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Los dos deportados 4443 de Mauthausen, la importancia del rito y los mapas que aparecen al reconstruir la memoria

Placa dedicada a Antonio Fontanet en la que fue su última casa, en el 150 del Paseo de Extremadura

Luis de la Cruz

Madrid —
18 de febrero de 2024 01:00 h

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Un lunes cualquiera en el Paseo de Extremadura. Te paras en medio de la acera, en grupo, y la gente pasa, arriba y abajo, con sus carros de la compra. Una decena de personas esperan conversando a que empiece algo. Dos operarios preparan sus herramientas. A las puertas de una gran perfumería –una franquicia, aunque en la zona aún perduran muchas tiendas de barrio– se va a proceder a la sustitución de una piedra grabada con el nombre de José Fontanet Moreno que luce en el 150 de la calle por un Stolpersteine, los adoquines dorados que recuerdan en todo el mundo a los deportados en campos de concentración nazi en su último domicilio. Una piedra dorada, de pátina opaca por estar situada en el suelo, por otra aún reluciente, a la espera de convertirse en un pedazo de ciudad a través de las pisadas de los viandantes.

¿Qué diferencia hay entre una y otra más allá de los detalles morfológicos? Ambas son depositarias de la metáfora de la reparación, pero falta completar el rito y la universalidad. La piedra de Fontanet se colocó el 29 de abril de 2019. Isabel y Jesús, el alma del proyecto Stolpersteine en Madrid, habían pedido ocho piedras a Alemania pero, de repente, se encontraron con doce familias de deportados. Los alemanes son bastante rigurosos con los pedidos –tienen, además, muchos–. Su fabricación es artesanal, cada letra proviene de un golpe manual, una labor artesanal que se contrapone al trabajo esclavo y deshumanizador que desempeñaban los internos. Parte de la metáfora y parte del rito desde la simiente.

Como era la primera vez en Madrid, vino en persona Gunter Demnig, el artista que imaginó el proyecto y las piedras. El bautizo laico de la ciudad forma parte del ritual. Una de las que se colocaron aquel día era la de Juan Antonio García Acero, cuyo nieto estaba presente ese lunes, 5 de febrero. Es ya miembro de la familia Stolpersteine, un grupo diverso tejido alrededor del proyecto y de los lazos generados entorno al rito de la colocación y traslado por la ciudad, que hoy no se produce, pero sí cuando, como es habitual, se colocan varias piedras en una sola jornada.

Pero algunos de los cuatro deportados que quedaron fuera tenían familiares mayores e Isabel y Jesús pensaron que no debían seguir esperando. Así que encargaron sus propias piedras, con las letras grabadas en láser. Un colega les ayudó a embutir la placa en el bloque de cemento y llevaron a cabo las colocaciones cuatro días después. “ No nos gusta decir que es una Stolpersteine pero tampoco que es falsa”, explican. En esta ocasión, se salieron del ritual para ser fieles a la misión de reparación, pero tenían muchas ganas de poder completar el ciclo.

Habitualmente, Un familiar o alguien que ya ha recibido su piedra suele hacer entrega de la que se ha de colocar; se introducen unas piedrecitas de la cantera de Gusen dentro, se cementa, se aplaude a los operarios, se lee la historia del deportado en voz alta, se depositan flores…Dicen los antropólogos que somos animales simbólicos y a través del rito damos pasos cualitativos, en este caso hacia la verdad, la justicia y la reparación.

Los dos deportados 4443 y las líneas invisibles que unen la lucha contra el fascismo y la represión

Josefa, la hija de Fontanet, era una de aquellas familiares de avanzada edad que llevaron a Isabel y Jesús a encargar sus propias piedras provisionales. La suya es una historia tan impactante como, tristemente, poco original. Siempre pensó que su padre les había abandonado para formar otra familia. Saber que había asesinado en un campo de concentración fue un golpe duro, pero, a la vez, un alivio saber que no les había dejado atrás voluntariamente. Cuando la contactaron en 20014 para explicarle la verdadera historia quedó impresionada y colgó el teléfono. A los pocos días, devolvió la llamada.

José Fontet Moreno nació en otro barrio de la periferia obrera, el de Cuatro Caminos. Entre 1903 y 1905: frecuentemente las fechas en los padrones municipales bailaban, como también sucedía con los oficios consignados (en distintos años declaró ser cochero y monaguillo, en el registro del campo de Mauthausen aparece como carpintero). Nada extraño para unas clases populares obligadas a hacer equilibrios para subsistir.

El 2 de noviembre de 1936 se alistó voluntariamente en las Milicias Confederales (anarquistas, de gran raigambre en el barrio en el que había crecido). Se sabe que combatió en Cuenca y Teruel. En 1939 pasó a Francia, donde debió permanecer en uno de los campos de concentración del sur del país hasta que se apuntó a una compañía de trabajadores extranjeros. Fue detenido el 20 de junio de 1940 y trasladado al campo de prisioneros de guerra alemán Stalag XI-B, situado en la ciudad de Fallingbostel. Desde allí, fue llevado junto con otros dos centenares de españoles a un incipiente campo de Mauthausen, donde seguramente trabajó en la construcción del campo o en la cantera. El 24 de enero fue trasladado a Gusen, donde fue asesinado el mes septiembre.

José Fontanet fue registrado en Mauthausen con el número 4443, un guarismo con especial significación para el periodista e historiador especialista en deportados Carlos Hernández. Él fue quien le dio la noticia de a Josefa de que su padre había fallecido en el campo de concentración. Después de Fontanet, fue Antonio Hernández –tío de Carlos– quien lució ese número. Gracias al periodista hoy una placa recuerda a ambos reclusos en Mauthausen.  La historia de Antonio Hernández revivió en una cuenta de twitter y en el cómic Deportado 4443.

No es la única coincidencia que se dibuja en la red de deportados anudada por los adoquines dorados. En el número 15 de la calle de La Coruña, donde nació José, luce el Stopelrsteine del deportado Ángel Melchor Landeta Tutor. “Es más, Fontanet también vivió en la calle de Adrián Pulido, otra callecita diminuta del barrio de Tetuán sin apenas números, donde en algún momento se colocará la placa de otro deportado”, explica Isabel. Al devolver la memoria con piedras también se trazan mapas.

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