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Lo que el primer rascacielos declarado monumento cuenta sobre el patrimonio de Madrid

La Torre BBVA de la Castellana

Analía Plaza

El 23 de julio de 1999, un grupo de manifestantes intentó parar la demolición de un edificio a la entrada de Madrid. La protesta no tuvo éxito, el edificio fue destruido y el acto, calificado de “terrorismo cultural patrocinado por el Ayuntamiento y la Comunidad”. La indignación entre ciudadanos y arquitectos – que llamaron gamberros e insensibles a los propietarios del terreno y compararon el derribo con lo que hubiera supuesto cargarse Las Meninas en su época – supuso un pequeño punto de inflexión en la ciudad.

“Fue una llamada de atención”, recuerda el arquitecto y divulgador David García-Asenjo. “Ya había interés por el patrimonio, pero se dijo: o protegemos o pasarán estas cosas”. Entre las tribunas que los arquitectos horrorizados firmaron entonces, una decía: “Madrid se nos está muriendo entre las manos. Ahora el edificio de Fisac, dentro de poco el Banco de España, pronto será Torres Blancas: ¡quién sabe si no empezarán a caer en el futuro museos y bibliotecas! Todo vale cuando se trata de conseguir unos metros cuadrados más para especular”.

El edificio en cuestión era la sede de Laboratorios JORBA, conocido como La Pagoda. Lo construyó Miguel Fisac en 1967. Aunque no fuera su obra más relevante, La Pagoda había llamado la atención en medios y museos internacionales y se había ganado el cariño de muchos madrileños, que veían en ella un símbolo de modernidad.

“Era muy vistosa. Y estaba en una posición privilegiada, en la entrada por la carretera de Barcelona. Pero Fisac tiene edificios mejores”, continúa García-Asenjo. Que la derribaran porque el nuevo dueño quería oficinas y que ni Ayuntamiento ni Comunidad lo pararan le hizo adquirir aún más relevancia. También que Fisac dijera que todo había sido un ataque personal perpetrado por el Opus Dei –organización de la que fue cofundador y en la que estuvo hasta que se casó en 1957– en colaboración con el alcalde, Álvarez del Manzano.

“Cuando salió del Opus, Fisac dejó de recibir encargos de gente cercana. Pero seguía teniendo trabajo. Tiraron La Pagoda porque la empresa quiso y el Ayuntamiento no hizo nada”, aclara García Asenjo. “Parece exagerado decir que fue una venganza”.

Ya fuera por desidia burocrática o por la mano negra de Escrivá de Balaguer, el caso de La Pagoda fue especialmente sonoro. “Ha habido más casos de destrucción del patrimonio”, señala Javier Rodríguez Cabello, un historiador de arte que planteó su reconstrucción. “Este es el más paradigmático. Fue tan bochornoso que se convirtió en un símbolo”. Tanto es así que, poco después del derribo, el gobierno autonómico se apresuró a prometer que protegería varios edificios contemporáneos para evitar nuevas tragedias. Entre ellos, el edificio del BBVA en el Paseo de la Castellana.

19 años después

El anuncio se hizo el 6 de marzo del año 2000, pero no fue hasta el pasado 15 de enero –19 años después– cuando la Comunidad de Madrid declaró el edificio como Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de monumento.

“Cuando un bien tiene un interés o valores que merece la pena conservar, hay tres posibilidades de llevar a cabo esa protección. El BIC es la matricula de honor”, explican fuentes de Patrimonio, competencia de la Comunidad. Inaugurada en 1981, la Torre del Banco de Bilbao fue el edificio más joven en esta categoría: solo tiene 38 años. Durante esta legislatura, recuerdan, el gobierno ha protegido otros dos edificios no tan antiguos: el Capitol de Gran Vía, de 1933, y el Gimnasio Maravillas, de 1962.

19 años después de aquella declaración de intenciones, la torre ya ni siquiera mantiene su nombre original. En 2015, un gran grupo inmobiliario español –GMP, de la familia Montoro (no relacionada con el ex ministro de Hacienda)– compró el edificio por 700 millones de euros y le cambió el nombre a Castellana 81. Hasta entonces había pertenecido al BBVA, que por contrato mantendrá su logo visible en las últimas plantas durante veinte años más. Los últimos inquilinos del banco, incluido el expresidente Francisco González, que tenía un gimnasio, fueron dejando sus oficinas hasta trasladarse por completo a La Vela, en el barrio de Las Tablas, durante 2018.

