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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

80 años de la II República

Rioja2

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Eran días de ilusión casi colectiva. El 14 de abril de 1931 se proclama la segunda república española precedida de un ambiente convulso y cuyo alumbramiento tuvo lugar en un orden de cosas que sólo podía resolverse con la abdicación del monarca Alfonso XIII. Suyas son las palabras: “las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo”. Y con esta crónica de una muerte anunciada (la del régimen monárquico), el rey Borbón se marchó al exilio guardando en la maleta lo único que iba a conservar: sus derechos dinásticos.

Pero, en aquellos días España no acudía a votar en referéndum la continuidad de la monarquía. Los españoles votaron el domingo 12 abril en unos comicios locales cuyo resultado fue contundente con una clara victoria socialista y radical: las grandes ciudades dieron la espalda a las formaciones monárquicas. Los partidos opositores a la Corona vencieron en 41 capitales de provincia (entre ellas, Madrid y Barcelona) y el Rey entendió el mensaje de que debía marcharse. Sin duda su apoyo a la dictadura primorriverista le pasó factura y su connivencia con el régimen le acabó desterrando al exilio para evitar un mal mayor que, paradójicamente, terminaría por desencadenarse tan sólo cinco años más tarde: la Guerra Civil.

Por de pronto, aquel lunes 14 de abril a las 15:00 la bandera republicana fue izada en lo más alto del Palacio de las Comunicaciones de Madrid entre el entusiasmo de miles de partidarios del régimen republicano, que se partiría en dos en los años sucesivos correspondientes a los gobiernos de izquierdas y derechas que lo encabezaron: a saber, el Bienio Progresista y el Bienio Negro (cedista).

En todo caso, la II República rescató de las penumbras a una España en decadencia que

luchaba, y no lo conseguía, por levantar cabeza desde tiempos de la Restauración en 1875. Las tasas de pobreza y analfabetismo eran extraordinariamente elevadas hasta la proclamación del segundo intento republicano cuando España avanzó en el ámbito social más de lo que jamás había hecho equiparándose y superando a otros países de su entorno. Avances sociales, que se escriben muchos de ellos con nombres de mujer y que a día de hoy nos parecen una modernidad, pero que en la II República fueron una realidad, como el hecho de que España fue la primera nación del mundo en nombrar a mujeres ministras, entre ellas Federica Montseny, cuyo mandato fue muy breve al frente del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Dolores Ibárruri fue también diputada en la II República junto a Clara Campoamor. Las tres son todo un símbolo de los avances en los derechos de la mujer, que salió del oscurantismo en que la Iglesia y la Monarquía le habían sumido décadas atrás. Le devolvió a la mujer su dignidad y reconoció sus libertades y sus derechos equiparados a los de los hombres. Porque ninguna de las tres referentes nombradas podrían haber ocupado un escaño en el Congreso sin que se aprobara el sufragio universal,

es decir, sin que se reconociera el derecho a votar a todos los ciudadanos, incluidas las mujeres y sin que, por supuesto, éstas tuvieran reconocido su derecho a presentarse a unas elecciones.

La Constitución de la II República sentó las bases jurídicas para romper con el papel secular de la mujer y reconoció, entre otros, el derecho al divorcio de mutuo acuerdo o el reconocimiento del matrimonio civil y la misma patria potestad sobre los hijos tanto para hombres como para mujeres: mismos derechos, mismas obligaciones. Todo esto nos suena, nos resulta familiar y lo sentimos cercano, pero más próximo a nuestros días también es la abolición de las asignaturas domésticas y religiosas. La cuestión de la confesión religiosa se saca de las aulas, las cuales se convierten en mixtas y desaparece la segregación educativa por sexos.

En materia educativa queda en el recuerdo la intensa campaña por la alfabetización en todo el país, bajo el lema “escuela para todos”, con el que se aprobó un programa a cargo de la Institución Libre de Enseñanza, que supuso la creación de 7.000 plazas de profesorado distribuidas por todo el territorio nacional.

Pero además en material laboral, la Constitución de 1931 aprobaba la equiparación salarial para ambos: mujeres y hombres debían cobrar un sueldo en base a méritos propios y no a cuestión de sexo. En el mismo apartado, sus artículos reconocen que queda prohibido el despido de la mujer por razón de matrimonio o maternidad, motivos por los que no pierden su derecho a trabajar. En este punto, a resaltar, el Estado se compromete a proteger a las mujeres que en activo quedaran embarazadas manteniendo sus puestos de trabajo. Para ello se establece durante los primeros gobiernos del Bienio Reformista un Seguro Obligatorio de Maternidad.

Y es que el republicanismo en España en la primera mitad del SXX se entiende no tanto como un posicionamiento ideológico, que también, sino como una mera necesidad de lucha y reconocimiento de y por las libertades, las ansías de democratizar un estado desfasado al que se retrocedió con el alzamiento y la caída del gobierno de Juan Negrín. A partir de 1936, España volvió a las andadas y se anularon todos los avances y derechos conseguidos volviendo a las leyes y conceptos tradicionales y devolviendo a la mujer al pozo de la historia del que había salido con la II República. Y tras cuatro décadas de dictadura, ésta desembocó en un régimen monárquico que supuso el retorno de los Borbones y que hasta hoy se mantiene abanderando una forma de gobierno basada en la monarquía constitucional.

Lejos queda, por tanto, el anhelo de una III República, al menos de momento, según los datos que arroja uno de los últimos barómetros del CIS, que revela que tan solo un 3,4% de los españoles apoyaría un régimen republicano. A pesar de que cada vez son más los jóvenes que consideran que una monarquía es anacrónica para un país moderno, la Casa del Rey es una de las instituciones más valoradas, lo cual no debe hacer caer en el olvido de nadie la renovación política y el salto a Europa que se quiso dar con la II República, de la que cuando hablamos pareciera que estamos tratando derechos y libertades que se discuten ahora, pero no, sucedió hace 80 años.

Defiende el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, que debemos despojarnos de los fantasmas y de otros complejos de no asumir el rastro de la historia, argumento por el cual el 14 de abril de 1931 es objeto de recuerdo en distintas instituciones como el Congreso de los Diputados o el Ateneo de Madrid, precisamente aquí lucirá la bandera tricolor y en sus instalaciones se volverá a escuchar el Canto Rural a la República española, que se estrenó en su salón de actos hace 80 años con Manuel Azaña como presidente de la institución.

Y, precisamente como dijo el propio Azaña: “España es un país de sorpresas y de reacciones inesperadas”, e igual tarde o temprano recupera el anhelo y el espíritu del 14 de abril de 1931.

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