Reverendo Carvin Jones
A las 21:15 horas aproximadamente un centenar de personas se repartían por la Sala Biribay mientras hablaban, cogían sitio y tomaban cañas. Comenzó a sonar la batería de Gianpao Feola y el bajo de Mike Califfo. Aquello sonaba muy bien.
La gente no tardó mucho en posicionarse para ver aquello de la mejor forma posible. Mike Califfo se fumaba un pitillo mientras tocaba el bajo y en Italia no se fuma en los bares. Carvin Jones estaba en el pasillo preparándose para su presentación. Estaba con su manager, que parecía animarle mientras él saltaba y soltaba los músculos.
Biribay le presentó al público como uno de los mejores guitarristas y cuando dijo su nombre, Carvin salió de entre el público y subió al escenario. No había mucha gente, pero las personas que estaban ya sabían que iban a ver un espectáculo muy especial. El público ya venía predispuesto a disfrutar y la acogida fue bastante cálida.
Antes de abrir la boca cogío la guitarra para demostrarnos que tan solo tenía que tocar con la yema de sus dedos el instrumento para que se pusiera a rugir y a lanzar alaridos salvajes. Dijo unas palabras y se puso al lío. La gente entró desde el primer acorde pero el ambiente fue cogiendo cuerpo poco a poco.
Primero demostró su dominio con la guitarra, porque no es una imposición sino que la tiene integrada. Alguien se preguntará qué hacer si tuviera un tercer brazo o una segunda cabeza. Porque lo puedes ver como un apéndice, una herramienta, un don o también como un obstáculo, un estorbo, un defecto. Carvin Jones lo convirtió en guitarra y su talento para emocionar con la música es incuestionable.
Luego ya empezó el espectáculo. Tocó la guitarra de todas las posturas imaginables. Detrás de su cabeza, apoyada en el pie, con una mano y hasta con los dientes. Sí, como Jimi Hendrix. De hecho, parece que ha tenido una gran influencia en él y cantó y tocó varias canciones de él durante la pasada hora y media que duró el concierto.
No daba tiempo a que la gente le aplaudiera todo lo que hubiera querido porque comenzaba a tocar otra canción y cerraba los ojos y ponía esa cara del que al tocar un instrumento es como si al final fuera el instrumento el que le acariciara.
Participaba con el público con célebres canciones como ‘Boom boom’ pero además es que se bajaba del escenario con la guitarra. Al principio te imponía bastante su presencia. Tan grande, con ese gorro, ese crucifijo de diamantes, ese peine en el bolsillo de atrás del pantalón. Su guitarra tenía solera. Las esquinas estaban descascarilladas.
Todo el mundo parecía hacerle pasillo las primeras veces, con los ojos abiertos como platos. Lo más interesante era tener la oportunidad de ver de cerca fluir todo ese arte de los dedos de Carvin, pero observar las caras y reacciones del público también tenía lo suyo. La tercera vez que bajó le hicieron una reverencia. En la cuarta la gente se soltó, cerró los ojos y comenzó a tocar una guitarra imaginaria.
Dijo que se iba y todo el mundo le pidió otra. Es que aquí en Logroño nos da vergüenza hablar en inglés pero levantaron los brazos a modo de reverencia y no se cansaban de decir: “¡Oootra!” Y no es que tocara otra, es que tocó una detrás de otra. Show must go on.
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