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Transporte Madrid
Historia de la farola anunciadora del Metro replicada en la estación de Cuatro Caminos

Nueva farola-tótem de la estación de Cuatro Caminos

Luis de la Cruz

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Después de algunas semanas envuelta como un regalo y detrás de una valla de obra, el pasado 11 de abril se descubrió la nueva farola anunciadora de la estación de metro de Cuatro Caminos, situada en la Avenida de Reina Victoria –últimamente llamada también tótem, aunque en la época no se la denominaba de esta forma–. Estas farolas estuvieron en distintas estaciones de las líneas 1 y 2 durante las primeras décadas de existencia de nuestra red de metro (la original de la entrada de Cuatro caminos desapareció hace ya 85 años).

La reproducción se integra en la tendencia de recuperación historicista de Metro de Madrid, que ha tenido su exponente más claro en la réplica del templete de Antonio Palacios en Gran Vía y en la propia reforma de Cuatro Caminos, que trata de evocar sus inicios –incluyendo murales tematizados y nuevos azulejos biselados– más que reproducirlos (sobre esto, ya hablamos aquí).

La empresa encargada de levantar la farola ha sido Godoy Maceira, casa de cantería especializada en obras singulares radicada en Porriño, la patria de Antonio Palacios, que ya se encargó de la reproducción en granito del templete de Gran Vía.

Como ya sucedió entonces, se han escuchado voces que tildan de hipócrita la inclusión de falsos históricos que casi se solapan en el tiempo con la destrucción del patrimonio original de Metro de Madrid. En el caso de Cuatro Caminos, es fácil poner en relación la remozada entrada del suburbano con el muro de ladrillo histórico de las derribadas cocheras originales, que se puede ver aún a sus espaldas. En todo caso, la farola ha provocado mucha curiosidad entre los aficionados a las historias del metro y de Madrid, que se han apresurado a acercarse a la glorieta de Cuatro Caminos para inmortalizar la novedad y subir las fotografías a las redes sociales.  

La farola de Cuatro Caminos consigue remitir bastante bien en su morfología a las originales, aunque haya licencias como incluir el escudo de los Borbones, que no figuraba en el diseño original, y se hayan utilizado el blanco y el negro, que también aparecen en los nuevos elementos decorativos del interior de la estación.

Desde el principio, Palacios, Otamendi y el resto de rectores de la Compañía Metropolitano Alfonso XIII pensaron en el impacto que las bocas de metro iban a tener en el paisaje urbano: aquellas entradas eran una novedad, y podrían servir como reclamo para el nuevo sistema de transporte en sí mismas. Se optó conscientemente por la repetición de un modelo reconocible, una imagen corporativa de líneas prácticas formada por la balaustrada de granito o la barandilla de hierro enroscado, una pieza de umbral y la farola identificativa. Años después, las bocas de metro ya no eran novedad y no era tan necesaria su señalización con elementos exentos a ellas, por lo que las farolas fueron sustituyéndose por el pórtico de hierro con el logotipo romboidal de metro en el centro.

En cierto modo, la farola es hija de su tiempo y, además, elemento pionero en el campo de la publicidad. Fue en los años 20 cuando se generalizó la práctica de instalar en las fachadas de los comercios anuncios de marcas comerciales para crear en los clientes el hábito de pedirlos. Ya en la década de los 10 habían proliferado columnas y farolas anunciadoras en las calles de Madrid. Se conserva, por ejemplo, el expediente de una solicitud al Ayuntamiento para instalar en una tienda de la Avenida Pi i Margall (Gran Vía) “una farola anuncio” para promocionar los “productos Kodak”.       

La necesidad de pedir permisos municipales para colocar estos elementos, por cierto, nos permiten saber cuánto costaban en relación con su canon municipal. En la petición de una licencia para la colocación de una farola de metro en la Plaza de Isabel II en 1926 –conservada en el Archivo de la Villa–  leemos que los derechos de instalación ascendían a 48 pesetas, y por ocupación de la vía pública se abonaban siete pesetas y media al mes.

La importancia que la compañía prestó al diseño de sus accesos queda ejemplificada en este párrafo de Metropolitano Alfonso XIII: Trozo Sol-Atocha, escrito en 1921 por el mismísimo Miguel Otamendi, director de la compañía. En este folleto, por cierto, la letra capitular con la que se abre el texto está diseñada con una imagen de la farola anunciadora.

“En la disposición general de sus entradas y vestíbulos se han tenido muy en cuenta las necesidades de un Madrid futuro… Se ha cuidado también de no caer en el defecto de la mayoría de los Metropolitanos extranjeros, en los que adoptado un tipo de acceso pobremente decorado, estudiado desde un punto de vista industrial de mezquina economía, se repite a lo largo de la línea, fabricándolo en serie…”.

Las entradas del metro y, con ellas, sus farolas anunciadoras, rápidamente se convirtieron en un elemento característico del paisaje de Madrid. Si nos fijamos bien en las fotos de la época, por cierto, podremos apreciar que aquellas farolas primigenias de unos seis metros de alto no llevaban aún el característico logotipo romboidal de metro, que no se integraría hasta 1921. La imagen también lo era, por supuesto, de su compañía, cuya actividad excedía la del transporte público. Cuando la Compañía Urbanizadora Metropolitano presentó el proyecto para construir los edificios Titanic en Cuatro Caminos, incluyó una fotografía en la que se apreciaba en primer plano la característica farola del metro.

Es fácil imaginar que el reclamo iluminado no pasaría inadvertido en los límites del barrio de Cuatro Caminos y las zonas más proletarizadas de Chamberí, donde solo en aquellos años, los posteriores a la Primera Guerra Mundial, los trabajadores no cualificados comenzaban a poder pagar los billetes del transporte público para acudir a sus puestos de trabajo en el interior de la ciudad. Y no es casualidad, en ningún caso, que las primeras líneas conectaran los extrarradios obreros con el centro.

Aunque las obras de remodelación de Cuatro Caminos están ya muy avanzadas, tendremos que esperar hasta el próximo mes de junio para verlas terminadas por completo. En todo caso, la llegada de la farola del siglo XXI, ese tótem con funciones puramente decorativas y nostálgicas, se ha dado en un clima de considerable expectación y no faltan las voces que piden que se replique en otras estaciones de la red, como la de Progreso (actual Tirso de Molina). ¿Tiene posibilidades la farola de volver a convertirse en símbolo urbano de Madrid? Solo el tiempo lo dirá.

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