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Este Mundial debería ser recordado por su racismo, pero Qatar no es la víctima

Trabajadores del estadio preparan la ceremonia de apertura de la final del Mundial en el estadio de Lusail, Qatar, este domingo

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Cuando hace dos semanas le preguntaron a Nasser Al Khater, jefe de la organización del Mundial de Qatar, por la reciente muerte de un trabajador inmigrante, su respuesta fue tan chocante como reveladora. “Estamos en plena Copa del Mundo, hemos organizado con éxito un mundial ¿Y ahora quieren hablar de esto? La muerte es una consecuencia natural de la vida”, respondió, antes de dar el pésame a la familia del fallecido.

Mostró, en primer lugar, su indignación por el hecho de que alguien pudiera cuestionar el mensaje de Qatar sobre el Mundial y, a continuación, su cruel indiferencia hacia los trabajadores que lo han hecho posible.

En las últimas semanas, esta indignación, alentada por las autoridades qataríes, se ha visto en numerosos artículos que califican de racistas, hipócritas y orientalistas las críticas occidentales al historial de Qatar en materia de derechos humanos.

Y lo que es más escalofriante, hemos visto cómo los argumentos de Qatar fueron repetidos por la eurodiputada griega Eva Kaili –destituida como vicepresidenta de la cámara–, cuando la semana pasada se la vinculó con una trama de corrupción relacionada con Qatar. Según las acusaciones, Kaili y tres personas más habrían aceptado dinero en efectivo y regalos de Qatar para influir en la toma de decisiones del Parlamento Europeo. Kaili y Qatar niegan haber cometido delito alguno.

“El Mundial de Qatar es la prueba, en realidad, de cómo la diplomacia deportiva puede lograr una transformación histórica de un país... [La Organización Internacional del Trabajo] dijo que Qatar está a la cabeza en derechos laborales”, dijo Kaili en un debate sobre el historial de derechos humanos del país al día siguiente del inicio del Mundial. “Aún así, algunos aquí llaman a discriminarlos, los maltratan y acusan de corrupción a todo el que habla con ellos”, indicó.

De hecho, es la segunda parte de la respuesta de Khater la que explica gran parte de las críticas. La despreocupación por la muerte de un trabajador ilustra lo que he visto una y otra vez en casi una década de reportajes sobre el trato a los trabajadores inmigrantes mal pagados de Qatar: que, en su mayor parte, a las autoridades qataríes parece no importarles.

Sistema laboral racista

El verdadero escándalo de este Mundial no es que las críticas a Qatar tengan una motivación racista, sino que los hombres que han construido este torneo han sido sometidos a un sistema laboral basado, en gran medida, en la discriminación racial.

Eso lo tenía claro la exrelatora especial de la ONU sobre racismo y discriminación racial, Tendayi Achiume, que en 2020 publicó un duro informe en el que destacaba “serias preocupaciones de discriminación racial estructural contra los no nacionales”. Achiume afirmó que en Qatar existe un “sistema de castas de facto basado en el origen nacional según el cual las nacionalidades europeas, norteamericanas, australianas y árabes disfrutan sistemáticamente de una mayor protección de sus derechos humanos que las personas con nacionalidades del sur de Asia y del África subsahariana”.

Esta discriminación está arraigada en normas de “zonificación” que prohíben en la práctica a la mayoría de los trabajadores inmigrantes vivir en determinadas zonas del país y se ha puesto de manifiesto cuando se ha prohibido a personas con salarios bajos entrar en algunos parques, centros comerciales y espacios públicos.

Esta discriminación se hace patente cuando se observan las diferencias salariales entre las distintas nacionalidades. Por ejemplo, los nepalíes y bangladeshíes suelen cobrar menos que los indios o filipinos por realizar el mismo trabajo. Un informe reciente del grupo de derechos humanos Equidem revela que casi la mitad de los entrevistados que trabajaban en los estadios de la Copa del Mundo denunciaron discriminación por razón de nacionalidad.

Y lo más evidente es el trato que reciben los trabajadores con salarios bajos. Doce años después de que Qatar ganara la candidatura para acoger la Copa del Mundo, decenas de miles de trabajadores siguen alojados en pésimas condiciones y se ven obligados a pagar exorbitantes comisiones de contratación por sus puestos de trabajo, a menudo a cambio de un salario básico que equivale a tan solo un euro por hora.

