La huelga de la fábrica de galletas La Fortuna: mujeres en huelga, esquirolaje y 'policías cívicas'
Ayer fue Primero de mayo, el primer primero de mayo (perdón por la aliteración) confinados. O casi. Desde hace una semana se nos permite salir a dar un paseo con los niños y, caminando por el área preceptiva de un kilómetro alrededor de mi casa con mi hija, trataba de explicarle el Primero de Mayo.
Relatándole los sucesos de Haymarket caí en que tenía guardados, desde hacía tiempo, apuntes para un artículo sobre un conflicto laboral mal conocido en el Madrid de 1920 que comparte con el episodio totémico de Chicago la lucha laboral y el esquirolaje: la huelga en la fábrica de galletas La Fortuna. Fue, sobre todo, un conflicto por la sindicación en la empresa por parte del Sindicato de Obreros de las Artes Blancas, cuya federación había tomado forma en 1919, protagonizado en gran medida por mujeres y que tiene, además, la particularidad de haber provocado un ejemplo importante de huelga de solidaridad en Madrid. La ausencia actual (vía prohibición) de las huelgas de solidaridad debería ser un elemento a reflexionar en los primeros de mayo del siglo XXI, creo.
El conflicto estuvo surcado también por la confrontación en la calle con los escuadritas de Unión (o Acción) Ciudadana, una de las guardias cívicas proto fascistizantes que surgieron en los años XX en Madrid a imagen del Somatén catalán.
Me decidí a retomar mis apuntes para escribir este artículo que, pensé, sería escrito un Dos de Mayo porque cada uno elige los festivos en los que puede permitirse trabajar.
La fábrica de galletas que provocó una gran huelga de solidaridad en Madrid
La fábrica de chocolates La Fortuna, fundada en 1902, era una de las industrias más importantes en el Madrid de su época. Estaba situada en el Paseo del Rey 24 desde 1913, lugar estratégico por tener al lado la Estación Norte (Principe Pío), y empleaba a 300 trabajadores (la mayoría mujeres), que producían diariamente más de 1.600 kilos de galletas y 300 de bombones y caramelos, así como grajeas y frutas en conserva.
La Fortuna pasaba por ser un negocio con las últimas modernidades técnicas en los talleres y una gestión ejemplar: era una sociedad por acciones. Sus accionistas eran dueños de negocios de comestibles y bebidas, en algunos casos progresistas, como el republicano federal Francisco del Hoyo, que regentaba una tienda en la calle Claudio Coello y, junto con su hermano Pedro, parecen ser puntales de los federales en el distrito de Buenavista.
En la fábrica predominaba la mano de obra femenina, normalmente muy joven, que era fácilmente sustituible. Durante años no habían conocido la sindicación y cuando una parte de las trabajadoras se organizaron dentro del sindicato de Artes Blancas (en la Casa del Pueblo, afecto a la UGT) sus rectores no reconocieron a los delegados de la Sociedad obrera. Comenzó una pugna de los directores de fábrica con ellas que se concretó en cambios de turno, contrataciones de miembros del Sindicato Católico y gente no afiliada al Sindicato de confiteros, sin preparación, que acabó con el paro de todos los trabajadores asociados el día 16 de marzo. La respuesta de la dirección fue la contratación de esquiroles y la vuelta al trabajo el día 3 de abril.
Fue precisamente esta reapertura de la fábrica la que comenzó la escalada del conflicto. Ese día, miembros de Acción Ciudadana (una guardia cívica a imagen del Somatén catalán que explicaremos en la segunda parte del artículo), acudieron a la salida de la fábrica y provocaron incidentes con las mujeres en huelga, que protestaban por el esquirolaje. El día 6 de abril, cuando un grupo de Acción Ciudadana escoltaba a los trabajadores esquiroles de la fábrica, hubo un encontronazo con obreros que acabó en tiroteo, a raíz del cual el obrero Antonio García, de dieciocho años, tuvo que ser atendido con un disparo en la pierna. Esa misma tarde se reanudó la jornada de pólvora en la calle de Luisa Fernanda y el conflicto se reprodujo los días siguientes en otros escenarios, como el propio Paseo del Rey o la Plaza de España.
Al respecto de los acontecimientos del día 6 se podía leer en la prensa:
El día 9 de abril volvieron a sonar los percutores de las browning con motivo de enfrentamientos entre miembros de Acción Cidadana y obreros en la calle San Vicente. En esta ocasión hubo una víctima mortal: el profesor de la Escuela de Minas, miembro de AC, Ramón Pérez Muñoz, que recibió un disparo en la cara y cayó fulminado en el interior de la lechería que había en el número 62 de dicha calle. Según la declaración de algunos detenidos, había ido corriéndose la voz de la presencia de miembros de AC patrullando entre obreros que paseaban por la zona, que caminaron a su encuentro en la calle de San Bernardo. Al llegar a la de San Vicente escucharon disparos, a los que respondieron apostados en la esquina de la calle del Norte. El entierro de Pérez Muñoz, convertido en mártir unionista, supuso su primera gran manifestación pública.
