Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El PSOE convierte su Comité Federal en un acto de aclamación a Pedro Sánchez
Las generaciones sin 'colchón' inmobiliario ni ahorros
Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

The Guardian en español

El fenómeno literario generacional y feminista de Sally Rooney: “No tolero muy bien la autoridad”

Manifestantes celebran el resultado del referéndum irlandés © Jeff J Mitchell/Getty Images

Claire Armitstead

Entre los consejos que tradicionalmente se dan a los escritores noveles se encuentran dos ideas clásicas: escribe sobre lo que sabes y sal al mundo para averiguar más. Sally Rooney, según ella misma confiesa, ha seguido el primero pero no el segundo. “Nunca he intentado escribir desde la perspectiva de alguien mayor que yo, así que mis novelas tratan de la gente de mi entorno”, dice. “No es por una cuestión de principios, sino simplemente porque es lo que sé hacer”.

Y puesto que había escrito dos novelas a los veintitantos, la gente de su entorno era inevitablemente la que era. Los protagonistas de ambas novelas son universitarios de Dublín, como lo era la propia Rooney cuando empezó a escribirlas. Frances y Bobbi, de su debut literario Conversaciones entre amigos, son examantes, con un relación forjada entre presentaciones de libros y estrenos teatrales, mientras que Marianne y Connell, en su segunda novela, Gente normal, son dos amigos de la escuela que, al igual que su creadora, se mudan a la gran ciudad desde una pequeña localidad irlandesa.

La historia de la ficción está plagada de novelas universitarias inmaduras, así que lo que sucedió a continuación fue extraordinario: casi en cuanto Conversaciones entre amigos se publicó en la primavera de 2017, Rooney fue aclamada como la voz de los millenials, una Salinger de la era de Snapchat. Rooney fue aclamada con una intensidad que solo se da una o dos veces por generación, al nivel de Donna Tartt o Zadie Smith: escritoras que parecían emerger plenamente formadas, y no solo en su oficio, sino también como celebridades literaria y portavoces de conceptos culturales que deben ser articulados.

A diferencia de Tartt o de Smith, su segunda novela ya estaba a punto de caramelo: en un curioso estado de excitación, el mundo literario aguantó la respiración ante la llegada de Gente normal, y antes de que se hubiera publicado ya había sido preseleccionada para el premio Man Booker. Aunque no entró en la lista de finalistas, Waterstones la anunció como el libro del año y Rooney ganó el premio a la autora internacional de 2018 en los premios nacionales del libro de Specsavers. También ha sido finalista en el premio Costa Book.

La mujer con la que he quedado a la vuelta de la esquina del piso que comparte con su pareja, profesor de matemáticas, tiene ahora veintisiete años. Viste de forma pulcra y discreta, y habla rápido, con un tono que denota a la par seguridad y una buena capacidad de reírse de sí misma.

“¿Cómo se siente al vivir todas estas emociones?” “Resulta bastante extraño saber que se cita tu nombre y que gente que no conoces habla de ti. Tengo que obligarme a hacer abstracción de ello, aunque obviamente todo esto sucede a una escala muy, muy pequeña, no es como si fueras un jugador de fútbol de la Premier League”, dice con gran convicción. Sin embargo, comentaristas experimentados han recibido sus novelas con elogios literarios que van mucho más allá de lo habitual. La crítica Anne Enright escribió en el periódico The Irish Times: “Sin miedo alguno, añade elementos a un inquietante análisis de la sumisión; al final de la lectura sentí que entendía algo, que antes había rechazado”.

Ali Smith, que la eligió para un panel de escritores debutantes, considera su escritura como “un cóctel de alta inteligencia, verdad y humanidad, y estas tres cosas son tan apropiadamente contemporáneas y están tan sintonizadas entre sí --no solo considerando el momento actual, sino también como parte de la historia del pensamiento y la política--, que al leerla se hace evidente que ha comprendido algo que está sucediendo tanto en el lenguaje como en la sociedad, con una fuerza que funciona como una corriente subterránea en el interior del lector”.

