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TRIBUNA ABIERTA

A propósito del cierre del colegio de la Purísima Concepción: una tragedia para un barrio en trance de degradación

"La real hermandad nos cierra el colegio"

Ángel Alda

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Qué pena lo del cierre del colegio de la Purísima Concepción de la Hermandad del Refugio. Una institución de tanta raigambre está camino de convertirse en un hotel o albergue en el barrio de Madrid más explotado por la industria turística y con un enorme riesgo de degradación de la vida ciudadana circundante por saturación. Cuando un barrio pierde un colegio está entregando su futuro, reduce su vida comunitaria al mínimo. Es, a ejemplo de lo que pasa con el concepto de la España Vaciada, hacer méritos para que tengamos un Madrid vaciado. Un vacío que no pueden llenar ni las multitudes turísticas.

El hecho de que en la misma manzana urbana se encuentre una de las grandes joyas arquitectónicas y artísticas de Madrid como la iglesia de San Antonio de los Alemanes no hace sino añadir dolor y desagradable sorpresa al conflicto abierto con la comunidad de familias perjudicadas por el cierre del colegio.

El barrio en el que tantas esperanzas se habían depositado desde principios del siglo XXI pues parecía que salía para adelante, otra vez está como en los años noventa. Una degradación tremenda a la que se suma el impacto de la desagradable noticia del cierre del colegio.

Al viejo y tradicional mercado de la prostitución residual que aqueja desde tiempos pretéritos la zona de Ballesta se ha añadido la prostitución de otros colectivos que hasta hace poco campaban por sus respectos en zonas como Montera y Sol y que han terminado refugiándose en este área del barrio. Y con la prostitución también están medrando negocios laterales como los de la droga de tal manera que son frecuentes y llamativos los episodios de peleas callejeras y las consecuentes operaciones y redadas policiales.

Pues sí. Hubo unos años en los que parecía que ese barrio salía adelante. Más ambiente comercial pues las tiendas tradicionales estaban cerrando pero se abrían nuevos negocios. Se crearon incluso asociaciones de comerciantes como la famosa TriBall, acróstico para definir el barrio que va desde Tribunal hasta Ballesta y que pretendía imitar barrios comerciales y de moda de ciudades como NY o Londres. Organizaban actividades culturales de todo tipo. Se abrían nuevos hoteles y se pensaba que el impulso positivo de algunas zonas de Malasaña, de la calle Pez y de Fuencarral iban a contribuir a mejorar el entorno. Pero nada, la misma asociación prácticamente ha desaparecido en coincidencia con el cierre de determinados comercios del barrio, muchos de ellos en el periodo de la pandemia.

Todo el mundo reconoce que la reforma de la plaza de la Luna ha sido un fracaso, una oportunidad desaprovechada Un diseño fatal, muy poco logrado. Es un espacio poco amable, en el que el mismo hecho de deambular sobre el mismo resulta un agobio. Al final se ha ido imponiendo el negocio cutre de la noche y asociado a ello la explosión de nuevas formas de marginación. La comisaría municipal de la Luna no ha servido para nada. Las viviendas se han convertido en negocio turístico vía Airbnb. Enseñas positivas del barrio como el teatro Lara no han podido compensar el desastre y ahora todo indica que vamos para atrás. Y lo malo es que muchos piensan que esta mezcla de turismo, vida nocturna y marginación terminará por afectar a todo Malasaña.

El testimonio de Pepe Castellanos

El barrio en su día fue un pequeño emporio comercial y un espacio de convivencia como nos cuenta un antiguo vecino, Pepe Castellanos Cárdenas, a quien agradecemos estas notas inéditas y escritas a nuestra demanda:

Nací el 20 de Abril de 1949 en la Maternidad de la calle O'Donnell, me bautizaron en la Iglesia de San Martín, en la calle del Desengaño, en la misma pila bautismal que la beata y que ahora está en la Almudena y viví los seis primeros años de vida en la Corredera Baja de San Pablo, en la pensión de doña Felisa, justo encima del Teatro Lara.

Teníamos una habitación con derecho a cocina y nuestros convecinos eran actores, putas y representantes de toda clase de cosas, casi, casi como en las novelas de Cela. Mis recuerdos son muy vagos pero mi madre, que en aquella época tenía que ir a la calle Barbieri a recoger la cartilla de racionamiento para la leche de lactantes, siempre se ocupó de contarme y recordarme como era nuestra vida allí.

Mi padre era socialista y no le gustaba ir a misa, pero mi madre era católica practicante y todos los Domingos me llevaba a San Martín o últimamente a San Antonio de los alemanes.

Salíamos todos de la pensión de Doña Felisa ( Doña Felisa incluida ) y yo , que era el único niño de la pensión, era el juguete de todos y todas, como se dice ahora.

En el teatro me dejaban hacer toda clase de barbaridades con las tramoyas, el vestuario, las pelucas y no acabé siendo un figurante de puro milagro.

Estrictamente hablando éramos pobres, pero no más que aquellos que nos rodeaban, mi padre era recepcionista en el Hotel París, cerca de Puerta del Sol y vendía todos los cascos de botella que podía para poder ir con mi madre al cine.

Me quedaba al cuidado de las putas que me malcriaban y se reían mucho conmigo.

A nuestra manera éramos bastante felices si exceptuamos los enganches con el Régimen que mi padre tuvo en su condición de socialista.

Me dicen algunos amigos que las cosas están jodidas en el barrio, y bien que lo siento, mis recuerdos de niño siempre fueron de lo mejor que he guardado en la memoria.“

De aquellos tiempos nada queda ya. El viejo barrio tantas veces recorrido por Galdós ha perdido vigor comercial, vida cotidiana comunitaria. Ha quedado reducido a patio trasero de la gran zona comercial y turística de Gran Vía y en esa condición a una especie de zona de acumulación de desechos y basuras.

Es una pena pero es lo que hay.

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