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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

Pasear un 11 de septiembre por el PAU de Carabanchel para recordar a Salvador Allende

La imagen de Salvador Allende entre otras muchas en un mural del parque que lleva su nombre en Carabanchel

Luis de la Cruz

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Si Salvador Allende tuviera una calle en Madrid, encajaría perfectamente en Carabanchel por su tradición combativa. Espera, de hecho, la tiene y está en el ensanche (PAU) de Carabanchel Alto. Con motivo de la efeméride del asalto al Palacio de la Moneda y la muerte del dirigente chileno –ya son 53 años– nos hemos acercado al metro de La Peseta para, con los versos de Milanés en la cabeza, recorrer sus contornos de PAU.

El PAU de Carabanchel es hijo, como el resto de ellos, del Plan General de 1997, que dio vía libre a un nuevo ensanche residencial de la ciudad de Madrid con un modelo de grandes avenidas, viviendas de interior, parque de locales comerciales reducido... En definitiva, lo que se ha venido conociendo desde entonces como el modelo PAU, aunque este tiene mucho más comercio de proximididad que sus primos del norte.

La construcción de la zona arrancó en 1999 y la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto pidió que su gran avenida vertebradora, así como la nueva estación de metro de la línea 11, llevaran por nombre Salvador Allende. La idea no prosperó del todo –acabaron llamándose La Peseta en honor a la moneda retirada de la circulación en 2002– pero consiguió anidar en otra de las calles importantes de la zona, que sí recibió el nombre del presidente chileno.

Damos un paseo por la calle y empezamos de fuera a dentro. La calle Salvador Allende arranca en su lado sur en lo que nos parece una franja descampada con unos pocos retoños de arbolillo. Si te subes a lomos de los desmontes escuchas el tráfico de la M-40 y divisas, al otro lado, la enormidad del Madrid fuera del propio Madrid a través de los barrios de Leganés. Hay en una gran torreta de alta tensión distintas pintadas. En una, un esquemático hermano de Manolito Gafotas (el Imbécil) dice, “Yo también soy de Carabanchel Alto”. En la otra, se lee “Parque ¡ya!”

En realidad, estamos en el parque lineal Manolito Gafotas, que discurre entre la calle de Los Morales y la autopista de circunvalación. Los propietarios iniciales de los terrenos debían haber ejecutado el parque a la vez que los pisos, pero no lo hicieron y los vecinos empezaron a exigir su parque y a celebrar arboladas anuales. La Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto lo inauguró por su cuenta en 2006 con la presencia de Elvira Lindo. Y menos mal que no esperó, porque hasta finales de 2022 no empezaron las obras de acondicionamiento y, aún hoy, el área por la que nosotros estamos paseando se parece más a un descampado que a un parque.

Subimos la calle entre bloques de reconocible estilo PAU sin toparnos con locales comerciales hasta el tramo comprendido entre las calle del Patrimonio de la Humanidad –¡toma ya!– y la Avenida de La Peseta, donde se concentran muchos comercios de barrio, de la carnicería a la inesquivable inmobiliaria. Es precisamente al llegar a la gran avenida con nombre de moneda cuando más vida comercial se aprecia, con la salida del metro, un kiosco de prensa u otro de flores.

El parque se abre a uno de los lados de esta calle. Aunque ya era conocido por muchos vecinos como Salvador Allende, pasó a llamarse oficialmente así en 2019, cuando la el gobierno municipal de Ahora Madrid lo bautizó, a la vez que hacía lo propio con el gran auditorio anejo, conocido desde entonces como Violeta Parra. Como ya había sucedido a principios de los 2000, el Partido Popular se opuso a la nomenclatura, pero en esta ocasión la izquierda contaba con los votos suficientes para que saliera adelante la iniciativa.

Pasamos por el parque a las 12 de la mañana y en la zona verde hay, sobre todo, perros con sus dueños, abuelillos al sol, algún practicante de calistenia y un grupo de tres adolescentes, a los que asaltamos. “–Hola, este parque se llama Salvador Allende, ¿sabéis quién era?”, les espeto con involuntario tono condescendiente (de esto me doy cuenta al ver sus caras). –“Claro, mira, allí está, es el de gafas”, me responde uno de ellos señalando la figura de un mural repleto de gente. Luego, me hablan de Chile, me recuerdan a Víctor Jara, a Violeta Parra y me recomiendan el Mesón La Peseta para comer un bocadillo. Los parques siempre albergan lecciones. Salgo de allí contento y escaldado por haber parecido uno de esos reporteros que buscan subrayar la ignorancia de la chavalada.

Tiene el parque un curioso ¿monolito? con forma de anillo de hormigón que anima a enmarcar el paisaje de la nueva barriada, con vistas salpicadas aún por alguna grúa. El monumento, que no tiene explicación alguna, podría ser sin embargo el perfecto reclamo simbólico del Madrid que aún se estiraba sin mirar atrás en los primeros dosmil, pues proviene de la antigua dovela de la tuneladora que pasó bajo el parque para construir el metro. Por lo demás, es un parque lineal agradable con árboles aún por crecer en el que alguien debería plantar con urgencia –por aquello de la coherencia memorística, que no de la botánica– una gran alameda.

Llegamos al final de la calle Salvador Allende y cruzamos desde la acera del parque a la de enfrente para admirar una placa de azulejos con la reconocible cara del homenajeado. Dice: “Calle de Salvador Allende…y se abrirán las grandes alamedas…PRESIDENTE DE CHILE. 1970-1973.” La placa se inauguró en 2004 con el impulso de la Asociación Vecinal de Carabanchel Alto, el Grupo municipal Izquierda unida y la Asociación de Chilenos y Chilenas en España. En la visual, un cable trepador, la anodina placa azul del Ayuntamiento y el cartel del kebap sobre el que está colocada. Un anticipo sensorial de que, en lo sucesivo, ya estaremos andando por el Carabanchel de toda la vida.

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