Malasaña huele mal y no me da igual
El tema de la suciedad del barrio de Universidad es un mal endémico con brotes periódicos de insostenibilidad y al que ningún gobierno municipal ha sabido poner solución. Han pasado épocas más crudas que otras pero, aunque tendemos a considerar la que tenemos ante nuestras narices como la peor de todas, por ser la que nos afecta aquí y ahora, no andaríamos muy desencaminados si hablamos de que actualmente Malasaña sufre uno de esos períodos brote y que hay hartazgo ciudadano, así como una reacción en forma de protestas.
La suciedad -en todas sus manifestaciones- es un vecino más del barrio que muchos, resignados, aceptan, pero ante el que otros se rebelan. El descontento ciudadano con esta situación y sensación de deterioro general del entorno es palpable en la calle y se aprecia hasta en el mohín que se agarra al rostro de todo aquel que, de repente, percibe en su pituitaria una ráfaga de la fragancia más común en todo Malasaña, el eau de orín. Internet y las redes sociales y hasta los grupos de Whatsapp se han convertido en depósitos de denuncias fotográficas de la situación. De igual manera, las quejas por suciedad que llegan a la redacción de Somos Malasaña son constantes; incontables, las expuestas a través del teléfono de atención ciudadana 010 o las dirigidas a @Líneamadrid.
Cuando el descontento se halla atomizado y sin conexión entre sí, pese a perseguir un objetivo común, es más difícil que logre sus objetivos. Es por eso que las asociaciones de padres de los colegios públicos Pi i Margall e Isabel la Católica son, hasta el momento, las voces más significativas dentro de la oleada de protestas antibasura que se vive en Malasaña. Los primeros consiguieron recientemente que se retirara un váter portátil de delante de la puerta del colegio y ahora continúan luchando para que la situación de insalubridad que se vive en toda la plaza del Dos de Mayo -donde se encuentra el centro escolar- desaparezca: objetivo con el que se reunirán este jueves con el concejal del distrito, Jorge García Castaño, según uno de sus representates, David López. Los segundos estallaron en cólera un lunes aciago -17 de septiembre- en el que todo el entorno de Barceló amaneció convertido en estercolero y, por el momento, han conseguido un refuerzo de limpieza los días de la semana más problemáticos, mientras trabajan en formalizar una propuesta para reubicar el punto limpio de recogida de residuos que hay junto a la biblioteca Vargas Llosa, señalado como foco de suciedad. Ambas AMPAS trabajan además en el foro local de Educación en la elaboración de una propuesta de educación cívica y urbana para mantener limpio el entorno de los centros escolares.
En cualquier caso, individual o colectiva, la protesta es positiva. Según el psicólogo, psicoterapeuta y vecino de Malasaña Luis Muiño, es “el paso previo a cambiar el mundo” y “romper el tabú verbalmente es la forma de tomar conciencia de que las cosas pueden ser diferentes”. Incluso cuando todo pudiera quedar en mero desahogo psicológico, bienvenida sea esa protesta. En redes sociales las denuncias sobre lo sucio que está el barrio se encuentran por miles. Se pueden seguir en twitter a través de etiquetas como #sosmalasaña, #salvamalasaña, etc; o en cuentas como @en_malasana, por ejemplo. En instagram, encontramos sitios como @lo_que_irene_ve o @guarrasana, que quizá sea la cuenta más punk y combativa con la suciedad en el barrio. Las responsables de esta última página son dos compañeras que viven y trabajan en Malasaña y que lamentan que Madrid esté tan sucia en comparación con cómo están otras ciudades de España y del extranjero, a las que sus habitantes “aman y respetan”. Una de ellas, Ángela (responsable también de la comunidad de facebook @yotambienodiolaspintadas), comenta a Somos Malasaña: “Llamo a las cosas por su nombre y procuro al mismo tiempo ser respetuosa con los demás, pero también me estoy volviendo más ntolerante con la suciedad, el vandalismo o en definitiva la incultura y la falta de educación (...) Sólo quiero que los responsables tomen medidas.”
Como Ángela y su compañera Rosa, es fácil encontrar en la red otros activistas antisuciedad. Tal es el caso de Isabel, una vecina de la zona que, además de mostrar la suciedad que nos rodea con pruebas fotográficas que comparte en twitter, agrupadas bajo la etiqueta #malapis, es la responsable de los carteles impresos de denuncia que cuelgan estos días en muchas de las calles de Conde Duque que van desde San Bernardo a Comendadoras. Cuenta que hace dos años realizó una protesta similar y que la gravedad del problema que sufrimos en la actualidad la ha empujado a retomar una lucha en la que trata de involucrar a amigos, vecinos y conocidos. Reconoce que le gustaría continuar en su empeño en compañía.
Al hilo de esta última declaración, es necesario reconocer que es dura la soledad de los francotiradores y que una empresa tan colosal como es la de pretender acabar con la suciedad en Malasaña sería menos utópica desde la unión de muchos. Fermín Errondosoro, sociólogo y actual presidente de la asociación de vecinos ACIBU -organización bregada en mil batallas en favor del barrio-, es partidario de “no esperar a que desde la administración nos resuelvan nuestros problemas” y que sean los propios vecinos los “agentes activos de la solución”. Pero indica que “la estructuración social y la cohesión social son las dos fuerzas de la vecindad” y cree que los problemas hay que afrontarlos desde la unión. Además, apunta un dato a tener en cuenta, dice que “ya no estamos en la época del movimiento vecinal como instrumento de protesta, sino como instrumento de propuestas”. Según él, es necesaria una base social activa para lograr objetivos y cree que en Malasaña la hay, si bien no está sobrada de efectivos. “Los descontentos deben encontrar un elemento aglutinante”, concluye.
La suciedad, junto a su primo hermano el ruido, es uno de esos problemas que están con nosotros, al menos, desde que Maravillas es Malasaña. Puede que nuevas amenazas le roben protagonismo durante un tiempo, pero siempre vuelve a ocupar portadas. Vencedora de todas las guerras, lo máximo que ha cedido han sido batallas. La empresa de acabar con ella no es ni pequeña ni sencilla. Muchos antes fracasaron en el empeño pero la alternativa a luchar contra ella, por lo pronto, apesta y hace daño a la vista.
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