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The Guardian en español

La única respuesta de Trump a Clinton: amenazas e insultos

Los candidatos a la Presidencia de EE.UU. Hillary Clinton (d), del partido Demócrata, y Donald Trump (i), del partido Republicano, participan en el segundo debate presidencial, realizado en la Universidad de Washington en San Luis, Misuri (EE.UU.), este 9 de octubre de 2016.

David Smith

De todas las mentiras que ha contado Donald Trump, esta ha sido probablemente la más hilarante de todas: “No, yo soy un caballero, Hillary, adelante”.

No hay necesidad de comprobarlo porque el mundo pudo ver la realidad. Mientras Clinton respondía a una pregunta sobre sanidad, el hombre que ha presumido de abusar de mujeres, se alzaba amenazante ante ella, de forma inquietante y nauseabunda.

El debate del domingo fue lo nunca visto en los 240 años de historia del país, y no desde un aspecto positivo. Fue el primero en que los padres dispuestos a dar una lección cívica a sus hijos probablemente se sintieron obligados a meterlos en la cama antes del horario infantil. Uno solo puede esperar que alguien tuviese el ánimo de vendar los ojos y poner unos tapones a la estatua de Abraham Lincoln, sentado en el National Mall de Washington DC.

Fue el espectáculo grotesco del candidato republicano a la presidencia, revoloteando en la cloaca, agitando y lanzando barro, intentando desbaratar la política nacional. En un punto recurrió al discurso vil de los dictadores, afirmando que si estuviese en su mano, Clinton estaría en la cárcel. Esto cuadra con el “¡enciérrenla!” coreado en sus mítines.

Y aun así, mientras el debate transcurría y él lanzaba golpes a lo loco, estos eran alimento para los periodistas y otros se estrellaban en una Clinton relativamente pasiva. Un hombre que debería haber sido apartado en varias ocasiones cayó aún más bajo pero no lo suficiente para su partido.

El debate en la Universidad Washington en St. Louis fue del tipo town hall (con público que podía hacer preguntas a los candidatos), con la audiencia sentada cerca, lo que suponía una reminiscencia incómoda del show de Jerry Springer y sus escandalosos imitadores: los gritos, las peleas a puñetazos y las esposas enfrentándose a las infidelidades en directo.

La familia Trump se sentó junto a tres mujeres que habían acusado a Bill Clinton de abusos sexuales y que aparecieron junto a Trump en una terrorífica rueda de prensa anterior al debate. Se produjo un encuentro terriblemente incómodo entre Bill Clinton y miembros de la familia Trump antes de que empezase el debate, después un visible no apretón de manos frío entre Clinton y Trump y un lenguaje corporal que en comparación convierte la relación entre Barack Obama y Vladimir Putin en un romance entre colegas.

Allí estaba Trump, merodeando como un depredador en un escenario con alfombra azul, amenazante, siniestro, moviendo su dedo hacia Clinton y explotando con intimidación rabiosa y misógina.

Para hacerse una idea, en el año 2000 se castigó a Al Gore por avanzar lentamente y situarse demasiado cerca de George Bush durante uno de sus debates.

No había lugar donde esconderse del vídeo de 2005 en el que se caza a Trump jactándose de sentirse autorizado a meter mano a las mujeres por su fama. El moderador Anderson Cooper pronunció unas palabras que ningún moderador de un debate presidencial ha soñado en pronunciar desde que comenzaron los duelos en 1960: “Usted describió cómo besar a mujeres sin su consentimiento y agarrarlas de sus genitales. Eso es un asalto sexual. Presumió de haber abusado sexualmente de mujeres. ¿Lo entiende?”.

Trump, de nuevo, intentó escabullirse, describiendo sus palabras como “una conversación de vestuario”, virando de forma salvaje posteriormente para hablar del Estado Islámico “cortando cabezas” y “hundiendo a la gente en cajas de acero”. La cara de Clinton era un cuadro, una máscara de furia silenciosa, canalizando el estado de ánimo de millones de votantes.

Cuando Cooper presionó más, Trump hizo otra declaración alucinante: “Respeto mucho a las mujeres. Nadie respeta tanto a las mujeres como yo”.

¿Nadie?

Clintón empezó: “Bueno, como todo el mundo, he pasado mucho tiempo pensando en las últimas 48 horas en los que hemos visto y escuchado...”

Trump tragó saliva visiblemente.

