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El frontón Beti Jai: un edificio único que se salvó del squash, el caso Malaya y la declaración de ruina

Un partido de pelota a finales del siglo XIX.

Patricia Rafael

Esta es la historia de un edificio único en el mundo. Al menos el único que queda en pie en su categoría. Es el Beti Jai de Madrid, un frontón del siglo XIX, situado en pleno centro de la ciudad, que en sus días de lleno total albergaba a cerca de 4.000 espectadores para presenciar partidos de pelota y otros espectáculos. Pero también llegó a contar con viviendas, un taller de reparación de coches, okupas y hasta vio en directo la muerte de su vigilante de seguridad.

Sus diferentes dueños intentaron sacar provecho de sus 11.000 metros cuadrados, situados al lado del paseo de la Castellana, para construir hoteles, gimnasios o aparcamientos. Pero enfrente se encontraron con un grupo de arquitectos, vecinos y pelotaris que, primero por separado, y luego unidos en la Plataforma Salvemos el Frontón Beti Jai de Madrid, actuaron como auténticos guardianes del patrimonio y con todos los medios que la legislación les daba fueron evitando todos los ataques.

Lo salvaron de la especulación, de la operación Malaya, y lograron, tras casi 30 años de intentos, que la Comunidad de Madrid lo declarara Bien de Interés Cultural y, tras un proceso de expropiación por parte del Ayuntamiento, que por fin la corporación municipal encabezada por Manuela Carmena emprendiera las primeras obras de consolidación y se evitara la ruina del edificio.

Hace un mes y medio comenzó la segunda fase de estas obras pero este es el penúltimo capítulo de la historia. El primero empieza en 1893, cuando un grupo de empresarios vascos de la pelota encargó al arquitecto Joaquín Rucoba -quien también construyó el Ayuntamiento y Teatro Arriaga de Bilbao- diseñar un frontón en Madrid como el Beti Jai de San Sebastián.

En menos de un año se inauguró con capacidad para cerca de 4.000 personas. “Fue una época de esplendor de la pelota vasca en Madrid porque llegó a haber cuatro frontones con partidos diarios”, explica Fernando Larumbre, historiador de la pelota, expelotari y miembro de la Plataforma. Señala que la monarquía, en sus viajes estivales al norte, asistía a los partidos y los empresarios vieron la oportunidad de llevar el juego a Madrid, donde durante 20 años más de 12.000 personas llenaban las instalaciones para ver moverse una pelota a velocidad de vértigo, pero también para apostar.

El Beti Jai (siempre fiesta en euskera) fue el último frontón y el más grande que se construyó entonces en Madrid, con los materiales y estilos de la época, como señala Antonio Lopera, arquitecto y profesor del Máster de Conservación y Restauración del Patrimonio Arquitectónico y Urbano de la Universidad Politécnica de Madrid, y también miembro de la plataforma. “El estilo neomudéjar era un estándar en aquella época, lo vemos en plaza de toros, mercados y estaciones de ferrocarril”, señala. Además, prosigue, el ladrillo es más resistente para sujetar los cuatro pisos de gradas, situadas en forma de curva frente a la cancha, de 70 metros y un pared (frontis) de 11 metros de altura. Es además una de las primeras construcciones deportivas que planean las gradas inclinadas para que todos los espectadores tengan visibilidad.

Primo de Rivera prohíbe las apuestas. El juego de la pelota se acaba pero el Beti Jai sigue albergando otros espectáculos, como exhibiciones ecuestres, recogidos en periódicos de la época. Desde entonces, el edificio se queda al vaivén de sus diferentes dueños. La plataforma tiene documentado que apenas 20 años después de su inauguración existe una licencia para construir cabinas para automóviles en su cancha. A partir de aquí se usa como garaje, cárcel de presos políticos al inicio de la Guerra Civil, taller de chapa y pintura e incluso viviendas. En las diferentes fotos que la plataforma ha ido recopilando se ve cómo fueron desapareciendo las gradas a pie de pista, cómo se construyó el taller en la cancha y cómo se cegaron los balcones de hierro forjado para convertir las gradas en viviendas y oficinas.

