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The Guardian en español

¿Paciente o terrorista suicida? Ser conductor de ambulancia en Kabul es ahora más peligroso

Un hombre herido tras el atentado en el que lo talibanes utilizaron una 'ambulancia bomba'

Memphis Barker

Kabul —

Cuando el conductor de ambulancias Zemari Khan llevaba a un paciente herido al hospital el jueves pasado, se topó con la barrera de uno de los puestos de control de la ciudad. En ese mismo momento, una larga hilera de coches acababa de cruzar el puesto sin más, pero a Khan se le ordenó parar, entregar su carnet de identidad y abrir la puerta del maletero para que un policía pudiera comprobar que su paciente era real.

En la semana transcurrida desde que los talibanes detonaron una ambulancia cargada de explosivos en una concurrida calle comercial matando a 105 personas, la vida es todavía más complicada en la capital de Afganistán. Y aún es más difícil para el personal sanitario.

“Cuando me vieron los agentes, se pusieron muy nerviosos”, cuenta Khan, un hombre de 55 años. “Cuando, sin querer, avancé medio metro, un agente golpeó mi parabrisas con la culata de su pistola. Esto me pone muy triste. Mi paciente estaba sufriendo. Antes se respetaba a las ambulancias, pero ahora todo el mundo sospecha de nosotros”.

La gente se está acostumbrando a una nueva dificultad en esta guerra sin fin. Según el servicio de ambulancias de Kabul, con una flota de 20 vehículos para una ciudad de 4,5 millones, las intervenciones han disminuido un 40% desde el ataque, debido a que las ambulancias se enfrentan a registros largos y prolijos durante el recorrido hacia hospitales.

Los conductores cuentan que mucha gente está utilizando ahora taxis en su lugar. “Para la gente ahora es más cómodo pasar los puestos de control en taxi”, asegura Khan.

En pocas ocasiones Kabul ha necesitado una respuesta de emergencia más rápida y preparada. En las últimas dos semanas, los talibanes y los miembros de ISIS han matado a más de 130 personas, una carnicería sin precedentes en una ciudad que antes se consideraba lo bastante segura como para atraer a miles de refugiados de las provincias devastadas por la guerra.

Incluso para los veteranos conductores del servicio de ambulancias de Kabul, el sangriento atentado fue una dura sacudida. En la estación de ambulancias del centro de la ciudad, limpian con una manguera el interior de uno de los vehículos. Tampoco ha habido tiempo para arreglar el parabrisas de otro, destrozado por la explosión.

Nasir Ahmad, de 31 años, llegó al lugar de la explosión (cerca del antiguo Ministerio de Interior) minutos después de que estallase la bomba. “Las fuerzas de seguridad no nos dejaron salir del coche”, explica a The Guardian. “La gente había perdido manos y piernas, y la policía simplemente los metía en la parte de atrás de mi coche”.

“Es lo peor que he visto en mi vida”, dijo Ahmad. Él y el resto de conductores tuvieron que esforzarse para poder probar bocado después de su turno. No podían quitarse las imágenes de la cabeza.

¿Cómo proteger a los ciudadanos?

Todavía no se sabe quién es el culpable del ataque. Algunos señalan a Pakistán, a quien el Gobierno afgano acusa de acoger a combatientes talibanes, entre los que se incluyen los que mataron a 23 personas en el hotel Intercontinenetal el 20 de enero. Algunos culpan a Donald Trump, cuyos bombardeos han provocado la respuesta de los talibanes. Otros apuntan al presidente Ashraf Ghani por fracasar a la hora de mantener seguros a los ciudadanos, a pesar de las barricadas, bolardos de hormigón y detectores de bombas que hay en toda la ciudad y que se convierten en una pesadilla diaria.

Pero el resultado más visible es la respuesta policial contra las ambulancias. Según Khan, la policía ha apartado a las ambulancias de las vías de sentido único y los carriles preferentes a los que antes sí que tenían acceso.

Aunque el Gobierno no ha dado ninguna versión oficial sobre el atentado con bomba del 27 de enero, mucha gente cree que el vehículo de los talibanes fingió tener un paciente a bordo, lo cual le ayudó a pasar un puesto de control. Como respuesta a esto, un agente de policía en un puesto de control en el distrito del mercado central de Pol-e-Bagh Otomi asegura que los registros a las ambulancias se han vuelto “mucho más estrictos”.

“Estamos revisando de manera exhaustiva lo que hay debajo de los pacientes. ¿Este paciente es real? ¿O es un paciente cargado de explosivos?”, asegura Mye Agha. Según afirma, informes de inteligencia han alertado de un posible segundo suicidio bomba a bordo de una ambulancia y ha zanjado: “Es mejor que muramos los que estamos en el puesto de control que dejar que lo pasen y que se produzca otra masacre”.

“Cuando tenemos informaciones que apuntan sobre una posible amenaza, intensificamos las búsquedas, incluso en las ambulancias”, asegura Najib Danish, portavoz del Ministerio de Interior.

El tiempo de los registros es demasiado

Pero esta pérdida de tiempo puede ser fatal para los habitantes de Kabul. Tomarse “diez o veinte” minutos para revisar una ambulancia es demasiado, comenta el doctor Asim Aslam, el director del servicio de ambulancias. Las mujeres embarazadas necesitan comadronas. Los pacientes pueden desangrarse. Con los atascos que hay ahora mismo en la ciudad, puede costar una hora y media llevar a alguien de un hospital a otro. El nuevo sistema añade más tiempo a estos registros.

“Desde el Ministerio de Salud Pública se nos ha dicho que tienen que registrarnos”, dice el doctor Aslam, “pero no debería ser durante tanto tiempo porque eso puede costar vidas”.

En el lugar del ataque, montones de vidrio y escombros bordean la carretera. La fuerte explosión ha destrozado las onduladas puertas de hierro de toda Chicken Street, una hilera de tiendas de alfombras y joyerías abarrotadas tiempo atrás por turistas. De vuelta al trabajo, los propietarios de estas tiendas que sobrevivieron todavía se están recuperando de sus heridas, contusiones o lesiones provocada por un trozo de metralla por encima del ojo.

El domingo, la oficina del jefe del Gobierno, Abdullah Abdullah, dijo que el Gobierno está considerando la posibilidad de ejecutar a los prisioneros talibanes, y un portavoz del Ejército prometió nuevas ofensivas contra los insurgentes que, según una encuesta de la BBC, ahora suponen una amenaza para el 70% del país.

Sin embargo, es poco probable que este tipo de métodos protejan a los ciudadanos de lo que los analistas esperan que se una fase especialmente sangrienta en un conflicto en el que las muertes de civiles ha aumentado constantemente, hasta el mayor pico registrado en 16 años en los primeros seis meses de 2017 de 1.662 fallecidos, según la ONU.

“Dios sabe que nadie puede protegernos”, dice un niño de nueve años llamado Azmat Ullah, mientras patea un montón de astillas de madera dentro de una tienda a pocos metros del lugar en el que la ambulancia saltó por los aires.

En Kabul, una ciudad en la que sus habitantes llevan anotado en un papel su grupo sanguíneo por si son la próxima víctima, ya no están a salvo ni las ambulancias.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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