Sus personajes entran y salen de las relaciones y hablan con aplomo de política y teoría literaria; se van de vacaciones a Francia o Italia, pero a veces no tienen suficiente dinero para comer. Pero Rooney sale al paso de cualquier intento de considerarla una experta en cultura: “Ciertamente, nunca tuve la intención de hablar por nadie más que por mí misma. A veces incluso me resulta difícil hablar por mí misma. Mis libros pueden fracasar como proyectos artísticos, pero no quiero que fracasen por no hablar de una generación en nombre de la cual nunca he tenido la intención de hablar”.

“Entonces ¿cómo has llegado a este punto?” “No puedo mirar atrás y decir que he seguido claramente un camino trazado. Durante mucho tiempo parecía que daba vueltas y vueltas en círculos, sin llegar a ninguna parte”, explica. Su biografía, para alguien que apareció en la escena literaria hace menos de dos años, es muy significativa. Según sus propias palabras: “Nací el mismo año en que una megastore de Virgin fue asaltada por vender condones sin la presencia de un farmacéutico. Dos años antes de la despenalización de la homosexualidad. Cuatro años antes de la legalización del divorcio”.

En una versión más prosaica, es la mediana de tres hermanos nacidos en Castlebar, capital de comarca; su padre trabajaba para Telecom Éireann y su madre dirigía el centro de arte local. Siempre había libros en casa y la animaban a leer, pero, aunque participó en un grupo de escritura creativa a los quince años, no siguió esa formación académica. “Creo que en parte fue porque era adolescente, y no me gustó”, dice. “No tolero muy bien la autoridad. Básicamente no estoy de acuerdo con aceptar una autoridad que no has consensuado de alguna manera. Como un embudo, como una forma de convertir a los niños en adultos; no creo que sea una buena práctica.”

Rooney no se veía a sí misma como una gran triunfadora. “No era una niña precoz. Antes de graduarme le dije a mi madre que nunca iba a leer nada escrito antes de 1920. En la escuela nos hacían aprender cosas de memoria, y puedo hacerlo bastante bien, pero nunca hacía deberes ni trabajos. No suspendía, pero no tuve la oportunidad de hacer lo que me interesaba.”

Sin embargo, consiguió entrar en el Trinity College de Dublín, una institución que —con Oscar Wilde y Samuel Beckett, por no mencionar a Enright, entre sus alumnos— seguramente intuyó como una opción muy prestigiosa. Ahora bien, no le asignaron su primera elección, inglés y sociología, sino literatura inglesa. “Supongo que de alguna manera tuve suerte. Era una forma completamente nueva de pensar en los libros y la literatura, un desafío. Tuve que lidiar con los modernistas y las novelas del siglo XIX, e incluso ahora sigo desarrollando la habilidad de leer de manera inteligente, algo que espero seguir haciendo toda mi vida.”

En su segundo año escogió oratoria, lo que la llevó a una salida en equipo a Manchester, donde ganó el Campeonato Europeo de Debate Universitario de 2013. Pero, de nuevo, Rooney le quita importancia al asunto: “Sin duda fue interesante, aunque para mí la competitividad es más bien como un juego. Iba a decir que se parece un poco al fútbol, pero creo que es menos intelectual que el fútbol. En realidad, es más como el Scrabble”.

Su vida de escritora comenzó a tomar forma en segundo año, después de que —como les sucede a los personajes centrales de Gente normal— consiguiera una beca que le permitiría tener cubiertos los gastos de comida, alquiler y matrícula, y le permitiría permanecer en el país durante el máster. En la novela, esta experiencia se presenta de dos maneras muy distintas según la clase social; la acomodada Marianne la acepta como un reconocimiento personal, mientras que para Connell —cuya madre soltera limpia para la familia de Marianne— es un salvavidas intelectual. ¿Y qué representó para la propia Rooney? “Significó mucho para mí. Mis padres me habían apoyado, y no creo que hubiera sido realista que siguieran haciéndolo para el máster. Me dio una sensación de seguridad, y me permitió seguir allí durante más tiempo”, explica Rooney.

