país, en algunos casos violentas. Una persona murió y hubo cientos de arrestos.

La chispa que despertó las protestas fue una nueva ley que subirá los precios de bienes básicos, incluyendo los alimentos y el combustible. Pero detrás de todo hay años de frustración por las deficiencias y engaños oficiales, particularmente por la promesa de encontrar empleo para cientos de miles de jóvenes.

Siete años después de la revolución que derrocó al dictador Zine al-Abidine Ben Ali y desató la Primavera Árabe, los tunecinos han vuelto a las calles exigiendo un cambio. La respuesta de las autoridades ha sido la mano dura.

Túnez era la única historia de éxito de 2011, la democracia que se construyó mientras otros países de la región entraban en guerra o regresaban a la dictadura, y ahora parece vacilar. Una vez más, son los jóvenes sin propiedades ni trabajo los que están en el corazón del malestar.

Hay muchas razones para preocuparse por el futuro del país. Desde el enorme número de desempleados, las dificultades económicas, el aumento de la inflación y el hundimiento de la moneda; hasta la corrupción y el daño que los ataques extremistas han infligido sobre su necesaria industria turística.

Pero también hay razones para la esperanza. Según el demógrafo Richard Cincotta, del think tank Stimson Centre, una de las más inesperadas es el lento envejecimiento de la población. “La relación entre democracias liberales y la estructura de edades [de los países], el equilibrio entre jóvenes y viejos, es el vínculo más probado de la demografía política”, dijo.

Años de estudio de este vínculo permitieron predecir a Cincotta en 2008, tres años antes de la caída de Ben Ali, que en poco más de una década un país del norte de África sería una democracia estable, con Túnez como el candidato más probable.

La población empieza a envejecer

Las políticas de Ben Ali y de su predecesor, Habib Burguiba, alentaron a las mujeres a estudiar y trabajar, lo que redujo el número de niños en la mayoría de las familias. Como resultado, la población tunecina está envejeciendo lentamente, con una edad media de casi 30 años.

No es una coincidencia que lo mismo haya ocurrido con Portugal, Taiwán y Chile cuando hicieron su transición a la democracia. Por eso Cincotta se mantiene cautelosamente optimista sobre la capacidad de supervivencia de la nueva Constitución tunecina, incluso frente a los últimos disturbios.

“Nadie puede estar seguro del futuro de la democracia en Túnez. Pero los demógrafos políticos apuestan a que [un derrumbe del sistema democrático] no ocurrirá; o que si se produce un retroceso, el Gobierno tunecino restaurará en seguida las instituciones democráticas”, dijo.

De acuerdo con Cincotta, “a medida que envejece la población, los países tienden a tener menos años de conflictos civiles. Puede haber manifestaciones. Los gobiernos pueden ser impopulares. Pero la guerra civil es estadísticamente poco probable en países con una edad media superior a los 26 años”, concluye.

Los próximos años son menos esperanzadores para otros países de la Primavera Árabe en los que la población es más joven. El “exceso juvenil” de egipcios, sirios y yemeníes adolescentes o con veintipocos años fue un factor clave en los levantamientos populares que sacudieron a la región. Los jóvenes salieron a la calle frustrados por la perspectiva de un futuro sin posibilidades de crecimiento bajo gobiernos autocráticos que parecían más interesados en mantener el poder que en crear empleos.

Pero la juventud de la población en estos países sugería que la estabilidad sería más difícil de lograr una vez que los líderes autocráticos fueran derrocados. En Yemen la edad promedio es de menos de 20 años; Siria y Egipto lo superan solo ligeramente. Dos de esos tres países entraron en guerra, y Egipto restableció la dictadura.

Las poblaciones de Siria y Yemen siguen siendo muy jóvenes, lo que sugiere años de más inestabilidad aunque logren salir de sus terribles guerras. Incluso Egipto, que una vez pareció estar envejeciendo hacia una mayor estabilidad, ha registrado un incremento en los nacimientos que podría presagiar otra juventud desestabilizadora.

Ninguna de estas tendencias es determinante en el destino de un país. El vecino de Túnez, y una de las mayores preocupaciones del gobierno tunecino, es Libia. La guerra civil ha transformado al país en un prolífico exportador de inestabilidad y yihadistas a través de su larga frontera en el desierto.

La población de Libia es mayor que la de otros países atrapados en la Primavera Árabe: según los datos de las Naciones Unidas, la edad media era sólo un poco inferior a los 26 años en 2010. Pero aun así ha caído en uno de los conflictos más brutales de la región tras el derrocamiento de Muamar el Gadafi.