En 1977, el Colegio de Arquitectos de Madrid impulsa por primera la apertura del primer expediente para que se declare Bien de Interés Cultural (BIC) y dotarle de la máxima protección. A pesar de que Larumbe vivía en Madrid desde 1985 no es hasta cinco años después cuando descubre que el Beti Jai de Madrid sigue en pie. “Yo llevaba tiempo documentando el deporte de la pelota y alguien me habló de este edificio”, cuenta.

Lo visita y se queda con la boca abierta, como todos los que van descubriendo que un edificio de esas características ha llegado completo casi 100 años después de su construcción. “Ya existía el taller de reparación de coches y había gente viviendo en las gradas”, recuerda. Con el tiempo, una parte del graderío se había transformado en un edificio de viviendas con la cancha como centro de la corrala, tal y como se puede ver en una escena de la película Madrid, que Basilio Martín Patino rodó en 1987.

Desde ese momento, Larumbe se propone preservar el frontón Beti Jai para el uso al que está destinado: deportivo singular. Comienza a investigar y recopilar toda la documentación que cae en sus manos. Descubre que la familia propietaria del edificio desde 1953 lo ha subastado apenas un año antes y la empresa que lo ha comprado es Lamploug Investment Services, una financiera de Citröen. Paga por él 1.058 millones de pesetas (6,37 millones de euros), más del triple de su precio inicial que estaba en 323,7 millones de pesetas (casi dos millones de euros).

El taller de reparación de coches sigue funcionando, lo vecinos se quedan en sus casas pero la nueva propietaria empieza a tratar de cambiar los usos para construir oficinas y pistas de squash. No lo consigue. En 1991 se había abierto un nuevo expediente -después de que caducara el primero- para su declaración de BIC que le otorgaba protección.

Fernando Grass, madrileño aficionado a la pelota, descubre el frontón y comienza a idear un proyecto con empresarios vascos para lograr reabrir la cancha al juego en Madrid. El proyecto no se acaba de concretar pero los empresarios sí adquieren el inmueble en 1999 por 385 millones de pesetas (2,32 millones de euros).

“Lo lógico es pensar que como la anterior empresa no consigue transformar el edificio al final quiere deshacerse de él como sea”, aventura Larumbe. Los nuevos propietarios, Nuevo Frontón Beti Jai S.L. escrituran el edificio por 500 millones de pesetas (tres millones de euros) y en 2001 realizan su primer intento por convertirlo en un hotel y gimnasio. Tampoco lo consiguen. “Cada vez que la propiedad intentaba algo, nosotros acudíamos a la Administración y a la prensa para aportar toda la documentación necesaria y denunciar que no se podía perder este edificio único”, explica Larumbe.

En 2005, Antonio Lopera se entera por primera vez de su existencia. Por entonces, formaba parte de la Comisión Institucional para la Protección del Patrimonio Histórico-Artístico y Natural (CIPHAN), un órgano colegiado de carácter consultivo formado por arquitectos, Ayuntamiento y Comunidad de Madrid y cuya finalidad es el seguimiento de las actuaciones en los bienes protegidos.

“Cada semana revisábamos muchos expedientes y uno de los que nos llegó era un proyecto de hotel diseñado por Rafael Moneo en un frontón que tenía incoado un expediente de BIC y decidimos ir a verlo”, cuenta el arquitecto. Recuerda que cuando entró se quedó con la boca abierta. No se podía creer, que a pesar del deterioro, un edificio de esas características se hubiera mantenido en pie. Se apreciaba la cubierta de madera del último piso, el trazado de las gradas, las tribunas, los forjados ondulados y su decoración y los arcos de estilo mudéjar del interior de la fachada.

En esa visita también estaba la abogada Monserrat Corulla, condenada 11 años después por blanqueo de capitales a tres años y medio de cárcel en la conocida como Operación Malaya. Ella ejercía entonces de representante de los empresarios vascos propietarios del Beti Jai. “El proyecto respetaba la simetría de la curva pero pretendía usar la cancha como solar y construir un hotel”, recuerda Lopera.

