Madrid y la crisis de la subjetividad

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Madrid siempre me pareció un pueblo grande, o una suma de pueblos, venido a más en sucesivas olas de inmigración, pero pueblo al final y cabo. Con sus barrios de calles estrechas e irregulares en el centro, su acento castizo y sus bares de toda la vida con barra metálica, café torrefacto quemado, churros aceitosos a la hora del desayuno y fritanga variada para acompañar las cañas durante el resto del día. En Madrid, o al menos en buena parte de la ciudad, se respiraba un casticismo sencillo que poco tenía que ver con el glamur de otras capitales europeas. “No es pretenciosa”, me dijo una vez un funcionario europeo al hablar sobre el espíritu de Madrid; una cualidad que, según él, nuestra capital compartía con Bruselas.

Pero en las grandes ciudades todo cambia a un ritmo vertiginoso, impulsado en parte por la voracidad del mercado inmobiliario, y el bar de toda la vida es sustituido por una versión remasterizada pijocastiza, en el mejor de los casos, o por un specialty coffee frío e impersonal con asientos incómodos que invitan a salir corriendo nada más tomar el café de tres euros. El espacio público y privado se diseña para incrementar la rotación, el tránsito de visitantes-clientes, y el centro de la ciudad acaba así convertido en un no-lugar desbordado en el que es posible sentirse en cualquier gran ciudad del mundo y en ninguna parte al mismo tiempo.

“Un lugar en el que pasan cosas todo el rato”, leo en un especial de El País Semanal dedicado al momento de éxito que vive Madrid en el mercado de las urbes globales; un éxito atribuido, al menos en parte, a la erección de la ciudad en santuario de la libertad durante la pandemia. Pero es otra cita de ese reportaje, del sociólogo Luis Arroyo, la que permite aventurar una explicación más profunda: “pensarse creo que sigue siendo una asignatura pendiente en esta ciudad”.

Sobre la dificultad de pensarse, no de las ciudades sino de las personas —que al fin y al cabo las conforman—, escribe la psicoanalista murciana Lola López Mondéjar en Sin relato, un ensayo sobre la atrofia de la capacidad narrativa y la consecuente crisis de la subjetividad en este mundo precario, acelerado y digital en el que cada vez hay menos espacio y menos tiempo para interiorizar lo que nos acontece, reflexionar sobre nuestras vidas y desarrollar una identidad propia que no sea sólo mimética o imaginaria (generada a través de Instagram).

Leyendo a López Mondéjar me pregunto si ese momento de éxito de Madrid y su propia despersonalización no será una manifestación más de la crisis de la subjetividad que nos acontece, que nos empuja a buscar lugares en los que pasen cosas todo el tiempo, como si las ciudades fueran también algoritmos suministradores de experiencias ilimitadas. Así que quizás ese no-lugar en el que se ha convertido el centro de la ciudad sea precisamente el escenario voluble ideal en el que proyectar identidades imaginarias.

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