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Ayuso y Almeida consuman “el día T” de las talas frente a una resistencia vecinal que logró salvar la mitad de los árboles

Protestas este lunes en el parque de Comillas, donde han empezado las talas.

Guillermo Hormigo

Madrid —

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“¡No a la tala!”, grita un niño de apenas seis años en la puerta del colegio Perú después de que su madre le pase el megáfono. Han transcurrido unas pocas horas desde que las máquinas entraron en el parque de Comillas, pulmón verde del barrio homónimo en Carabanchel, para eliminar los primeros árboles que sucumbirán en la zona por las obras para ampliar la línea 11 de Metro. En Comillas serán 195, en total 523. Padres, madres, alumnado y residentes se concentran entre la indignación y la impotencia. “Llevo toda la mañana llorando”, dice una mujer que se frota los ojos mientras da la mano a su hija.

Como ya ocurrió por la mañana en Madrid Río, donde una veintena de personas se ataron a un grupo de árboles (dos de ellas llegaron a encaramarse a sus ramas), el enfado contenido va dando paso a la rabia. La comitiva bordea la valla que delimita el área de obras y restringe la entrada. Algunas personas golpean la barrera con fuerza en señal de protesta.

Corean cánticos como “Ayuso, la tala es un abuso” o “Almeida arboricida”. Consideran a la presidenta autonómica y al alcalde los principales responsables del devenir de un proyecto que en principio veían con buenos ojos: después de todo el Metro es una reivindicación histórica en el barrio. Fue así hasta que se trasladó de la A-3 en su paso por Conde de Casal al propio parque la entrada de la tuneladora que servirá para extraer e introducir las estructuras de la futura estación (con el consiguiente trasiego de camiones en los alrededores).

Finalmente, un grupo de manifestantes derriba la valla y accede al interior del parque. “Tenemos que pasar a la desobediencia”, comenta un padre de familia poco antes de que uno de los operarios llame a la policía. Dentro ya se ven los primeros troncos derribados, mientras que otros árboles están marcados por un lazo rojo, señal de que serán talados próximamente. Varias personas recorren la zona para quitárselos, como si así pudieran librarles de su destino inminente.

La lucha vecinal, de hecho, ha dado sus frutos y ha permitido reducir casi un 50% el número de ejemplares afectados por estas obras. El proyecto llegó a contemplar 1.027 talas, luego se redujeron a 676 y finalmente se quedarán en 523. En Comillas, aunque gracias a este empuje se libran un puñado de árboles originalmente condenados, el consuelo es mínimo: la propia Consejería de Transportes de la Comunidad de Madrid admite que esta suavización del impacto se consigue en parte por “el cambio de ubicación de otras instalaciones auxiliares necesarias para la ejecución de la obra, sobre todo fuera del entorno de Comillas”. Los Jardines de Palestina, en cambio, saldrán finalmente intactos y algunos ejemplares de Arganzuela podrán ser trasplantados en lugar de erradicados.

Insurrección en Madrid Río

Pero los meses de continuas protestas no han evitado la llegada de este “día T”, como lo define Susana de la Higuera, de la Asociación de Vecinos Pasillo Verde-Imperial de Arganzuela: “Sospechábamos que esto era inminente porque han movido la valla y justo antes del puente marcaron los árboles. Teníamos un equipo de vigilancia, así que en cuanto hemos visto entrar la maquinaria en Madrid Río hemos actuado”. A la protesta vecinal se sumaron activistas de la organización medioambiental Extinction Rebellion, que preveían llevar a cabo una protesta contra la COP28, finalmente pospuesta para participar en esta otra rebelión contra los arboricidios.

En este enclave las muestras de rechazo consiguen postergar unas horas las talas. Es el tiempo que la Policía Nacional necesita para desalojar a las personas atadas, subidas o sencillamente abrazadas a los árboles dentro de la zona vallada de Madrid Río. Los agentes se suben a las grúas de los bomberos para despegar de los troncos a los últimos manifestantes que resisten.

Protesta medioambiental, educativa y social

Pero en Comillas, con menos manos para la movilización (aunque bien alzadas en señal de protesta) y menos visibilidad mediática, ni siquiera tienen el consuelo de ese último estertor desesperado. Familias del colegio Perú y vecinos han amanecido con talas ya ejecutadas en el parque. “Y es solo el principio, porque nos esperan cuatro años de obras con ruidos continuos, polvo en el aire y problemas de movilidad en la zona”, lamenta Verónica, madre de un niño y una niña que asisten a este centro público.

“Los camiones han pasado por la misma puerta esta mañana, cuando no es lo que contempla el itinerario establecido en el proyecto, que de por sí no nos gusta porque va a producir atascos en una zona donde transitan muchos niños”, denuncian Miguel e Irene. Su hija, de tres años y medio, es alumna del Perú. “Más allá de los árboles, nos da pena cómo pueda afectar a la educación de los chicos. Aquí hay aulas de educación especial para niños con autismo. Si fuera un centro privado o concertado, quizá no lo habrían planteado así”, opina Irene. Otra madre, en este caso de un exestudiante, lamenta “el cambio tan grande” que va a presentar el entorno del colegio una vez finalicen las obras: “Es una auténtica lástima”.

Pero los más pequeños no son los únicos para quienes las talas suponen un mazazo. Ramón nació en 1958 en lo que hoy es el parque de Comillas. En aquella época, parte de lo que ahora conforma este entorno estaba ocupado por viviendas y barracones. Muchos de sus inquilinos fueron trasladados a nuevos inmuebles adyacentes o en otros barrios. Ramón fue realojado a pocos metros. Desde este nuevo hogar pudo contemplar cómo el área fue rehabilitándose y el verde fue ganando terreno poco a poco. El parque de Comillas se estableció oficialmente en 1979.

Sentado junto a uno de los árboles ya talados, Ramón incide no solo en lo medioambiental, sino en el aspecto social de este entorno condenado a desaparecer: “Aquí vienen niños a jugar, chavales jóvenes a echar la tarde, personas mayores y con discapacidad a pasear o que las paseen”. Mientras en la A-3 el tráfico no se verá afectado como estaba inicialmente previsto y seguirán pasando coches, en Madrid Río o Comillas muchas otras cosas dejarán de pasar sin que estén la copa y las ramas de un árbol para cobijarlas.

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