La CIPHAN rechazó el cambio de uso, poco después estalló el caso Malaya y el proyecto acabó por morir. Pero mientras tanto los propietarios también iban dejando morir el frontón. “Este edificio no se ha deteriorado por sí solo, sino porque sus dueños no han querido mantenerlo y la Administración no le ha obligado a ello”, afirma Igor González, portavoz de la Plataforma.

Este informático de Bilbao y aficionado a la pelota vio en 2008 un reportaje sobre unos okupas que vivían en un frontón abandonado en el centro de Madrid. Se acercó, el guardia de seguridad que vigilaba el edificio le dejó entrar y como todos los que entran en el Beti Jai por primera vez se quedó con la boca abierta. “Todo un bosque hasta con animales había crecido en el interior”, recuerda.

Subió las fotos a internet y de repente empezaron a contactar con él arquitectos, vecinos preocupados por el patrimonio y antiguos pelotaris. “Cada uno por su lado había estado peleando y en ese momento decidimos crear la plataforma y yo ofrecer mis conocimientos informáticos para difundir toda la información que llevaban recopilando años”, explica González. Así nació la Plataforma Salvemos el Frontón Beti Jai de Madrid.

No tienen pruebas pero sí sospechan que los propietarios, ante la imposibilidad de cambiar el uso, pretendían que el edificio fuera declarado en ruina. “¿Qué okupas tienen un guardia de seguridad en la puerta?”, pregunta irónico González. Poco después que naciera la plataforma y el edificio volviera a los medios, el guardia de seguridad murió en un incendio. “Dicen que fue un accidente en la garita”, recuerda el portavoz.

Tras el suceso, la propiedad, que cambió el nombre por el de Aguirene, tapió el edificio pero la plataforma ejercía de vigía desde los edificios aledaños, desde donde veían como los agujeros de la cubierta dejaban entrar la lluvia y el deterioro iba en aumento. La propiedad no reparaba y el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid miraban para otro lado.

Hasta que en 2010, la plataforma impulsó una nueva apertura de expediente para su declaración como BIC y que por fin se aprobó en enero de 2011. Pocos meses antes, la empresa propietaria, entonces llamada Tarcosul S.L., pidió al Ayuntamiento encabezado por Ana Botella su expropiación, un proceso que terminó cinco años después cuando el Consistorio compró el edificio por siete millones de euros. Los propietarios recurrieron el precio al Tribunal Supremo, que el año pasado ordenó que cobraran 23 millones más.

Las obras que impiden que el edificio se deteriore aún más comenzaron con Ahora Madrid ya en el Ayuntamiento, si bien en un principio la plataforma temió que no se llevaran a cabo. “En un reunión que tuvimos con el concejal de Urbanismo [José Manuel Calvo] nos insistió mucho en qué buena idea sería que el arquitecto Norman Foster instalara ahí su fundación”, cuenta González, algo que rechazan porque no respetaría los usos originales del frontón.

La propuesta se desechó y en 2006 el Ayuntamiento emprendió la primera fase de obras de consolidación del edificio y restauración completa de la fachada exterior, que concluyó el pasado abril. “Lo que están haciendo nos tranquiliza mucho porque están respetando todos los elementos originales, como la inclinación de las gradas o los forjados”, cuenta González, y así lo pudieron comprobar en la visita que hizo el Ayuntamiento con vecinos y periodistas.

La segunda fase ya ha comenzado y la plataforma permanece vigilante sobre todo a la aprobación definitiva del Plan Especial, que abre la puerta a una concesión privada del edificio para su gestión. “Somos conscientes de que no se puede mantener con un uso exclusivo de la pelota pero sí queremos que se mantengan como uso cultural, de encuentro y se mantenga el uso de foro y reunión que originalmente tienen los frontones”, afirma Larumbe, quien subraya que sólo hay que pensar en el punto de encuentro de los pueblos. “Siempre es el frontón”, exclama. Una pared que sirve de escenario, pantalla de cine o simplemente de espacio a la fresca para compartir con los vecinos. Pero ese ya será el último capítulo, que aún queda por escribir, del frontón Beti Jai de Madrid.

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