Se matriculó en un máster de política, pero lo dejó tras algunas semanas para cursar Estudios Americanos; completó el borrador de Conversaciones entre amigos en tres meses. “Pero fue un borrador muy borrador”, puntualiza, así que lo guardó y escribió la primera de las dos historias de Connell y Marianne, en las que tenían veintitantos años, pero que claramente compartían una historia que se remontaba a sus días en la escuela. La primera historia no llegó a ninguna parte, pero la segunda, At the Clinic, fue publicada en una revista literaria.

Después de volver a Conversaciones y darle forma, las cosas empezaron avanzar rápidamente: Faber lo compró en subasta, y un mes después de entregar su trabajo de máster Rooney comenzó a trabajar en Gente normal. “Pensé en Conversaciones como un banco de pruebas”, dice taxativa, “así que me dio mucho margen de maniobra para escribir y reescribir una y otra vez.”

Dejando a un lado el entorno estudiantil, Gente normal no es para nada la misma novela que Conversaciones. Si Jane Austen pudo construir mundos sobre 'dos pulgadas de marfil', Rooney los ha construido sobre una oblea de silicio; sus personajes son habitantes de la sociedad en red: se comunican mediante mensajería instantánea, textos y correo electrónico, pero lo que significa para ellos es singular. Para Frances, la narradora en primera persona de Conversaciones, es una manera de mantener el control cuando tanto sus emociones como su cuerpo corren constantemente el riesgo de decepcionarla, mientras que Connel, de Gente normal, lo percibe como una pérdida de autonomía. “Él y Marianne solo pueden hablar por correo electrónico, utilizando las mismas tecnologías de la comunicación que saben que están bajo vigilancia, y a veces parece que su relación ha sido capturada en una compleja red de poder estatal, que la red es una forma de inteligencia en sí misma, que los contiene a ambos, y también los sentimientos del uno por el otro.”

El único ámbito de las relaciones personales que no puede ser controlado electrónicamente es el sexo, que vincula a los amantes con los amigos en combinaciones cambiantes e impredecibles. El estilo con el que Rooney escribe sobre ello es desgarradoramente sencillo. “En la cama, Nick me iba preguntando todo el rato qué me gustaba”, dice Frances cuando se acuesta por primera vez con el actor casado Nick, en Conversaciones entre amigos. “Yo le decía que me gustaba todo. Notaba la cara ardiendo y me descubrí haciendo mucho ruido, aunque no pronunciaba palabras, solo sílabas. Cerré los ojos. Por dentro, mi cuerpo era como aceite hirviendo. Estaba poseída por una energía intensa y abrumadora que parecía amenazarme. Por favor, decía. Por favor, por favor [...]. Pero me rendí sin oponer resistencia.”

“Buena parte de nuestra cultura y nuestro vocabulario sexual tiene el potencial de ser degradante, explica Rooney. ”Hay un lenguaje arcaico que sin duda suena falso, o bien el lenguaje de la pornografía, que en realidad no es auténtico. A mí me interesaba la autenticidad. Lo que me interesa sobre todo es la intimidad, la incomodidad, la pérdida del yo, de ser penetrado literal y también psicológicamente“.

Ambas novelas son, hasta cierto punto, relatos de obsesiones sexuales. “Algunas personas sienten que el sexo no es muy sexy, pero no escribo por eso, asegura. ”Probablemente me permite aprender cosas de los personajes, así que eludir todas las escenas de sexo en el texto sería una muestra de mojigatería.“ Sin embargo, cuando su editor sugirió que el sexo en Gente normal era un poco demasiado evasivo, Rooney se resistió argumentando que, al menos en las primeras etapas de su relación, Connell y Marianne no tenían un vocabulario sexual, ”por lo que literalizar en exceso sería poner en sus mentes maneras de pensar que no habrían sido capaces de articular por sí mismos. “Por otro lado, probablemente estaba intentando evitar escribirlo. Ese es el precio de llegar a un argumento plausible”, explica.

