Un gran aplauso colectivo para conjurar el silencio
Domingo 15 de marzo. Ayer a las diez de la noche la gente de toda España salió al balcón de su casa para comprobar que sus vecinos respiraban. La excusa era agradecer a la clase sanitaria el sacrificio que están haciendo por nosotros. Pero en el fondo era una convocatoria de la tribu para conjurar el silencio, estremecedor silencio de las ciudades y los pueblos.
WhatsApp es el chamán de nuestra moderna sociedad. Recibimos la convocatoria de muchas fuentes y pensábamos, una más. Se han organizado caceroladas un montón de veces en esta plaza y nunca han funcionado más allá de la movilización de los colectivos organizadores. Pero ayer sí. Una algarabía. Un ritual para superar el miedo colectivamente.
Parece que se va a repetir noche tras noche y ampliar el homenaje a todos aquellos que están prestando servicios esenciales a la comunidad. Los empleados de las tiendas abiertas, los repartidores, los taxistas, barrenderos, policías. Los trabajadores del transporte. Los limpiadores. Y aquellos que prestan servicios esenciales a las familias. Los cuidadores de nuestros ancianos y enfermos. De nuestros niños. Uno esperaría que al carrusel de agradecimientos se pudieran sumar los maestros y profesores que desde sus casas y por internet ayudan a nuestros estudiantes de todas las edades pero parece que para eso habrá que esperar a otra pandemia. Yo, que queréis que os diga, no concibo una sociedad en emergencia, sin esa presencia. Supongo que algo harán pero para mí, y lo siento infinito, son, en grandes números, los grandes ausentes en la actual crisis.
Hablando de ausencias como agradeceríamos que tantos opinadores, supuestos expertos y algunos políticos se tomasen lo del confinamiento al pie de la letra y desaparecieran una temporada. Le critican a Aznar por haber corrido a esconderse en su casa de Marbella. Pues yo sé lo aplaudo. Es una forma muy digna de coger el portante y desaparecer. Otros están a todas horas dando la tabarra innecesariamente.
Hoy en la plaza están ausentes hasta los paseantes de perros. Normalmente a estas horas puede haber veinte o treinta personas con sus correspondientes mascotas ocupados en esos menesteres y formando verdaderas tertulias. Hoy poco más de cuatro o cinco paseantes ocupando cada uno una parcela de la plaza.
A quien no eché de menos ayer fue a mi amigo el abogado Miguel, protector de los gorriones que tiene montada una red de nidos entre los arbustos que comprueba todos los días espantando con su gorra a las depredadoras palomas que no deben creerse el silencio en el que viven. No se quién aguantará el silencio mejor, si las palomas o nosotros.
Que tengan ustedes un buen día.
Mañana, con permiso del Covid, seguiremos con estas notas.
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