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El periodista que grabó al niño sirio rescatado de los escombros: “No es un caso excepcional”

Omran Daqneesh, niño sirio de cinco años tras resultar herido en un ataque del régimen en Alepo.

Kareem Shaheen

Beirut —

Sentado en el asiento naranja de una ambulancia, Omran Daqneesh mira fijamente, desorientado, hacia la distancia. Se lleva la mano a la cara, cubierta por una mezcla de sangre y polvo bajo su pelo sucio. Observa la mancha roja que tiene en los dedos, con una mirada de sorpresa y a la vez de calma.

Minutos antes, este niño de cinco años había sido rescatado de los escombros de su casa en el barrio de Qaterji, en la zona de la ciudad de Alepo tomada por los rebeldes, tras un ataque aéreo del Gobierno. Su aparición de entre los restos había sido capturada por periodistas locales que grabaron el rescate y el tormento del chico y de su familia. Las imágenes se difundieron por todo el mundo este jueves, como símbolo del sufrimiento imparable e indiscriminado de los civiles sirios.

“He visto a muchos niños rescatados de los escombros, pero este, con su inocencia, no tenía ni idea de qué estaba pasando”, explica Mustafa Al Sarout, periodista que trabaja en Aleppo y que grabó el vídeo que se ha extendido en las redes sociales. “Se llevó la mano a la cara y vio sangre. Ni siquiera sabía qué le había pasado”, cuenta. “He fotografiado muchos ataques aéreos en Alepo, pero había tanto ahí en su cara, con la sangre y el polvo mezclados, a esa edad...”.

El doctor Mohammad, cirujano de Alepo que prefiere no decir su apellido, trató al joven Omran cuando llegó al hospital. Le impactó lo aturdido que estaba el niño. “Llegó en shock total, completamente desconcertado sobre lo que había ocurrido. Su cuerpo estaba lleno de polvo, además de la sangre que tenía en la cara por una herida en su frente, que se mezclaba con el polvo”, relata. “Estaba asustado y conmocionado. Venía de estar tranquilamente en su casa, seguro, quizá dormido, cuando el edificio se derrumbó de repente encima de él. Mientras lo tratábamos, no gritaba ni lloraba, solo estaba en shock”.

Horas después de que rescataran a Omran y a su familia, le dieron el alta en el hospital. El ataque le había provocado una herida en la cabeza y cardenales, pero nada demasiado grave. A sus hermanos mayores se los llevaron en la ambulancia con él, y su padre también salió tras el ataque con la cara cubierta de sangre.

Sarout dice que le sorprende que el vídeo que grabó haya tenido tanta repercusión. El asesinato de niños se ha convertido en una cara tan habitual de la guerra en Alepo y en el resto de Siria que quienes documentan su brutalidad día a día ya no se sorprenden con lo que ven.

“Hay niños bombardeados todos los días. No es un caso excepcional”, afirma. “Es la realidad diaria de los ataques aéreos de los gobiernos ruso y sirio, que se turnan para bombardear a civiles en Alepo delante de todo el mundo. Este niño es representativo de millones de niños en Siria y sus ciudades”.

Sin embargo, para muchos en el mundo exterior, las imágenes se han convertido en un recordatorio sangriento de la angustia de los niños sirios, privados de normalidad tras cinco años de revolución y guerra civil. La suya no es la primera imagen que resume el desastre de la guerra de Siria. Las fotos que se publicaron el año pasado de Aylan Kurdi, un niño que yacía muerto sobre la arena de una playa turca, pusieron el foco sobre los enormes riesgos que asumen los refugiados desesperados en el mar.

Una ciudad dividida, asediada y en ruinas

La imagen de Omran –difundida por el centro de medios de Alepo, al que pertenece Sarout– simboliza el sufrimiento de la ciudad, que un día fue la próspera capital comercial de Siria y ahora está dividida en dos mitades, ambas bajo el asedio. Es uno de los conflictos urbanos más devastadores que se recuerdan.

Sarout, que corrió hacia el lugar cuando se conoció la noticia de los ataques aéreos este miércoles, cuenta que las huellas de la batalla alrededor de la casa de Omran eran evidentes. “Había una destrucción inmensa en el barrio”, explica, “había gente caminando por la calle cuando tuvo lugar el bombardeo, que corrieron a esconderse en los edificios y quedaron atrapados en los escombros cuando estos se derrumbaron”.

El Este de la ciudad, tomado por los insurgentes, está ahora en ruinas. 250.000 civiles viven en la sombra de la antigua gloria de la ciudad, resultado de una despiadada campaña aérea que ha provocado la lluvia de miles de bombas de barril sobre sus habitantes y sus mezquitas, mercados, colegios y plazas públicas.

Una operación rebelde lanzada por miles de combatientes ha roto un asedio de meses sobre el Este, pero el corredor que abrió es una zona de guerra por la que apenas se puede pasar. El oeste, controlado por el Gobierno, también lleva tiempo sometido a artillería pesada indiscriminada y en el viven al menos 1,5 millones de civiles. También se ha visto asediado porque el corredor era la principal línea de suministro hacia los distritos controlados por el Ejército de Bashar Al Asad.

Como símbolo de la desesperación y la frustración por la situación en Alepo, el enviado de la ONU para Siria, Staffan de Mistura, ha interrumpido de repente este jueves una reunión de su grupo de trabajo humanitario porque los convoyes de ayuda a las ciudades y pueblos sitiados no han podido llegar a su destino este mes por el aumento de la violencia.

“En un mes, ni un solo convoy ha llegado a ninguna de las zonas humanitarias sitiadas, ni un solo convoy”, ha manifestado a los periodistas De Mistura, que coordina el grupo de trabajo. “¿Por qué? Por una sola cosa. Los combates”.

Para Mohammad, el médico que trató a Omran, la devastación de este último ataque se ve empeorada por la certeza de que no será el último. “Llevamos cinco años viviendo la realidad diaria del asesinato de niños y civiles inocentes. Los cohetes y las bombas de barril no discriminan”, lamenta. “Que acaben las muertes. No es lógico que las fuerzas aéreas del régimen y de Rusia puedan seguir matando gente y civiles inocentes y que el mundo se mantenga en silencio. Los niños sirios merecen vivir en paz”.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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