La política de la rendición es un tema recurrente, aunque las simetrías en las que se encuentran sus personajes están lejos del patrón de injusticia del movimiento #MeToo. Nick puede ser mayor y estar casado, pero en cierto modo es más débil y está menos formado que Frances; Connell puede traicionar a Marianne desde el principio, pero también es su salvador. Los monstruos —un novio fascista, un hermano abusivo— son empujados con firmeza a los márgenes. “Hay mucha ficción y discurso cultural general en torno al #MeToo; no me parece muy interesante explorarlo. No me interesa la psicología de la gente cruel, abusiva y explotadora.”

Pero también hay algo más, algo fundamental, en la manera en que describe a la gente que la rodea: “Los hombres no son tan diferentes en realidad. No me pareció que escribir sobre ellos exigiera un salto, porque lo que sucede con el género es que realmente no creo en él. Son meras prácticas culturales, y yo no me imagino a los cuarenta con hijos”.

Ambas novelas contienen un momento en el que un personaje sospecha que, o bien ella o bien su amante, pueden estar embarazadas, y es aquí donde radica su especificidad desde el punto de vista cultural. Cuando escribió los libros, el aborto era ilegal en Irlanda. Esta primavera, un referéndum cambió la ley, por lo que, a pesar de la aparente vigencia de sus temores, sus personajes ocupan ya un espacio que pertenece al pasado.

El largo debate sobre el aborto le dio voz política a una Rooney adolescente, indignada por los activistas que se presentaron en su escuela para mostrar vídeos provida. En un contundente ensayo de principios de este año para la London Review of Books, desplegó todo su poderío argumentativo para articular su rabia, y demolió la causa contra el aborto con la conclusión de que “en la relación entre feto y mujer, a la mujer se le conceden menos derechos que a un cadáver”.

En la víspera del referéndum tuiteó: “Hace dos semanas escribí que el voto del sí no superaría el 67 por ciento... Dios, te lo ruego, déjame comer una porción gigantesca de este increíblemente delicioso y humilde pastel”. En el fondo de su corazón, dice ahora, creía que en su momento el cambio llegaría y sería validado. La tranquilizó saber que, a pesar de que ahora formaba parte de un entorno metropolitano, seguía en contacto con su tierra natal.

Poco después del referéndum, anunció su decisión de dejar de tuitear, diciendo que “a los novelistas se les da demasiado protagonismo político”. En diversos momentos de la conversación la autora invoca a los futbolistas como una élite que pone a los escritores en su lugar. Cuando se lo comento, me explica que es porque “por causas ajenas a su voluntad, tienen un don sublime y no hay nada en su personalidad que permita afirmar que disfrutan de la fama”. No eligen ser famosos como los actores. La fama les cae encima“. A pesar de todas sus objeciones, este análisis habla claramente de sus propias ansiedades.

En Gente normal, Connell critica de manera mordaz la popularidad literaria. En una conferencia de un escritor de relatos cortos “irregulares, pero sensibles, y perceptivos”, se encuentra rodeado solo por gente que quiere pertenecer al tipo de gente que asiste a eventos literarios. No es una coincidencia que, como editora de la revista literaria Stinging Fly, Rooney pase gran parte de su tiempo en esos círculos literarios, y dedique sus novelas a autores de historias sensibles y perceptivas. “Me siento afortunada de formar parte de un grupo que lee los trabajos de los demás”.

¿Cómo explica que la cultura literaria irlandesa no solo haya sobrevivido a la crisis económica, sino que haya eclosionado? “Supongo que en todas partes hay gente rara a la que le gusta escribir prosa y poesía, pero no en todas partes tienen la herencia literaria y el apoyo de pequeñas revistas para poder publicar”, responde. “Luego está la naturaleza particular de la crisis, que surgió tras nuestro primer período de prosperidad, algo que resultó ser un espejismo”.

“El capitalismo es a las jóvenes de Rooney lo que el catolicismo era a los jóvenes de Joyce, una fe nacional podrida a la que enfrentarse”, escribió un crítico. Es algo que a Rooney le parece correcto. A pesar de su fascinación por la condición humana, el dolor y los placeres de las turbulencias románticas, una cosa es segura: “Como escritora en Dublín es difícil no pensar en la propiedad privada”.

Traducido por Editorial Debate

Etiquetas
stats