Estabilidad tampoco es sinónimo de democracia. Hay países como China, donde un sistema de partido único o de autócratas carismáticos se eterniza en el poder a medida que la población envejece. Tener menos jóvenes frustrados o idealistas en busca de un cambio parece beneficiarlos.

El paro sigue siendo un problema

En su afán por mantener las conquistas democráticas, tal vez el mayor riesgo para Túnez sea el desolador paro juvenil que desencadenó la revolución y sigue sin solucionarse. Si el país encuentra alguna respuesta a ese problema se convertirá no sólo en un faro de estabilidad política sino también de esperanza económica.

Gran parte de las noticias de hace siete años se centró en el cambio de gobierno de Túnez, posiblemente debido al interés occidental en la ampliación de la democracia y de las libertades políticas. Pero la revolución tunecina tenía tres consignas: libertad, trabajo y dignidad. Para la gente que salió a las calles, las tres tenían la misma importancia.

Muchos sienten que recibieron sólo una de las tres. Hoy son tantos los graduados universitarios sin trabajo que hasta han creado un sindicato no convencional para exigir sus derechos.

Aunque las estadísticas oficiales son un poco menos sombrías, según las estimaciones del líder de los graduados, Salem Ayari, unos 900.000 tunecinos buscan trabajo. Casi la mitad de ellos tienen título universitario, prácticamente el doble de los que buscaban empleo en 2011. “El sistema económico nos empujó a una revolución y después los políticos responsables del sistema no se preocuparon por reformarlo”, dijo Ayari. Su esperanza es que las manifestaciones impulsen a los líderes, muchos de ellos con un pasado en la Administración de Ben Ali, a centrarse más en las reformas económicas y políticas.

A la vez que la democracia florecía en lo político, la economía del país flaqueaba. Muchos miembros de la clase media se sienten económicamente más presionados que durante el gobierno de Ben Ali.

La corrupción y la burocracia ponen trabas a los que quieren crear sus propias empresas y el sistema educativo no está armonizado con las necesidades económicas: produce titulados listos para ser contratados por el sector público, cuando lo que necesitan las empresas son jóvenes con Formación Profesional o una educación en ciencias.

Incluso muchos de los jóvenes tunecinos empleados por el gobierno viven en una especie de limbo. Alrededor de 80.000 personas recibieron puestos temporales tras la revolución de 2011, a medida que los nuevos gobiernos intentaban cumplir con las promesas que habían hecho a las multitudes que los llevaron al poder.

Años más tarde no han pasado de esos puestos con un salario mínimo y sin ninguna seguridad. En el mejor de los casos, la paga mensual es el equivalente a 105 euros, sin vacaciones ni bajas por enfermedad y con un temor constante a ser despedido.

Kawther, una bibliotecaria de 41 años y madre de una niña de cuatro meses, pasó los últimos meses de su embarazo envuelta en los vestidos más grandes que podía encontrar. Era un intento desesperado por disfrazar su barriga porque no podía permitirse perder su empleo y tampoco tenía derecho a un permiso de maternidad.

Se sentía una farsante, pero se alegra de que sus jefes decidieran seguir la corriente y no la denunciaran. Tomó dos semanas de permiso no remunerado, y luego, con dolor y sin el bebé, volvió al escritorio. “Aún no me siento totalmente recuperada”, dice. “Pero no teníamos otra opción”.

Aun así se considera afortunada. Hay muchos que no tienen ningún empleo, por lo general habitantes de ciudades como Balta, donde los lugareños dicen que sólo uno de cada diez jóvenes ha encontrado trabajo, aunque la mayoría haya terminado la educación secundaria y muchos tengan títulos universitarios.

Ahora no tienen mucho que hacer, salvo sentarse en las cafeterías y hacer planes de negocios casi imposibles de financiar. Antes jugaban al fútbol en el campo del colegio secundario, hasta que el director les cerró las puertas diciendo que sólo podían usarlo los estudiantes.

Otras salidas: el deporte y el turismo

Al pueblo le debería ir mejor de lo que le va. Tiene una reputación extraordinaria por la producción de atletas de primera clase, entre los que figuran una campeona nacional de salto con pértiga y los mejores luchadores de taekwondo. En otro país podría haber atraído inversiones deportivas.

Y podrían atraer a los turistas con uno de los olivos más antiguos del país, en una colina bajo las famosas ruinas romanas, o con las vistas panorámicas de los olivares y las verdes colinas. Pero la casa de huéspedes está a medio construir y no se ha cumplido con la propuesta de reconstruir alguna instalación en las ruinas para los turistas.

Los que todavía están estudiando salen a las 6 de la mañana en el autobús para ir a un pueblo cercano. Por lo general sólo tienen cuatro horas de clases al día pero allí no hay biblioteca ni sala de estudio así que tienen que pasar el resto del día vagando por la ciudad. El autobús de regreso sale a las 6 de la tarde.

