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Zhovkva, entre el sueño de la UE y la pesadilla de la guerra

El alcalde de Zhovkva, Oleg Volskyi, en su despacho.

Mariangela Paone

Enviada especial a Zhovkva (Ucrania) —

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En el gran escritorio cubierto de papeles, no muy lejos de un cuadro de la Virgen, junto al portátil y a los teléfonos, también descansa un viejo kalashnikov. Detrás de la mesa, sentado en un sillón de piel negra, está un joven, vestido con una sudadera verde militar, ceñida por una funda que le rodea la espalda y de la que asoma una pistola. Se llama Oleg Volskyi, acaba de cumplir 27 años y se presenta como el alcalde más joven de Ucrania. Fue elegido en 2020 para encabezar el Ayuntamiento de Zhovkva, una localidad de 13.000 habitantes a unos 40 kilómetros de la frontera con Polonia.

La ciudad está en el extremo oeste del país donde, desde que empezó la ofensiva rusa, los ataques han sido pocos, pero han ido en aumento en los últimos días. El frente queda aún lejos, pero tras el bombardeo del viernes en la zona del aeropuerto de Leópolis y el del 13 de marzo en Yavoriv, donde los rusos golpearon una base militar, nadie se siente ya seguro. Zhovkva dista de allí unos 30 kilómetros en línea recta y unos veinte de la capital de la región. La militarización del país ha llegado hasta los rincones más aislados, con varios puestos de control cada vez más aparatosos a la entrada de los pueblos y de las urbanizaciones. El paisaje cambia rápidamente a medida que pasan los días.

“Ahora tenemos que extremar la seguridad. Han matado al alcalde de Gostomel, cerca de Kiev y han secuestrado al de Melitopol”, dice Volskyi para explicar la decisión de llevar armas. Dos grandes banderas ocupan un rincón del despacho. Una es la ucraniana, la otra es la de la Unión Europea, las mismas que lucen más pequeñas en la mesa. “La Unión Europea es muy importante para nosotros”, repite el alcalde de esta ciudad que alardea de ser la primera en Ucrania en haberse desconectado del gas ruso. Un proyecto financiado con fondos europeos por un total de un millón de euros permitió reconvertir la pequeña central termoeléctrica para alimentarla con biomasa en sustitución del gas.

Tras un breve recorrido en coche desde el Ayuntamiento, Volskyi enseña con cierto orgullo la instalación, mostrando la placa que certifica la aportación de la UE. A un lado del recinto, fuera del edificio que custodia las calderas, astillas de varios tipos de madera forman a un lado del recinto unos montículos de los que desprende un olor resinoso. “Hay también pino”, cuenta el único operario de la central. “Todo está automatizado, y basta solo que le dé al botón y supervise que todo funciona como debe. El sistema no necesita de nada más”, asegura el alcalde mientras abre una puerta para mostrar una de las calderas más nuevas, de fabricación alemana, símbolo del futuro al que aspiran aquí los vecinos.

La ciudad se prepara

Sin embargo, desde hace ya casi un mes, el tiempo ha dado marcha atrás y en las calles de la única ciudadela fortificada renacentista de Ucrania, recordada en las guías turísticas por haber sido la residencia del rey Juan III Sobieski de Polonia, nuevas fortificaciones reavivan las heridas de un pasado que nunca ha acabado de cicatrizar. La entrada principal del Ayuntamiento –un anónimo edificio que palidece ante la antigua sede, un palacete con torreón en la plaza central– está casi completamente cubierta por sacos de arena, así que para acceder al edificio hay que usar una puerta secundaria. 

El estilo soviético de la estructura y del mobiliario contrasta con las proclamas nacionalistas ucranianas. “Gloria a Dios, y que nuestros ojos puedan ver la mañana del día después”, se lee en un cartel con la imagen de los soldados junto a la bandera nacional. En la fachada está la imagen de Stepan Bandera, el mitificado líder nacionalista ucraniano que colaboró con los nazis en la Segunda Guerra Mundial antes de entender que los planes del Tercer Reich no preveían una Ucrania independiente. Antes de la guerra, en Zhovkva vivían 9.000 personas, la mitad judíos y, de estos, solo unos 70 sobrevivieron al Holocausto.

Aquí, donde Bandera es considerado un héroe, aún resuenan las palabras del presidente ruso Vladímir Putin, que usó una referencia a los “banderistas” cuando habló de “desnazificar” a Ucrania horas después de la invasión del país. “Los rusos no saben ni pronunciar bien su nombre. Dicen que Bandera es nazi y que nosotros también”, comenta Zinoviy Parasyuk, comandante de la sección local de las Unidades de Defensa Territorial, las brigadas formadas por voluntarios civiles.

Sentado en una silla de madera tapizada de terciopelo rojo, en la sala de espera por la que se accede al despacho del alcalde, Parasyuk está montando las piezas del kalashnikov que acaba de limpiar. “Es más viejo que yo. Yo tengo 58 años y el rifle 62”, bromea con una sonrisa enmarcada por un gran bigote canoso. Cuenta que hizo la mili en la URSS y en 2013 participó en la revolución del Maidán. Era reservista y participó en la guerra en Donbás, en el Batalión Dnipro, la más poderosa milicia privada, fundada por el oligarca Igor Kolomoisky, ahora englobada en las fuerzas militares ucranianas. 

