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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

De la realidad a la ficción o de la ficción a la realidad. La inquietante mirada de Isaac Rosa merodea por los recovecos de la actualidad para contarla, semana a semana, de otra manera

Solo ruido

RIKI BLANCO

Isaac Rosa

“Habría mucho que discutir de los supuestos abusos sexuales en la Iglesia. Otro mito del pensamiento progre que nos tragamos. Para empezar, hay que rebajar la edad de consentimiento sexual, porque muchos 'menores' no son precisamente niños”

El candidato publicó ese tuit a las ocho de la mañana, pero hasta las ocho y media no lo vio nadie. Con menos de cien seguidores y una corta vida en la red, podría incluso haber pasado desapercibido, que nadie lo viese. El primero en leerlo fue un compañero de partido, que respondió con un emoticono y pocas palabras: “Te has levantado con ganas de guerra, Jaime!”. Otros dos usuarios le enviaron mensajes privados, sugiriéndole que eliminase el tuit antes de que alguien lo compartiese, “porque te va a caer la del pulpo”. No hubo respuesta del candidato, no lo eliminó.

El primero en difundirlo fue un candidato de otro partido pero de la misma localidad, que a las nueve menos diez revisaba la actividad en redes de sus rivales, en la esperanza de que alguno hubiese cometido algún desliz que sirviese como munición de campaña. “Jo-der”, soltó en voz alta al verlo. Volvió a leerlo, se aseguró de que la cuenta no era fake. “Jo-der”, repitió, ahora sonriente. Lo retuiteó a sus trescientos y pico seguidores, y lo envió directamente a varios periodistas de medios nacionales, sin añadir comentario alguno.

A las nueve ya había recibido trescientos retuits. Superaba los quinientos a las nueve y cinco. Diez minutos después, a las nueve y cuarto, lo habían compartido más de siete mil usuarios, y acumulaba casi doscientos comentarios, la mitad insultantes, la otra mitad satíricos.

Trending topic a las nueve y media, a esa misma hora se mencionó por primera vez en un matinal radiofónico, en medio de una tertulia donde se discutía acaloradamente sobre Cataluña. “Atención a este sorprendente tuit”, dijo el locutor, “un candidato que cuestiona la pederastia en la Iglesia y propone bajar la edad de consentimiento para tener relaciones sexuales con menores”. Tras un silencio dramático preguntó a los tertulianos: “¿Qué os parece?”.

A las diez su crecimiento era exponencial en redes, y había saltado ya a la mayoría de medios digitales, donde nada más publicarse se convertía en la noticia más leída y comentada. En una tertulia televisiva la presentadora se quejó de que los líderes del partido no atendían las llamadas de su cadena, y aprovechó sendas entrevistas a dos miembros de otros partidos para preguntarles por el asunto. “Un auténtico escándalo”, dijo el primero, todavía prudente: “Si se confirma la autoría de ese tuit, será un auténtico escándalo. Nosotros somos un partido moderado, no nos reconocemos en esas posturas extremistas, y sus líderes tendrán que aclararlo o depurar responsabilidades”. El segundo invitado arrugó mucho el entrecejo, aunque parecía fruto del esfuerzo por disimular una sonrisa que le tensaba la boca: “Otra muestra de la peligrosa deriva de ese partido. Primero fueron las víctimas de la violencia machista, luego las armas de fuego, el holocausto, ahora la violación de menores, ¿qué será lo próximo con que nos sorprendan?”

Mientras el partido seguía en silencio, y el autor del tuit estaba ilocalizable y con el teléfono apagado, la ministra de Justicia aprovechó un acto oficial para dejarse rodear por micrófonos y advertir a los votantes contra “esos ultras que nos quieren devolver a las cavernas”, por lo que recordó “la importancia de acudir a las urnas masivamente”. Aprovechó para preguntar al principal partido de la oposición si seguía “dispuesto a pactar gobierno con los defensores de la pederastia”. Como un resorte feroz, el líder de la oposición publicó un inmediato tuit acusando al gobierno de “levantar una cortina de humo a partir de una simple anécdota para evitar hablar de su complicidad con los golpistas”.