Estas malas prácticas se agravaron en los meses previos a la Copa del Mundo, cuando miles de trabajadores fueron enviados a casa, muchos de ellos aún endeudados, mientras las empresas terminaban sus proyectos de construcción.

Poco ha cambiado

El Gobierno qatarí ha afirmado que ha tomado importantes medidas para crear condiciones seguras para los trabajadores inmigrantes y que se han establecido normativas para limitar la exposición de los trabajadores al calor abrasador del verano. Sin embargo, las autoridades han hecho poco por investigar la muerte de miles de trabajadores migrantes y un sinfín de familias se han quedado sin respuestas ni indemnizaciones por parte de los empleadores de sus seres queridos. Hace poco Nirmala Pakrin, viuda de un trabajador que murió mientras trabajaba en uno de los estadios del Mundial, dijo: “Ganan millones... ¿por qué no pueden darnos ni siquiera una pequeña indemnización?”.

Geoffrey Otieno, un trabajador keniano que fue detenido en Qatar por defender los derechos laborales, escribió recientemente sobre su indignación por los intentos de tachar de racistas las críticas al trato que reciben los trabajadores migrantes: “Como trabajador africano negro que hizo posible el Mundial de 2022, nada –incluidos los abusos a los que fui sometido y los que presencié– ha sido más exasperante... En Qatar, los trabajadores migrantes son una mercancía prescindible”.

Qatar y sus valedores sostienen que el país ha introducido reformas significativas, principalmente el desmantelamiento del abusivo sistema de kafala y la introducción de un salario mínimo. Pero estas reformas no entraron en vigor hasta 10 años después de que Qatar consiguiera el derecho a ser sede de la Copa del Mundo. Y, sobre el terreno, poco parece haber cambiado. Las historias que he escuchado de los trabajadores en Qatar el mes pasado son casi las mismas que escuché cuando empecé mi investigación en 2013.

Sería simplista afirmar que la explotación en el sistema laboral de Qatar se basa únicamente en motivos de raza. Como en todas partes, la raza, la clase social y el afán de lucro se combinan para marginar a los más vulnerables. Sin embargo, la singularidad de la población qatarí –el 95% de la mano de obra procede del extranjero–, su enorme riqueza y la atención que buscaba con la organización de la Copa del Mundo han puesto de manifiesto y amplificado estas divisiones.

Los responsables

Las autoridades qataríes no son las únicas culpables. Los abusos cotidianos que sufren muchos trabajadores mal pagados los cometen sobre todo otros trabajadores migrantes, normalmente altos cargos de India y Egipto, según dicen muchos trabajadores con los que he hablado. Como me dijo un trabajador: “Los qataríes son muy buenos, pero han dejado el país en manos de gente que no valora a los seres humanos”.

La responsabilidad también recae en los poderosos empresarios qataríes, que parecen intocables. “Aquí hay un sistema jerárquico en el que nadie inferior se atrevería a cuestionar a alguien superior”, me explicó un jefe de obra con años de experiencia en Qatar, para describir cómo los influyentes qataríes pueden actuar con impunidad.

Y luego está la FIFA, y decenas de empresas e individuos extranjeros que parecen haber hecho la vista gorda mientras se embolsaban enormes beneficios y salarios. Un comunicado de prensa del Gobierno británico de 2018 afirmaba que era probable que las empresas británicas consiguieran acuerdos por valor de 1.500 millones de libras (unos 1.700 millones de euros) en el periodo previo al torneo. La FIFA ganó la cifra récord de 7.500 millones de dólares (7.068 millones de euros) en el ciclo de cuatro años previo a este Mundial y, sin embargo, sigue sin acordar un fondo para compensar a los trabajadores que han sufrido y a las familias de los fallecidos.

En última instancia, la responsabilidad de proteger a los trabajadores migrantes recae en los gobiernos, y en este sentido, las autoridades qataríes han fracasado con creces. Denunciar esta situación no es racista, es antirracista.

* Pete Pattisson es un periodista gráfico y de vídeo afincado en Katmandú, Nepal.

Traducción de Emma Reverter

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