“...lo que todos vimos y escuchamos el viernes era Donald hablando sobre las mujeres, lo que piensa sobre las mujeres, lo que hace a las mujeres”.

Trump fruncía los labios y pasaba el peso de un pie a otro.

Clinton leyó una lista de acusaciones: “Lo hemos visto insultar a las mujeres. Lo hemos visto calificar a las mujeres por su apariencia, ordenándolas del uno al diez”, así como sus ataques a “inmigrantes, afroamericanos, latinos, personas discapacitadas, prisioneros de guerra y musulmanes”.

Trump había venido armado con misiles nucleares e, inevitablemente, los usó.

“El caso de Bill Clinton es mucho peor. Lo mío son palabras, lo suyo fueron actos. Lo suyo es lo que él ha hecho con las mujeres. Nunca ha habido alguien en la historia política de este país que haya sido tan insultante con las mujeres. Se puede decir de la forma que se quiera, pero Bill Clinton abusó de mujeres. Hillary Clinton atacó a esas mismas mujeres y las atacó con saña”.

“Te diré que cuando Hillary saca a colación un tema como este y habla de las palabras que dije hace 11 años, creo que es escandaloso y creo que podría sentirse avergonzada de sí misma, si quieres saber la verdad”, añadió.

Clinton señaló que los datos de Trump eran erróneos y subrayó: “Cuando escucho algo como eso, me acuerdo de lo que mi amiga, Michelle Obama, nos aconsejó: Cuando ellos bajen al fango, volemos alto”.

Trump sacó a colación la eliminación de los 33.000 correos electrónicos de Clinton en su etapa como secretaria de Estado: “Deberías estar avergonzada de ti misma”.

El candidato republicano dijo que nombraría a un fiscal especial para investigarla. El tono empeoró todavía más cuando Clinton, en su respuesta, comentó: “Es extremadamente positivo que alguien con el temperamento de Donald Trump no esté a cargo de las leyes en nuestro país”.

El grandilocuente magnate interrumpió: “Porque estarías en la cárcel”.

Algunos en el público empezaron a aplaudir. Era el momento de los matones que recordaba a la pregunta de Joseph Elch al senador cazador de comunistas Joseph McCarthy: “¿No tiene sentido de la decencia, señor? ¿No le queda sentido de la decencia?”

El tono agresivo de Trump, boxeando con el dedo y acechando sigilosamente el espacio personal de Clinton, fue una clase maestra de cómo perder el rumbo.

Pero en ocasiones, cuando el debate se trasladó al campo de la política, Trump se las apañó para ir a la ofensiva de un modo que había evitado en el primer choque, empleando algunas de las críticas a Hillary que motivan a sus seguidores. Ella dejó escapar algunas oportunidades para devolver los golpes.

Trump también presumió de su conocimiento superficial. En un punto se distanció de su compañero de candidatura Mike Pence, quien ha contemplado la posibilidad de usar la fuerza militar en la guerra civil siria.

“Él y yo no hemos hablado (de eso), y no estoy de acuerdo con él”, dijo Trump. “Siria ya no es Siria. Creo que necesitamos ir a por el ISIS. Nos tenemos que ocupar del ISIS antes de que tengamos que involucrarnos más”, añadió.

Cuando se le preguntó qué ocurriría si cae Alepo, Trump respondió de forma inaudita que “básicamente ya ha caído”, y después hizo una transición chocante: “Echa un vistazo a Mosul (ciudad iraquí ocupada por ISIS) y entenderás el mayor problema que tengo con la estupidez de la política exterior. Piensan que muchos de los líderes de ISIS están en Mosul y tenemos noticias de Irak y de Washington diciendo que atacarán Mosul en tres o cuatro semanas, pero todos estos líderes están abandonando Mosul”.

Justo al final de este choque de trenes hubo, milagrosamente, un destello de redención proveniente de una astuta pregunta que pedía a cada candidato lo que admiraban del otro. Clinton elogió a los hijos de Trump; él los miró y les hizo un gesto de aprobación y esbozó una sonrisa. Trump elogió a Hillary Clinton como una luchadora que no se rinde. Y a diferencia del bochornoso y agitado comienzo, esta vez hubo apretón de manos.

No obstante, es probable que la historia juzgue que la primera mujer presidenta llegó a la Casa Blanca derrotando al último de los grandes cerdos machistas.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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