“Cada día me pregunto por qué estoy haciendo esto. No vale la pena, especialmente cuando veo a todos los licenciados sin empleo, sentados y sin nada que hacer”, dice Wathik Balti, el estudiante de 19 años. Él también marchó en las protestas y sueña con convertirse en periodista.

El que logra reunir lo suficiente para tomar algo, se sienta en la cafetería. Pero el tiempo libre deja a los estudiantes frustrados y vulnerables a los extremistas que han florecido en la crisis tunecina.

Afloran los extremismos

Desde Túnez fueron más combatientes extranjeros a luchar en Siria que desde ningún otro país. Dentro del país, el grupo terrorista ha socavado la economía tunecina con letales ataques contra los turistas. En marzo de 2015, docenas de personas fueron asesinadas por hombres armados en el famoso museo Bardo de la capital. Tres meses después, otro atacante armado con un fusil de asalto en un balneario mató a 38 turistas, entre los que había 30 británicos.

Como dijo el activista Jamaleddine Balti, “tienes tiempo libre, es fácil que esa gente te atraiga”. Como muchos en la ciudad, Balti toma su nombre del pueblo (no está relacionado con el estudiante Wathik). “Tenemos un chico que murió en Siria, y dos que están en la cárcel”, dijo.

También crece el número de jóvenes no atraídos por el extremismo, pero desesperados por irse. Son los que se unen al peligroso éxodo hacia Europa y a través del Mediterráneo. “Hay casos de suicidio y muchas personas están muriendo porque quieren cruzar el mar ilegalmente”, dijo Koussay Ben Fredj, un joven de 22 años portavoz de la organización de base que coordinó informalmente las protestas de enero.

Llamada “Fesh Nestannew?” (“¿A qué estamos esperando?”), la organización está movilizando a los jóvenes que sienten que su revolución ha sido traicionada. Les preocupa el historial político del presidente Beji Caid Essebsi, expresidente del parlamento durante el gobierno de Ben Ali, y los ataques y arrestos masivos producidos en las protestas de enero.

Según Fredj, “la mentalidad política es la misma que antes de 2011”. Él ha sido acusado en la televisión nacional de tener vínculos con un hombre encarcelado por corrupción. Fredj dice que esa acusación tuvo motivaciones políticas. “No lo toleraremos, no volveremos a la dictadura. La oposición fracasó porque es débil en el parlamento y la gente no confía en los partidos. Confían en los jóvenes, en los adolescentes que se parecen a ellos”, dijo.

El movimiento hace un llamamiento a luchar contra la corrupción, a invertir más para ayudar a los jóvenes que quieran crear empresas y a reformar la estructura impositiva para que las empresas y los millonarios paguen más, en lugar de los tunecinos de a pie.

El programa está encontrando apoyo en todo el espectro político. Naoufel Jammali, diputado y exministro de Trabajo, también quiere medidas enérgicas contra la evasión fiscal y la corrupción, pero teme que el gobierno (del que forma parte Ennahdha, su propio partido, islamista moderado) carezca del valor necesario para el cambio.

“Estamos sufriendo aquí por falta de coraje político y de experiencia en comunicación”, dijo. “Sabemos que para reformar el país hay que tomar decisiones difíciles para un gran número de tunecinos, pero tenemos que explicarlo a la gente”.

Jammali formó parte del gabinete durante el gobierno de transición. Él creó muchos de esos puestos temporales que en estos más de cinco años han sido a la vez un salvavidas y una frustración. Admite que son problemáticos, pero dice que en ese momento el país era demasiado frágil para el cambio que necesita hacer ahora.

Según el gobierno, la ley que desencadenó las últimas protestas fue diseñada para cumplir con la reforma que el Fondo Monetario Internacional exige antes de otorgar a Túnez un préstamo muy necesario. Pero esa ley no hace mucho para abordar los pilares del crecimiento.

Las consecuencias, no sólo para Túnez, se ven en lo que está ocurriendo en las naciones circundantes. Un aumento del extremismo violento, jóvenes desesperados arriesgándose en el peligroso viaje ilegal hacia Europa, caos y sueños aplastados. Aunque sea por interés propio, Occidente debería ayudar más.

“Si debilitas la clase media, debilitas la democracia”, advierte Jammali. “Nos enfrentamos a profundos problemas económicos aquí, y los países de Europa y otros lugares, nuestros amigos del mundo libre, deben tener la profunda convicción de que invertir en la democracia recién nacida es muy importante no sólo para el pueblo tunecino, sino para el resto del mundo y la región”.

Traducido por Francisco de Zárate

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