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The Guardian en español

Macron no renuncia a aprovecharse del éxito de la selección de Francia en el Mundial

Emmanuel Macron durante una visita a la selección francesa de fútbol.

Angelique Chrisafis

París —

Cuando Emmanuel Macron viajó a San Petersburgo a ver el partido de Francia contra Bélgica en la semifinal del Mundial, lo hizo sabiendo que la pasión por el fútbol puede rentabilizarse políticamente.

La última y única vez que Francia ganó un Mundial, hace 20 años en 1998, la imagen del entonces presidente conservador Jacques Chirac subió repentinamente, a pesar de que Chirac ni siquiera sabía los nombres de la mitad de los jugadores.

Incluso antes de la victoria contra Bélgica en semifinales, el político centrista de 40 años Emmanuel Macron, que lucha por librarse de la etiqueta de “presidente de los ricos”, se había presentado como un auténtico fan. Destacó su apoyo al Olympique de Marsella, apareció en un programa de televisión futbolístico, habló a la plantilla sobre la confianza y el trabajo en equipo en una visita previa al campeonato, y confesó que en su infancia jugaba de defensa. “Era duro, y no muy habilidoso. En el campo, era el típico jugador que no se rinde y que motivaba a los demás”.

Si Francia llega a ganar la copa, encajaría muy bien con el eslogan de Macron a favor de los negocios: “Francia ha vuelto”.

Pero, al margen de la política, la joven y étnicamente diversa selección de fútbol de Francia ya ha levantado los ánimos al país. Los comentaristas describen a Les Bleus, una de las plantillas más jóvenes del Mundial, como “accesibles, decentes, amables y humildes”.

Mientras el Gobierno francés todavía lucha por encontrar soluciones a la discriminación racial y la creciente desigualdad en los suburbios de las ciudades, el equipo francés ha sido elogiado por mostrar el verdadero espíritu de las banlieues: la ambición de una joven generación de alto rendimiento nacida en los suburbios, respaldada por el apoyo de sus familias.

Varios de los mejores jugadores de la selección francesa nacieron en las banlieues de las afueras de París y comenzaron su vida deportiva en excelentes equipos juveniles locales que han demostrado ser un buen semillero de talentos.

El goleador de 19 años y héroe nacional Kylian Mbappé nació en Bondy, en Seine-Saint-Denis, al norte de París, donde era la estrella de un club local. Su padre, descendiente de cameruneses, jugó de joven en el mismo club. Su madre, descendiente de argelinos, fue jugadora profesional de balonmano. Su familia es su principal consejera y Mbappé dona el dinero que gana en partidos de la selección a una organización benéfica que promueve el deporte en niños con discapacidades.

Paul Pogba también nació en las afueras de París. N’Golo Kanté (que ha inspirado el slogan “Yes We Kanté!”, dándole un giro al “Yes, we can!”) nació en París, pero comenzó a jugar al fútbol en un club en los suburbios.

Para el partido de cuartos de final contra Uruguay, Macron invitó a jugadores adolescentes de clubes y escuelas de los suburbios a ver el partido con él en los jardines del Palacio del Elíseo y se sentó con ellos sobre el césped, sin chaqueta.

El escritor Abdourahman A Waberi dijo que el gran apoyo del país a Mbappé –'el niño de Bondy'– y sus compañeros de la selección ya es una victoria contra la extrema derecha xenófoba que representa Marine Le Pen y contra los intelectuales franceses de derechas que dominan gran parte de los medios de comunicación.

Black, blanc, beur

La cuestión de la diversidad étnica y un equipo de fútbol que refleje a la sociedad ha sido históricamente importante en Francia. Pero hace 20 años, en 1998, cuando la selección de Zinedine Zidane fue apodada “black, blanc, beur” (negro, blanco y árabe del norte de África), y ensalzada como la respuesta a todos los problemas de la sociedad francesa, no hubo una solución milagrosa inmediata a los arraigados problemas de racismo, de discriminación y de identidad nacional.

“Los políticos pensaban que con el fútbol habían resuelto todos los problemas”, afirmó después el activista contra el racismo Mouloud Aounit. “Y, de hecho, el efecto duró lo mismo que los fuegos artificiales”.

Cuatro años después de aquel triunfo de la selección, el ultraderechista Jean-Marie Le Pen –que se había quejado de que había demasiados negros en la selección– llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002.

En 2005, cuando dos adolescentes –Zyed Benna y Bouna Traoré- se electrocutaron al esconderse en una subestación eléctrica al norte de París cuando les perseguía la policía, los suburbios estallaron en la peor revuelta que tuvo Francia en 40 años.

En 2011, la selección de fútbol de Francia quedó envuelta en un escándalo cuando se dijo que algunos funcionarios habían intentado poner un límite a la cantidad de jugadores negros y árabes en los programas de entrenamiento juveniles para que la plantilla francesa fuera más blanca.

El expresidente socialista François Hollande advirtió el mes pasado a los políticos de que no intenten usar el fútbol como respuesta a los conflictos políticos. Sobre el triunfo de 1998, afirmó: “Quisimos llegar a la conclusión de que esa victoria cambiaría la sociedad francesa. Pero eso no sucedió. Los que tienen que generar el cambio son los políticos”.

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