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EN PRIMERA PERSONA

Soy médica de Atención Primaria en Madrid y he decidido marcharme a trabajar fuera

Médicos y personal sanitario en la puerta del Centro de Salud de Lavapiés

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Me llamo Cristina Sanz, soy médica de familia y comunitaria. En mayo terminé la residencia y desde el mes de junio opté a un contrato como adjunta dentro del sistema de Atención Primaria de la Comunidad de Madrid. A pesar de que mi intención era continuar trabajando allí, las razones por las que finalmente voy a dejar de intentar trabajar en Atención Primaria son variadas. Todas están relacionadas con los problemas estructurales que arrastra esta atención desde hace años, encadenando recortes y ninguna inversión.

Una de razones es la inestabilidad: cuando las médicas jóvenes terminamos, como mucho en Madrid podemos aspirar a tener contratos de vacaciones, de suplencias, semanales o mensuales, y esto provoca que vayamos cambiado de centro de salud y que encadenemos contratos temporales. Si tenemos suerte podemos optar a alguna baja y con más suerte aún, a una baja maternal, con la que podemos pasar seis o nueve meses en el mismo centro de salud. Esta situación no se ha modificado durante la pandemia, de hecho se ha agravado, porque la precariedad sigue siendo la misma, pero ahora con el añadido de que cada centro de salud ha tenido que autoorganizarse.

Además, la atención está siendo principalmente telefónica, aunque se sigan viendo pacientes presenciales. Vivir con esa incertidumbre laboral, a la que se añade que no podemos realizar bien nuestro trabajo porque cada semana o incluso cada día nos tenemos que adaptar a equipos nuevos, circuitos nuevos, agendas distintas, pacientes que no conoces... nos impide dar una asistencia de calidad. 

Esto es un problema estructural de base, de años de recortes y de ninguna inversión, que no se soluciona solo con buenos contratos. Ahora mismo, ni por condiciones laborales ni por cómo funciona la Atención Primaria en Madrid, se puede dar una atención de calidad. Por eso, finalmente voy a renunciar a seguir cogiendo contratos precarios porque me han ofrecido un puesto de dos años como coordinadora de proyectos en países del sur en la Cruz Roja Internacional. 

Durante estos meses hemos estado trabajando con menos de la mitad de personal disponible entre bajas y vacaciones. Hemos llegado a tener consultas de entre 60 y 80 pacientes, llegando algunas compañeras a ver a 100 pacientes al día, si sumamos llamadas, asistencia presencial, urgencias y visitas a domicilios. Las consultas han pasado a ser además muy burocráticas, en las que nos pasamos más tiempo haciendo papeleo que realmente atendiendo pacientes. De esta forma no se puede dar una asistencia de calidad. Y no ha habido refuerzo de personal.

En pos de esa burocracia o de los rastreos, que también ha recaído en Atención Primaria porque Salud Pública también está mermada, hemos dejado de hacer otras cosas que son nuestras, nos cuesta llegar a los crónicos, a los domicilios, a los paliativos, que son funciones intrínsecas de la medicina de familia y comunitaria. 

Las jornadas son infinitas. A muchas compañeras les genera mucha ansiedad ir a trabajar. Yo también he tenido alguna crisis de ansiedad al salir de la consulta porque no sabes si lo has hecho bien o mal, o si te has dejado a alguno sin llamar porque con agendas de 80 al día es imposible. Todo esto lo hemos hecho asumiendo horas extra que, por supuesto, nadie te paga. 

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