Para entender el clima de conflictividad laboral y social que vivían Madrid y la zona estos días, mencionaremos que, por ejemplo, también estaban en huelga las peluquerías. Obreros peluqueros en huelga piquetearon un establecimiento en la cercana calle de Fuencarral y uno de ellos fue detenido en la Travesía de Conde Duque por disparar al aire. En la también vecina calle del Pez, unos días antes, la luna de la pastelería del señor Barquín había acabado hecha añicos por uno de sus trabajadores. Aunque las pastelerías no estaban en huelga, el dueño de esta era consejero de la fábrica La Fortuna y sus operarios se habían declarado en paro también.
El clima de conflictividad social se agravó en la capital cuando, a partir del día 18, el paro se extendió a todos los obreros panaderos y profesiones afines agrupados en el Sindicato de Artes Blancas a través de una huelga de solidaridad, que se extendería en algunos momentos a varias provincias, produciéndose motines y declarándose el estado de guerra en Orense. Al día siguiente, los trabajadores de la Fortuna se asamblearon en la Casa del Pueblo y aprobaron por unanimidad que no se volvería al trabajo si no se reponía en su puesto a los 70 trabajadores que habían sido despedidos por motivo de la huelga.
Las siguientes jornadas de abril el conflicto ya no era el de La Fortuna sino el del pan, lo que suponía un escenario nuevo dado que los conflictos del sector, central por el peso del pan en la alimentación de la época, son claves para entender el mundo de 1920. Comenzaron entonces los habituales mecanismos de la administración de compra de harina para paliar posibles escaseces y enfrentamientos de los unionistas con los trabajadores, que se vieron mezclados con acusaciones de abuso de poder hacia la policía. Mientras, se prolongaba la negociación entre los trabajadores y la dirección de la fábrica, con la mediación directa del Gobernador Civil de Madrid.
Como el conflicto no terminaba de cerrarse, llegó a coincidir con el Primero de mayo de aquel año y la manifestación paró a las puertas del establecimiento de uno de los accionistas de la fábrica más intransigentes en la negociación para ofrecerle una contundente silbada. A finales del mes de mayo las huelgas de la fábrica y la de solidaridad de todo el espectro de Artes Blancas continuaban propiciando en los periódicos titulares que incluían la construcción Madrid sin pan. Para entender la prolongación de un conflicto que había estado a punto de llegar a su fin en poco tiempo, hay que tener en cuenta que el 5 de mayo hubo un cambio de gobierno, subiendo al poder el conservador Eduardo Dato, que llega al poder despojado de los compromisos del anterior gobierno Allende-Salazar.
Hacia el 20 de mayo se produjeron nuevos disturbios que se extienden a toda la ciudad, con especial incidencia en el extrarradio donde mujeres y niños recorren las calles pidiendo el cierre de las tahonas y formando en manifestación, algo que era habitual en los conflictos por el precio o los repesos del pan.
El ejército y la guardia civil custodiaron desde primera hora las tahonas abiertas y la policía llegó a disparar desde el interior de una en Lavapiés, hiriendo a dos personas. El conflicto era total en la ciudad: en Puente de Vallecas o los Cuatro Caminos se intentaban asaltar tahonas, mientas que en la calle de las Pozas, en el centro de Madrid, una improvisada manifestación de hombres y mujeres pedía pan y harina antes de ser disuelta por las fuerzas del orden; en la calle de Mesonero Romanos, muy cerca de la anterior, los vecinos tiraron a un grupo de guardias civiles todo tipo de cacharros desde los balcones.
El día 21 de mayo se ordenó la detención de los directores de los siete ramos de Artes Blancas, aduciendo defectos de forma en la declaración de huelga, y de cuatro oradores que habían intervenido en un mitin socialista, entre los que estaba el teniente de alcalde Manuel Cordero. También es detenido durante estos días el anarquista Miguel Abós, del que no conocemos implicación en el conflicto pero sí que había viajado recientemente a Madrid y que se vio con los anarquistas madrileños Manuel Buenacasa y Mauro Bajatierra, que militaba activamente en Artes Blancas.
Aunque, al hacerse global el conflicto, se diluyó la presencia de las escuadras de Unión Ciudadana, sus miembros siguieron empleándose en la escolta de la harina comprada fuera de Madrid y en otras labores rompehuelgas. La huelga coincidió en su fase final con otros conflictos abiertos por los albañiles o los cocineros en Madrid y con huelgas generales en Barcelona, Sevilla, Málaga, Valencia o Guipuzcua.