“¿Una simple anécdota?”, exclamaron a la vez miles de tuiteros, que dejaron por un momento de ensañarse con el tuit original para dirigir sus flechas contra el líder de la oposición, que en seguida respondió, esta vez en directo en una tertulia televisiva: “Se han malinterpretado mis palabras, como de costumbre; no permitiré que nadie ponga en duda mi compromiso con las víctimas de abusos. Además de político soy padre”, declaró con un temblor de voz y brillo en los ojos.

“Más allá de la burrada que ha soltado ese candidato, ¿qué os parece la propuesta de revisar la edad de consentimiento sexual?”, preguntó el presentador a los tertulianos de la mesa. Dos de ellos se negaron a responder, no estaban dispuestos a morder todos los anzuelos de los ultras, pero el resto aceptó el trapo: “No se trata de justificar la pederastia, sino de definir bien todo tipo de situaciones”. “Evidentemente no es lo mismo un niño de tres años que un adolescente de trece harto de pornografía”. “La sexualización de los menores es cada vez más temprana, esa es una realidad que la ley debe tener en cuenta”.

Un medio digital, conocido por su búsqueda agónica de clics, lanzó la primera encuesta a mediodía: “¿Crees que debería rebajarse la edad de consentimiento?”, mientras en portada llevaba la opinión de un obispo que tras afirmar su respeto y compasión hacia las víctimas, aseguraba que en el asunto de los abusos ha habido “una atroz campaña de odio por parte de los enemigos de la Iglesia, una auténtica caza de brujas a partir de unos pocos casos”.

A la una, varios miembros del mismo partido, aunque dirigentes de segunda fila, opinaron sobre la polémica. Ninguno atendió a los medios, solo tuitearon: “Nuestro partido está siempre con las víctimas, no hagáis caso a los fabricantes de fake news”, dijo el primero. “Han manipulado unas palabras fuera de contexto. Si quieren que hablemos de abusos, hablamos pero en serio, sin repetir los mantras progres de siempre”, publicó el segundo. Aún hubo un tercero: “Ya no saben de qué acusarnos, ahora también somos pederastas. Por cierto, el problema en la mayoría de casos no se llama pederastia, sino homosexualidad”.

En un periódico digital, un columnista famoso por su vocación provocadora publicó un artículo de opinión antes de las dos y media. “Lolitas y Tadzios”, se titulaba, y hacía un repaso histórico y artístico a “la irresistible atracción que los menores despiertan en todo hombre al que no le hayan amputado su virilidad”, para después confesar su propio “deseo testosterónico hacia las nínfulas de vulva lampiña”, y pedir que “se abra de una vez el debate sobre la edad de consentimiento, sin hipocresía”. Durante unos minutos consiguió que su nombre superase en las redes al del autor del tuit original.

A primera hora de la tarde las portadas de los medios se dividían en dos bandos: de un lado los que llevaban noticias sobre curas pederastas, testimonios de víctimas y palabras del Papa; y del otro los que rescataban algunas denuncias de abusos que terminaron en absolución; historias de adultos estadounidenses que experimentaron recuerdos falsos de violaciones tras someterse a controvertidas sesiones de hipnosis; o el relato de un joven de identidad oculta que aseguraba haber tenido relaciones con religiosos por voluntad propia, sin abuso.

Un magazine televisivo organizó por la tarde un debate sobre la edad de consentimiento sexual. Un ex juez de menores defendió rebajarla al nivel de otros países. Un psicólogo señaló el acceso cada vez más temprano a pornografía, y criticó cómo la publicidad sexualiza a los menores, los convierte en objeto de deseo. Un periodista lamentó que “todos hagamos el juego a las propuestas estrambóticas de un partido que solo quiere que hablemos de ellos”.

