Prohibido prohibir
@page { size: 21cm 29.7cm; margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } 'Prohibido prohibir' es una sugerencia un tanto amplia para debatir, por eso cada uno parecía hablar de lo que le interesaba. Aunque él no era el moredador, Mariano Moracia, gerente del Moderno, presidía la mesa redonda en la que se sentaron políticos, sindicalistas, gente de a pie, filósofos, ácratas... Entre el público podíamos encontrar también a gente de todo tipo, incluso a conocidas personalidades de la cultura, eso sí, con una edad ya consideable.
El caso es que este bar tiene un pacto con la regla del espacio-tiempo y es que todo parece pertenecer a los años 50. Es como si al traspasar esa doble puerta, pudieras respirar el ambiente de aquella época y no sólo por la decoración el bar, que conserva el aire de siempre, si no por todo su conjunto y lo que significa.
La mesa redonda, compuesta al menos por unas 12 personas, no estaba subida en un pedestal ni se encontraba a una altura superior a las del resto del bar, lo que motivaba a la gente a participar. Público y ponentes se mezclaban, estaban a la misma altura y cada opinión parecía tener el mismo valor.
Alguno de la mesa habló de San Blas, otros de educación y uno de qué es la libertad, un concepto irrefutable para él, pero que, obviamente, no se corresponde con la palabra en sí, puesto que para cada uno puede tener una medida. Para él era infinita, no acababa dónde empieza la del otro, si no que en un punto podían converger ambas libertades.
Los políticos, como siempre, aunque no se les puede criticar en cuanto a la entonación, parecían hablar para sí mismos y era casi imposible seguirles el hilo, ya que el contenido o la esencia de sus discursos siempre iba a parar a los mismos puntos: el espacio sideral o los agujeros negros. Es decir, unos argumentos alejados de lo que es la realidad del ciudadano pero adornados con frases y expresiones manidas.
Pero lo grande de estas tertulias que se hacen en el Café Moderno es que cualquiera puede dar su opinión. Un hombre del público que estaba de pie agarró el micrófono. Ya empezó avisando de que se ponía nervioso y a la segunda frase ya estaba rojo como un tomate y gritando que todos los políticos eran unos mangantes. Una aclamación popular le siguió tras su intervención y se quedó un rato después mirando fijamente a la mesa enervado y con los brazos cruzados.
Durante las intervenciones la gente terminaba las frases de los que hablaban y se podía escuchar: “Sí, señor. Es verdad”. Mientras, otro hombre grababa todo lo que allí estaba aconteciendo y es que no cabe ninguna duda de que ese será un archivo histórico y que con los años irá cobrando valor porque en el Café Moderno se cuece algo, siempre se está cociendo.
0