Springsteen en la retina

Rioja2

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Mentiría si dijera que le he sido fiel desde que un amigo me lo descubrió en 1981, pero no es culpa mía que atravesara su particular travesía del desierto, alejándose de la E Street Band y del estilo que marcó a una generación de cuarentones.

Afortunadamente, volvió a su estilo de Nueva Jersey para seguir derrochando una energía que, al parecer, se ha contagiado a las generaciones más jóvenes.

La mayoría de los 2.000 privilegiados que ocuparon las primeras filas del estadio Anoeta de San Sebastián eran veinteañeros que, como decían algunos, lo han conocido por sus padres.

Estaban tan apretujados que ni siquiera les alcanzaba para ponerse el jersey cuando comenzó a levantarse el fresqui de la noche y, aún así, los camilleros tuvieron que sacar a más de 10 desmayadas, no sé si de sofoco o por falta de oxígeno.

Porque, no nos vamos a engañar, está a punto de cumplir unos 59 años que muchos quisieran para sí. “Tiene dos años más que mi padre”, me decía un paisano, mientras Bruce enlazaba una canción tras otra, sin hacer ningún descanso, desgañitando esa garganta y ese cuerpo que no paran.

Yo me preguntaba si los conciertos le sirven de gimnasio o si se mata con las pesas para aguantar estas palizas. De cualquier forma, la verdura y el pollo cocido con los que dice que se alimenta le cunden una barbaridad, aunque en Donosti ha comido cocochas y rodaballo, como no podía ser de otra manera.

Bruce Springsteen se acercó al público hasta el límite del peligro; se dejaba tocar (algunos hasta compartieron con él un rasgueo de guitarra en los bises) y sacó al escenario a una joven que, estoy convencida, no se duchará en los próximos 10 años. Con el brazo de él sobre sus hombros, compartieron el estribillo de ‘Mary´s Place’, para envidia de todas las presentes.

Llevaba en Donosti desde el sábado, instalado con su familia en el María Cristina, “pero en plan normal”, me decían “no como las estrellas que piden que les pinten la habitación de negro” o cosas más raras que han tenido que ver los empleados del mítico hotel donostiarra.

Se acercó a Hydra a darse un baño. “Imagínate que vas y te lo encuentras”, me decían amigas abonadas al club. Yo creo que si me lo hubiese topado, no me habría dado cuenta de puro inverosímil. Como aquel que se encontró con Brad Pitt perdido por La Rioja Alavesa, aunque éste sí anduvo listo y le dio hasta para hacerse una foto.

El domingo, Bruce asistió como espectador al concierto de Tom Waitts. Hacía mucho que el Boss no actuaba en San Sebastián y todo el mundo comentaba su “normalidad”.

Sobre el concierto, es imposible transmitir la energía y la entrega que muestra en el escenario. Realmente parece que se lo pasa bien, como el resto de la banda, incluida su esposa, Patti Scialfa, que no iba a actuar en Donosti pero al final estuvo.

Yo no podía dejar de elucubrar sobre por qué este “chico” nos gusta. “Los críticos dicen que su normalidad es una impostura comercial”, me decía una amiga que corrió a verlo en Gijón en los 90. No se puede sostener una impostura durante más de 30 años! pensaba yo.

Al final, deduje que su encanto reside en que es tan auténtico como un pavo de Acción de Gracias bien asado. Representa la Norteamérica que nos gusta, la de los hombres duros pero justos, la que es capaz de ofrecer talentos sublimes, la que alberga gente capaz de ver más allá de sus fronteras.

Escribiendo mientras me tomo un suflé de la calle E, siento que he asistido a una cita con alguien muy especial. Larga vida al “jefe”.

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