Los obreros de La Fortuna y el resto de miembros de Artes Blancas volvieron a trabajo a final de mes. Entre otras cosas, se reconoció la jornada de ocho horas para los dependientes de tahona (que ya era legal pero no se cumplía) y se consiguió la readmisión de la mayoría de los obreros despedidos, aunque quedaron doce puestos de trabajo pendientes de un tribunal: los cabecillas a ojos de La Fortuna, finalmente recolocados en industrias afines, lo que supone un final agridulce para el sindicalismo en la empresa después de la demostración de fuerza de las semanas anteriores.
Unión Ciudadana o el escuadrismo mesocrático
Unión Ciudadana (también llamada Acción Ciudadana) fue una de las muchas uniones cívicas —grupos armados contrarrevolucionarios surgidos en la cresta revolucionaria de 1917— en la Europa durante los años veinte. A diferencia de las milicias de los distintos partidos conservadores, este tipo de agrupaciones conservaban su independencia formal. En nombre del derecho al trabajo y la propiedad privada practicaron el esquirolaje y el sindicalismo amarillo. Son, en realidad, una reacción extraordinaria encaminada a mantener la normalidad
En Madrid, tras el éxito del Somatén barcelonés y la huelga revolucionaria de 1917, empieza a tomar forma ente las clases altas la idea de una guardia cívica. La capital había sido, hasta la fecha, una ciudad de conflictos sociolaborales dentro de cauces razonables para las autoridades, sobre todo en comparación con Barcelona, pero esto empezaba a cambiar. Surgieron Defensa Ciudadana, por iniciativa de Acción Católica y el Marqués de Comillas, o el Somatén Local de Madrid, donde predominaban las juventudes mauristas.
También Acción Ciudadana, que aparece en escena en mayo de1919 durante el transcurso de una huelga de Telégrafos y Taléfonos, y que intervendrá en el debate público a través de los diarios conservadores El Debate y La Acción. Posteriormente, actuarían en los paros de los repartidores de periódicos y otros. La intervención de la Unión Patriótica en el conflicto de La Fortuna supuso una nueva fase dentro de su corta vida, pues hasta la fecha había interferido solo en conflictos relacionados con servicios públicos, como hacen ver los historiadores Eduardo González Calleja y Fernando del Rey Reguillo.
Su ideología está marcada por el maurismo y el catolicismo social, con querencias del squadrismo fascista. Se declaraban garantes del cuerpo social y milicia de la clase media. Solían actuar en agrupaciones de ocho o diez hombres armados que se llamaban a sí mismos policías honorarios (no admitían retribuciones) y se organizaban con criterios técnico-profesionales, agrupándose juntos electricistas, panaderos, conductores, etc. Haciendo gala de su autoimpuesto apelativo de policías, hacían cacheos, paraban a los obreros y trataban de asegurar el funcionamiento de la producción y la administración pública .
Aunque no tenemos registros exactos de sus miembros, las descripciones abundan en el retrato robot del unionista joven, relacionado con las organizaciones de la Iglesia Católica y procedente de las clases medias y altas madrileñas. Sobre la juventud de los miembros de AC se habla con cierta frecuencia en la prensa de la época. El siguiente suceso trágico podría servirnos para ilustrarlo. El día 8 de abril aparecieron muertos en un descampado, más allá de los Cuatro Caminos, Joaquín Donnay (19 años, perito mercantil y opositor) y una muchacha de 14 años llamada Francisca, que era su pareja. Ambos llevaban un par de días desaparecidos y fueron encontrados con un disparo de browning en la sien. A tenor de los detalles que se deslizan en la crónica periodística, parece que él la mató antes de suicidarse. “No hay derecho, señor, que le den armas a jóvenes como mi hijo”, declaró en la prensa el padre de Joaquín, miembro de Unión Cuidadana a quien la organización había proporcionado el arma en el contexto de la huelga de La Fortuna (El Heraldo de Madrid. 9/4/1920). El debate estaba servido aquellos días a propósito de las armas de fuego. Así, el periódico El País echaba la culpa de los hechos de la calle de la Princesa al Ministro de la Guerra, el general Villalba, por permitir portar armas y usurpar las funciones del Estado a “partidas de la porra, ligas patrióticas y somatenes esporádicos” (El País 10/4/1920). Lo cierto es que el debate acerca de la legitimidad de los policías honorarios armados se daba ya en las cortes ya que una RO del Ministerio de la Guerra de 21 de enero de 1920 había autorizado a los capitanes generales a dar vía legal al reglamento y organización de Somatenes bajo determinadas condiciones. En Unión Ciudadana tenían, además, apoyos de la jerarquía militar (como Joaquín Milans del Bosch o Fernando Primo de Rivera) y sus miembros recibían adiestramiento en armas de manos de oficiales simpatizantes.
La agrupación se desharía sola con la bajada del ciclo de la conflictividad en Madrid a partir de 1921, perdiéndosele el rastro completamente un año después. El experimento de la reacción mesocrática se podría considerar, sin asimilarlos, antesala de la Unión Patriótica de Primo de Rivera.
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