“Esto simboliza la decadencia del BBVA. La elegancia y sobriedad del edificio de Oiza en Castellana responde a una institución bancaria y sólida frente a esa pastilla en forma de queso manchego que es una exhibición fatua e insustancial”, considera Eduardo Mangada, urbanista, antiguo concejal de Madrid y amigo íntimo del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, autor del edificio. “Los rascacielos americanos siempre han sido símbolos de empresas que buscaban reflejar su belleza y poder. Que el BBVA se mude refleja la devaluación del banco como institución financiera, paralela a la degradación arquitectónica. Es sociológicamente importante”.

En 1971, cuando el Banco de Bilbao –que posteriormente se fusionó con el de Vizcaya y con Argentaria– convocó un concurso de ideas para su nueva sede en lo que entonces era el norte de la ciudad, existía la intención de convertir aquello en el Manhattan de Madrid. La zona era, como explica el libro 'La Castellana: escenario de poder', de Francisco Azorín e Isabel Gea, “un inmenso solar con algunas huertas. Era también utilizado por los pastores, que traían a sus ovejas, y por los reclutas del ejército, que venían a hacer la instrucción. La idea de esta gran zona comercial, revolucionaria cuando se concibió en 1929, era descentralizar el centro y la Gran Vía, que ya no eran suficientes para abastecer a una ciudad en fase de crecimiento”.

En 1964 se creó la Asociación Mixta de Compensación de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo, Manzana 'A', que abreviada quedó en Asociación Zona Comercial 'A' o AZCA. Las torres del Windsor y del Banco de Bilbao fueron las dos primeras grandes allí. Curiosamente, antes de la guerra los terrenos habían pertenecido a UGT porque un industrial, Cesareo del Cerro, se los donó para que pusieran una escuela y una biblioteca. Tras la guerra fueron incautados y en los 90 UGT reclamó el precio del solar a sus nuevos dueños, donde se levantaban el Windsor, el Banco Santander, el BBVA y El Corte Inglés.

Finalmente, el Gobierno de Zapatero dio 149 millones de euros al sindicato en 2006, en concepto de patrimonio histórico (no solo los solares de AZCA sino 856 propiedades más) incautado durante la dictadura.

Al concurso de BBVA, que había adquirido un trozo del solar, se presentaron varios arquitectos de prestigio. Sáenz de Oiza ya era una figura de renombre en Madrid: en la década anterior había construido Torres Blancas, un encargo del capitalista navarro Juan Huarte –propietario de una constructora que hoy forma parte de OHL– que también buscaba un símbolo de poder a la entrada de la ciudad (también en la A2, como La Pagoda). El encargo era técnicamente complejo porque por debajo del solar pasa el túnel del tren. Oiza ideó una solución estructural y ganó.

“Es uno de los edificios más hermosos de Madrid. Tiene una sutileza enorme”, continúa Mangada. “Intenta romper la simple superposición de una planta sobre otra: hace un paquete de seis, una vacía, otras seis... La modulación de armadura metálica con el vidrio también es exacta. Y su forma redondeada hace que no sea un objeto con cuatro fachadas sino un objeto completo. Tiene una relación íntima con la ciudad. Simboliza un punto claro. Es una referencia obligada de la Castellana y seguramente la más culta”.

El propio carácter de AZCA, su intención de convertirlo en centro de poder, hizo que se construyeran edificios diversos, a cada cual más dispar. “Lo característico son sus torres. Lo específico de estas torres es la imagen independiente que pretenden dar las entidades y que les sirve para mostrar su identidad y poder. Se establece entre ellas una rivalidad que hace que cada edificio intente destacar como el más importante”, añaden Azorín y Gea en su libro. “Lamentablemente, AZCA no ha llegado a ser lo que pretendía en su concepción: al haber sido elegido por entidades bancarias, oficinas de lujo y centros comerciales, la gente acude de paso, a trabajar”.

