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La presencia policial disuade de otro macrobotellón en Malasaña el primer viernes sin estado de alarma

Plaza del Dos de Mayo, a las 0.30 horas de la madrugada del primer viernes sin estado de alarma

Diego Casado

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“Ahora empieza lo bueno”, le comenta un policía local a su compañero en la plaza del Rastrillo. Es medianoche y todos los bares están bajando las persianas para cumplir con las restricciones de horarios impuestas por la Comunidad de Madrid. Este lugar fue el epicentro de la jarana que se montó en Malasaña con el final del estado de alarma, de la que participaron cientos de personas hasta altas horas de la madrugada y que acabó con cargas policiales.

Pero esta vez la noche está tranquila. Miles de clientes, en su mayoría jóvenes, salen a la calle después del cierre de los bares. Muchos no quieren marcharse a la cama y buscan plan. Pero, al contrario que hace seis días, no intentan reunirse en las plazas del barrio: tanto en el Dos de Mayo como en la citada Rastrillo o en San Ildefonso la presencia de los coches de Policía Local les disuade. El despliegue de esta fuerza de seguridad no es muy grande -tres coches y un furgoneta, además de un par de motoristas- pero resulta suficiente para que nadie se siente en el suelo a beber alcohol. La amenaza de una sanción administrativa por tomarse una lata en la calle (600 euros) desincentiva cualquier intento.

Mientras los visitantes se van marchando del barrio formándose auténticos atascos de taxis y VTC en la calle Palma, otros intentan apurar la noche con algún plan alternativo. Algunos caminan con bolsas llenas de botellas de alcohol en busca de algún lugar tranquilo donde tomarlas, pero tuercen el gesto al ver el panorama: la calle Velarde, que hace una semana era un hervidero de personas, se ha quedado desierta después de que un par de agentes se paseara por el entorno.

Pese a la situación, hay algunos que se resisten y entran a comprar alcohol en tiendas de alimentación que abren furtivamente para aprovechar el último tirón de la noche. En la de la Corredera de San Pablo, casi en su cruce con Fuencarral, tienen apagada la luz y solo abren la puerta cuando ven acercarse a algún cliente, mientras vigilan la esquina por si aparece algún agente. Un poco más abajo de la calle varios jóvenes deciden si suben o no a una fiesta en un piso, otra de las alternativas. Otros siete chavales apuran su litrona en la calle Velarde y se preguntan: “¿Nos volvemos para el barrio?”.

Esta semana, el alcalde de Madrid y la delegada del Gobierno se enzarzaron en una discusión en mitad de una rueda de prensa sobre quién tenía la culpa de las imágenes del pasado fin de semana, con cientos de personas tomando las calles y plazas a medianoche, ruido e incluso algún destrozo del mobiliario urbano. Almeida insistía en cargar la responsabilidad sobre Pedro Sánchez y el decaimiento del estado de alarma, mientras que Mercedes González le recordaba que evitar los botellones es competencia del Ayuntamiento de Madrid.

De aquella reunión, no obstante, salió el despliegue policial de este viernes, que comenzó por la tarde con presencia de antidisturbios de la Policía Nacional en la plaza del Dos de Mayo, vigilancia con un helicóptero de la zona centro de Madrid y abundantes patrullas de agentes locales durante toda la tarde y la noche, evitando los conatos de botellón.

El último intento de repetir lo del sábado se produjo de forma espontánea en la calle San Vicente Ferrer, donde poco antes de las 00.30 horas se juntaron decenas de personas, lata en mano, para intentar buscar algún lugar en el que hacerse fuertes y alargar la noche. Pero la llegada de una pareja de policías desbarató sus planes y cada grupo se fue por su lado. Hasta otra noche más propicia.

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