Cuando empezó la ofensiva rusa Parasiuk dejó su trabajo de camionero y volvió a vestir el uniforme de camuflaje. Quería irse al frente pero le han retenido aquí, para entrenar a los voluntarios que se han ido alistando. 

–¿Qué opina su mujer de que usted quiera volver a primera línea?

–Para entender lo que piensa mi mujer hay que pensar que mis abuelos y los suyos fueron enviados a Siberia. Mi mujer está cansada de los rusos.

También la hija y el hijo de Parasyuk se han alistado. “Están en la zona de Kiev, en Bucha, en Irpin...”, asegura el comandante nombrando las ciudades que han sido escenario de los ataques más duros de la ofensiva rusa.

Tras la entrevista, elDiario.es descubrió que el hijo de Parasyuk no es un combatiente cualquiera: es Volodymyr Parasyuk, jefe de una de las unidades de autodefensa del Maidán, que el 21 de febrero de 2014 lanzó un ultimátum al entonces presidente Víktor Yanukóvich invitándole a dimitir si no quería que entraran a ocupar la residencia presidencial. Tres meses después, el joven Parasiuk también se alistó para luchar en el Donbás, donde luchó en el mismo batallón de su padre. En los comicios que se celebraron el mismo año fue elegido diputado como independiente para luego entrar en el grupo de la Asociación ucraniana de patriotas (UKROP, en sus siglas en ucraniano), en el que también estaban el actual alcalde de Dnipro, Borys Filatov, y el ultraderechista Andriy Biletsky.

“Los rusos no son tan fuertes como Europa creía”

“Putin creía quizá que le recibirían con los brazos abiertos en el este”, dice otro hombre uniformado que hasta el momento ha escuchado en silencio con cara desconfiada la conversación con Parasyuk. Su nombre es Volodímir Siyanthuk. “Después de tantos años la gente que era prorrusa en el este del país ha empezado a ver qué pasa cuándo llegan los rusos. Desde Donbás podían entrar y salir y han ido viendo la diferencia. Al principio pensaban que vivirían mejor, pero no ha sido así”. Siyanthuk es médico cirujano militar desde 1979. Prestó servicio en la URSS y la proclamación de independencia de Ucrania le pilló en la isla de Sajalín, en el extremo oriente del territorio ruso, al lado de Japón.

“Pedí inmediatamente pasar al ejército ucraniano, pero tuve que esperar dos años más para poder hacer la transición”, recuerda aunque subraya que los rusos nunca se fueron del todo. “Pero no son tan fuertes como quizá Europa creía. Y la guerra en Donbás nos ha preparado. Yo he sido militar en la URSS, y sé que no están bien organizados y que tienen materiales antiguos. Están enviando a sus batallones de élite pero muchos ya están muertos”.

Los muertos también se han empezado a contar aquí, en Zhovkva. En su perfil de Facebook, el alcalde ha colgado las imágenes de dos funerales. El 10 de marzo enterraron al soldado Roman Rus, dos días después del funeral de Víctor Dudar, conocido periodista originario de esta ciudad y que murió en un ataque el 6 de marzo cerca de Mykolaiv. Hay que remontarse a principios de febrero para encontrar imágenes en las que el regidor no salga con uniforme militar, sino con el traje y corbata que luche en su foto de perfil. “Si no hubiera empezado la guerra, estaría acabando mi doctorado en Ciencias Políticas”, cuenta. Antes de ser elegido alcalde en una lista cívica, trabajaba en el Ministerio de Finanzas en Kiev. “Vivía al lado de la estación del metro Lukianivska y he visto que han bombardeado muy cerca de mi casa”.

De Kiev, de Járkov o de Chernígov vienen algunos de los desplazados que se hospedan estos días en las instalaciones de la colonia de verano para los niños de la zona. Hay sobre todo madres jóvenes con niños, desde los dos hasta los 13 años. Pero en el centro, este jueves, junto a su nuera, a su nieta y su bisnieto, también estaba una mujer de 84 años, la abuela de todos. Llega desde Járkov. Era una niña durante la Segunda Guerra Mundial. “Tenía cuatro años cuando vi morir a mi madre y a mi hermano bajo una bomba. Nunca había pensado que tendría que volver a vivirlo”. Entre los huéspedes más pequeños está Polina, que tiene cinco años y el pelo recogido por un lazo verde y amarillo. Dice que le gusta dibujar flores y animales. “Y la bandera ucraniana”, repite recogiendo lo que la madre le acaba de sugerir al oído. Vienen de Chernígov y la mujer dice que se quieren esperar aquí a todo acabe, que no quieren dejar el país. “Estamos listos para volver a nuestras ciudades, a nuestras casas, aunque nuestras casa ya no estén”. 

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