Aunque no sea Manhattan, hoy AZCA es uno de los principales centros de trabajo de la ciudad. Tras el misterioso incendio del edificio Windsor en 2005 se construyó la Torre Titania, donde están El Corte Inglés y Ernst & Young. El BBVA se fue de su torre y su lugar lo ocupan Faborit, Savills, Aguirre Newman, Elecnor, Teka y Grant Thorton.

Qué se protege y qué no

La declaración de la Torre de Bilbao como BIC implica que la propiedad tiene que permitir a los ciudadanos visitarlo y que no puede modificarlo ni reformarlo sin permiso.

“Se marcan los criterios en las intervenciones, además de poner en valor ese bien. También se marca un entorno de protección para garantizar siempre la correcta visualización y deleite de ese bien”, indica la directora general de patrimonio, Paloma Sobrini.

Sobrini está especialmente orgullosa de todas las actuaciones que ha llevado a cabo durante la legislatura: la Comunidad ha declarado 32 BIC, 28 BIP (bienes de interés patrimonial, una categoría menor pero también muy importante) y tramita otros 32 expedientes. Además, ha sido reconocida por el Ministerio de Cultura y por los colegios de arquitectos como “región paradigmática en la protección de la arquitectura contemporánea, por ser la más activa y comprometida en la protección de estos inmuebles”.

Aunque la declaración de la torre como BIC haya tardado veinte años, por fin está.

Sin embargo, como recuerda el arquitecto García-Asenjo, un caso como el de La Pagoda podría suceder otra vez. “El patrimonio de la arquitectura contemporánea no está protegido”, incide. “Las declaraciones de BIC son procesos largos y al final hay pocos edificios tan relevantes. Pero hay otros muchos que, aunque sean menos importantes, hay que proteger”.

Como complemento a los BIC, de competencia autonómica, los Ayuntamientos tienen un catálogo de edificios protegidos que en Madrid no se actualiza desde 1997. En él no estaban incluidos ni la Torre del BBVA ni La Pagoda, que por eso se pudo derribar sin constituir un delito. Tras aquello, no solo el Gobierno regional prometió que convertiría en BIC la Torre del BBVA, sino que amplió la promesa a 300 edificios más.

“En aquellos años se intentó que fueran declarados BIC 300 edificios de arquitectura contemporánea. No salió adelante”, recuerda Amparo Belinches, presidenta de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio. “La Torre BBVA lo merece. Pero hay muchos edificios que también lo merecerían y que como tienen presión inmobiliaria no se declaran. Ahora se está haciendo un intento de revisión del catálogo del Ayuntamiento”.

Su web recoge los edificios que esta asociación considera en peligro. El equipo de Carmena prometió que actualizaría el catálogo durante la legislatura, pero, de momento, no lo ha hecho.

“Coincidió con la noticia del posible derribo del Edificio España y el de la Casa Vallet de Goytisolo. Decían que lo iban a actualizar, pero no han movido un dedo”, recuerda García Asenjo. “Es una vergüenza”.

Aunque el catálogo sea responsabilidad del Ayuntamiento y la Comunidad presuma de protectora de la arquitectura contemporánea y le urja a actualizarlo, los expertos consultados recuerdan que la Comunidad ha permitido la obra de Canalejas, donde el gobierno del PP rebajó en 2013 la protección de dos edificios como BICs para no complicarla y que, además, ha dañado la línea 2 de Metro.

“Misteriosamente, no han dicho nada de Canalejas”, continúa el arquitecto. “Se las dan de proteger el patrimonio, pero en la casa Vallet de Goytisolo no han hecho nada”.

Esa casa está en Arturo Soria, tiene 500 metros cuadrados y el propietario quiere tirarla y hacer una nueva construcción. Patrimonio ha rechazado declararla BIP.

“Sobrini entró con muy buenas intenciones para proteger la arquitectura moderna, pero ha protegido el Capitol y la Torre BBVA, que nadie va a demoler”, opina el historiador Cabello. “No ha tenido valor para proteger la casa Vallet o el Pabellón de Bruselas en la Casa de Campo. Y a la torre se la ha protegido después de reformarla. Podía haberse protegido antes por si acaso. Los elementos en peligro son los que corre prisa proteger”.

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