A las seis de la tarde, preguntado en una emisora de radio, el número tres de otro partido aseguró que en su formación no tienen miedo a ningún debate: “Ni a legalizar la prostitución, ni a regular la gestación subrogada, ni ahora a revisar la edad de consentimiento sexual. No creemos que sea una prioridad, pero estamos dispuestos a hablar sobre ello, frente a partidos que siempre esconden la cabeza.” Lo que inmediatamente fue respondido en otra emisora por el portavoz del partido aludido: “Lo que debemos garantizar es la protección de los menores, siempre. Pero si se han podido producir algunas injusticias, exigiremos explicaciones al gobierno, que ha permitido linchamientos mediáticos y causas generales contra la Iglesia en un asunto donde hay muchas dudas.”

“Ya era hora de que alguien abriese este debate” bramó un locutor radiofónico de conocida tendencia ultra: “Mira tú, la derechita acomplejada ahora corre a coger sitio en la primera línea de la manifestación, pero durante años no han sido capaces de defender a la Iglesia frente a quienes solo buscan destruir su autoridad moral. La izquierda, esa misma izquierda que fusilaba curas y violaba monjas en la guerra, ha usado unos pocos casos reales de abusos para extender la sospecha a toda la Iglesia, cuando el número de supuestos abusos es insignificante, repito: in-sig-ni-fi-can-te. Y muy inferior al que hay en otras confesiones, en las escuelas, el deporte infantil o las familias. Sobre todo las familias inmigrantes, que es más propio de otras culturas, no la cristiana.”

Algunos contenidos de medios digitales a lo largo de la tarde: un largo artículo sobre la historia de la pederastia, desde los antiguos griegos. Gráficos con la edad de consentimiento en una veintena de países. Una entrevista con un profesor que fue acusado de abusar sexualmente de varias alumnas, y finalmente absuelto, bajo el titular: “No existe presunción de inocencia, y algunos menores se aprovechan de ello para hacer daño”.

Al caer la noche, un telediario entrevistó a un psiquiatra que veía necesario distinguir la pederastia de la pedofilia, y aceptar con naturalidad esta última. Una rápida búsqueda en redes sociales encontraba a esa hora numerosos relatos anónimos de gente que aseguraba haber sido tentada sexualmente por amigas de sus hijas, prostitutas que ocultaban su verdadera edad, estudiantes con las que no era aconsejable quedarse a solas en clase porque luego te acusaban en falso y te chantajeaban. También circulaban casos –todos anónimos– de denuncias alentadas por las madres en procesos de separación, y que responderían al mismo propósito que las denuncias falsas por violencia de género: “la guerra del feminismo contra los hombres”.

Una televisión alteró la programación nocturna para ofrecer una película danesa sobre un hombre que es falsamente acusado de abusar de niños en una guardería, mientras los tertulianos de radio ponían en circulación sus opiniones, monotemáticas: “Contra la Iglesia ha habido mucha demagogia y ajuste de cuentas desde el anticlericalismo”. “Si no bajan la edad de consentimiento, tal vez haya que reconsiderar la dureza del código penal a partir de ciertas edades”. “¿Por qué llevamos todo el día hablando de esta basura a partir de un solo tuit?”

A las once de la noche, mientras los portavoces del partido seguían sin hablar, los primeros periódicos del día siguiente salían de las imprentas. Algunos llevaban el tema en portada, todos incluían en sus páginas interiores artículos y entrevistas. Y justo a esa hora se publicó el tuit más esperado, en la misma cuenta donde todo empezó:

“Acabo de bajar del avión tras 14 horas de viaje y me entero del revuelo. Yo no lo escribí, alguien hackeó mi cuenta. La policía está ya tras la pista de los autores. No sé qué pretendían, pero no han conseguido nada, solo ruido”.

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